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26/01/2004

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De paseo por la ciudad monumental de Evora

Evora empequeñece a quien la contempla. Sin pretenderlo, la ciudad genera una sensación extraña, impropia en cualquier otro lugar de Portugal. El caminante siente que sobre sus hombros debe cargar con veinte siglos de pesada y extraordinaria historia. Más tarde se enterará de que por aquí pasaron las más excelsas culturas, de que los romanos y árabes erigieron templos suntuosos y murallas infranqueables, y que una vez reconquistados estos pagos los cristianos pusieron los pilares de plazas primorosas, iglesias altísimas y palacios de mucho mérito. La ciudad vieja queda arracimada murallas adentro, trenzando una compleja tela de araña cuyo excelso triángulo forman el Templo de Diana, la catedral (Sé) y la Praça do Giraldo.

La historia recuerda que el templo romano fue erigido un siglo después de que naciera Cristo. Reducido a huesos en el siglo V por los bárbaros del Norte, aún debió padecer tiempos peores cuando sus únicas columnas en pie fueron sustento de un castillo medieval, tiranizado por sus enemigos. No quedó aquí la cosa. El pobre templo soportó la felonía de terminar siendo, siglos después, matadero municipal. La estampa que hoy luce fue recuperada en 1871 cuando un puñado de evorenses cayeron en la cuenta de los méritos que reunía aquel amasijo de piedras.

Frente al templo se alza el convento de los Lóios, recuperado como suntuosa pousada, y a su lado la iglesia gótica del mismo nombre. Hay que dejarse caer por el Largo do Marquês de Marialva y, antes de entrar al museo de la ciudad, pedir amparo en la Sé. Por fuera parece más una fortaleza militar que un templo. Sus dos campanarios y la soberbia torre linterna que preside la bóveda mayor apenas la endulzan.

Pero esa amarga sensación se quiebra cuando se traspasan las arquivoltas a la entrada y la luz tenue del interior lo calman, como por obra de un hechizo. De repente, todo es distinto. Pese a sus colosales magnitudes, las tres naves parecen hechas a medida del hombre. Las primeras obras datan de 1200. Cincuenta años después estaba terminada en su mayor parte. La catedral es un fino ejemplo del tránsito entre el románico y el gótico. Hay por ella capillas de corte barroco, altares manuelinos e imágenes de un realismo que estremece. El coro alto es el más ilustrado, ejemplo del renacimiento portugués, y el órgano de al lado viene a ser, según dicen, el más antiguo de Europa. El claustro es un lugar consagrado a la quietud. El tesoro catedralicio queda a buen recaudo bajo un conjunto de salas góticas. En una de ellas se expone el relicario del Santo Lenho, un pedazo de la Cruz de Cristo traído desde Tierra Santa a mediados del XIII.

El Museo de Evora ocupa un palacio dieciochesco en cuyo claustro han desenterrado aljibes y hornos de época árabe. Destacan los primeros lienzos de Josefa de Obidos, una pintora nacida en Sevilla a principios del siglo XVII, pero consagrada en Portugal. En una gran sala se alzan las trece tablas flamencas tituladas «Vida de la Virgen». La historia nos recuerda que fueron encargadas a principios del XVI por el magnánimo obispo Afonso de Portugal.

La Evora burguesa pulula por la Praça do Giraldo, que debe su nombre a un caballero sanguinario y ladrón que, buscando el favor del Rey Afonso Henriques, prometió tomar la ciudad a los moros. En su empeño, degolló a un viejo y a su hija pequeña que esa noche, quién lo diría, vigilaban las puertas de la ciudadela. Aquello aconteció en 1165, y desde entonces Evora es cristiana. La plaza tiene soportales a uno de sus lados. Bajo las arcadas de aliento andalusí hay comercios tradicionales, bares de toda la vida y librerías cuyos dueños están muy duchos sobre la historia de su ciudad y algunos de ellos cuentan que esta plaza fue escenario de quema de herejes. La plaza la preside la iglesia de Santo Antão, un templo de corte renacentista con azulejos de cierto mérito.

De Giraldo parte una calle cuesta abajo que conduce al templo de San Francisco. Al doblar la esquina y entrar en la plazoleta, la iglesia aparece grandiosa. De hecho, aseguran los entendidos que estamos ante uno de los monumentos mejor resueltos del arte gótico-manuelino. Vinculada a las grandes gestas descubridoras, la iglesia franciscana posee una sola y colosal nave cubierta por una bóveda ojival.

Al lado, abre cada día la Capilla de los Huesos (Capela dos Ossos). No existe lugar más tétrico en todo Portugal. Tres frailes franciscanos tuvieron la idea de reunir los huesos de miles de muertos repartidos por una treintena de parroquias, conventos y cementerios de la ciudad. Reunieron hasta cinco mil cráneos. Con ellos trataron de aleccionar en los dictados que la religión confiere a la vida y a la muerte. Lejos de ello, este lugar causa miedo, repugnancia y dolor. Pero no se lleven a engaño. Evora no es una ciudad enterrada en la osamenta. Evora es una ciudad viva, abierta y colosal, luminosa y mayúscula; una ciudad, en definitiva, Patrimonio de la Humanidad.

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