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20/01/2004

Juan Vicente Boo ● www.abc.es

Julio César, el emperador de Roma
ROMA. El primer «Dictator Perpetuus», que forzó con su espada la transformación de la República romana en el Imperio, sacudió el mundo antiguo hasta sus cimientos en los cinco años desde su marcha sobre Roma hasta que fue asesinado. En el año 49, cuando el Senado le ordenó que se alejara con sus legiones, Cayo Julio César cruzó el Rubicón para asaltar el poder y unificarlo en su persona. Una carrera tan meteórica como la del cometa que cruzó los cielos de Roma poco después de su asesinato en los idus de marzo del año 44.

La unión de la pluma y la espada

El único gran genio creativo en toda la historia de Roma, según Theodor Mommsen, superaba a todos sus rivales y sus amigos, no sólo como estratega, sino también como escritor y orador político, exceptuando a Marco Tulio Cicerón. El joven Cayo Julio comenzó su carrera a «Señor del Mundo» estudiando oratoria en la isla de Rodas, lo cual le permitiría acunar frases para la historia desde el «Veni, vidi, vinci», que conmemoró en las monedas su victoria relámpago sobre el hijo de Mitridates, o la legendaria «Alea jacta est» al cruzar el Rubicón, hasta la no menos famosa, «¿Tu también, hijo mio?", pronunciada en griego mientras Bruto, Casio y otros conjurados ponían un punto final de veintitrés punaladas a su fulgurante carrera.

Su ilustre familia, la «gens Julia» se proclamaba descendiente de Afrodita, la diosa del amor, pero Cayo Julio prefirió casi siempre utilizar otros recursos. Aparte de utilizar gladiadores como «matones» a sueldo en sus primeros escarceos políticos, no dudó en gastar la herencia familiar en espectáculos circenses para ganarse la simpatía del populacho de Roma, que lloraría sinceramente su muerte y daría caza a sus asesinos.

En el primer triunvirato, constituido por el Senado el año 60 para superar la crisis de la República, Pompeyo aportaba el poder político y Craso su inmensa fortuna. Julio añadió lo que tenia: ambición. Una ambición desmesurada que, tras la muerte de Craso, le llevaría a desatar la guerra civil contra Pompeyo hasta asumir todo el poder, no solo el político y el militar sino también el religioso como «Pontifex Maximus» en la cúspide de la religión de Estado, y muchos signos externos de «Imperator», el cargo que ejerció por primera vez su hijo adoptivo y sucesor, Octavio Augusto.

El genio militar que sometió las Galias y que robó el resto del poder al co-triumviro Pompeyo, se reveló también un genio de la pluma en su relato de ambas hazanas. «De bello gallico» y «De bello civile» sirvieron, naturalmente, como perfectos instrumentos de propaganda política de un líder populista y reformista. Uno de sus cambios, el calendario «juliano», duró un milenio y medio hasta que fue sustituido por el calendario «gregoriano» vigente hoy día.

Un amor que pasó a la historia

El gran caudillo, que tomó en su puño el universo conocido, sucumbió sólo ante los encantos de Cleopatra, la mujer más poderosa y fascinante del mundo antiguo. Se la encontró en Alejandría cuando era una muchacha de 21 años, derrotada por su hermano Tolomeo en la lucha por el trono de Egipto. Julio César la convirtió en reina de Egipto y se la llevó a Roma como amante, desatando la envidia de todas las matronas de la corte. Era un mujer bella, inteligente y exótica, que hablaba siete idiomas, poseía un trono refinado en Alejandría, había seducido al hombre más poderoso del mundo y marcaba la moda femenina en Roma. Era una pareja irresistible, y ambos entraron juntos en la leyenda.

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