El
Códice
31
está
concebido
como
un
glosario
enciclopédico
y
su
valor
actual
radica
en
las
aportaciones
lingüísticas
que
atesora.
Contaba
el
periodista
Matías
Prats,
famoso
por
su
rico
vocabulario
y
dominio
del
idioma,
que
estas
habilidades
no
eran
en
modo
alguno
innatas
sino
aprendidas
y
que
las
cultivaba
leyendo
a
diario
el
libro
más
apropiado
para
ello,
el
diccionario,
al
que
él
llamaba
ingeniosamente
'el
nombre
de
la
cosa',
parafraseando
el
título
de
la
novela
de
Umberto
Eco.
En
El
nombre
de
la
rosa,
por
cierto,
una
congregación
de
monjes
tiene
prisionera
bajo
siete
llaves
una
riquísima
biblioteca
de
obras
que
consideran
peligrosas.
Novela,
es
cierto;
pero
no
es
menos
cierto
que
en
la
Edad
Media
se
propagó
una
especie
de
oscuridad
cultural
muy
contraria
al
periodo
clásico,
que
arrinconó
la
erudición
a
lugares
como
los
monasterios
y
que
sólo
gracias
a
monjes
copistas
sobrevivieron
ejemplares
del
saber
humano
hasta
que
la
genial
invención
de
la
imprenta
popularizó
algo
que
hoy
es
tan
común
como
el
libro.
Del
mismo
modo
que
en
la
actualidad
utilizamos
el
diccionario
para
comprender
totalmente
un
texto,
los
amanuenses
medievales
dedicados
a
copiar
obras
recurrían
a
glosarios
en
los
que
recogían
muchas
glosas
para
explicar
voces
latinas
que
eran
difíciles
de
comprender.
Es
el
caso
del
Códice
31
de
San
Millán
de
la
Cogolla,
que
«recoge
gran
parte
del
saber
de
toda
la
antigüedad
clásica
y
medieval,
la
información
enciclopédica
que
una
persona
podía
tener
del
siglo
X
al
XIII»,
según
los
profesores
Claudio
y
Javier
García
Turza.
Hasta
el
momento,
sin
embargo,
se
había
prestado
escasa
atención
a
las
ediciones
de
los
glosarios
en
general,
a
pesar
de
que
su
existencia
era
bien
conocida
por
los
investigadores
desde
finales
del
siglo
XIX.
Pero
los
García
Turza
han
considerado
necesario
«conocer
la
elaboración
integral
de
estos
grandes
repertorios
léxicos
como
ayuda
excepcional
para
captar
en
profundidad
el
sentido
y
el
valor
de
muchas
glosas
que
explican
las
voces
latinas
difíciles
de
comprender,
y
descubrir
en
ellos
su
información
enciclopédica,
la
heterogeneidad
de
sus
fuentes
y
su
extraordinaria
aportación
lingüística».
Metidos
a
analizar
su
valor,
el
Códice
31
transmite
el
diccionario
enciclopédico
latino-latino
más
original
y
rico
en
contenidos
de
cuantos
se
conocen
en
la
España
altomedieval,
afirman
los
dos
filólogos.
Su
caudal
léxico
es
extraordinariamente
copioso
y
pródigo
en
explicaciones
amplias,
aspecto
que
le
distingue
con
claridad
del
resto
de
los
glosarios
hispanos.
En
su
elaboración
se
usaron
diversos
'lexicones':
glosas
relacionadas
con
el
Liber
Glossarum,
artículos
procedentes
de
los
glosarios
Abstrusa,
otros
vinculados
a
repertorios
medico
botánicos,
bíblicos,
etcétera.
«Esta
característica
-aseguran-
conlleva
la
exigencia
de
una
biblioteca
con
fondos
bibliográficos
suficientes
y
un
ambiente
cultural
propicio.
Aquel
que
caracterizó
precisamente
al
monasterio
de
San
Millán
de
la
Cogolla».
Pero
el
interés
del
glosario
se
acrecienta
de
forma
especial
por
las
aportaciones
lingüísticas
que
atesora.
En
él
abundan
las
voces
que,
por
la
peculiaridad
de
sus
significantes
o
de
sus
significados,
habrán
de
completar
y
enriquecer
los
diccionarios
del
latín
medieval.
En
él
proliferan
los
fenómenos
fonéticos
y
morfológicos
sumamente
valiosos
para
los
estudios
diacrónicos
del
español.
Sobre
todo,
la
contribución
de
este
códice
a
la
historia
del
léxico
español
es
«de
indudable
trascendencia»
porque,
unas
veces,
la
forma
de
algunas
de
las
palabras
recogidas
permite
concretar
una
realidad
lingüística;
otras,
resuelve,
o
ayuda
a
resolver,
problemas
etimológicos.
En
ocasiones,
los
términos
registrados
vienen
a
ocupar
los
vacíos
intermedios
en
la
historia
léxica
correspondiente
y,
con
bastante
frecuencia,
se
encuentran
palabras
que
destacan
por
el
valor
de
su
antigüedad.
«Por
todo
ello
-concluyen
los
García
Turza-
nos
parece
necesario
realzar
la
utilidad
de
estas
aportaciones
para
el
estudio
lingüístico
del
latín
medieval
y,
en
especial,
del
iberorromance
primitivo».
Centro neurálgico medieval
Actualmente, los investigadores dedicados a la historia de la filología y de la cultura hispana altomedieval coinciden en atribuir un valor intelectual muy alto a la actividad lexicográfica llevada a cabo en los monasterios de la Península Ibérica.
«Conviene insistir -apuntan los profesores Claudio y Javier García Turza en el prólogo de su estudio- en que gran parte del saber de la antigüedad clásica y medieval está recogido en obras de esta naturaleza, lo que las convierte en monumentos imprescindibles para conocer la historia de la civilización de la Edad Media». Por otra parte, se trata de textos que deben incluirse entre las fuentes básicas para el conocimiento del iberorromance primitivo.
«Y hoy nadie pone en duda -sentencian- que el monasterio de San Millán de la Cogolla se convirtió entre los siglos X y XI en el centro neurálgico de esa producción cultural». |