en culturaclasica.com

en toda la Web

Practica el latín vivo (descargate las dos revistas en latín. formato pdf)

 

Chat en latín

 

Por su interés, culturaclasica.com reproduce este artículo

20/04/04

Ana María Vottero ● www.laopinion-rafaela.com.ar

Villa Adriana: los sueños de un emperador

La sugestión del lugar es intensa: emerge de un pasado de poder y de gloria. De la fascinación de monumentos mutilados. De una fastuosidad casi inconcebible. De la nostalgia que provoca lo que ya no existe.
Esto es Villa Adriana, y todavía más...

Podría parecer una leyenda. Una fábula de otras épocas traída al mundo actual a través de las voces de los historiadores. En cambio, no es así. El sitio que ha acunado un mito, despierta emociones contradictorias en quienes lo visitan porque todos comprenden que allí se esconde "algo" más, y que para descubrirlo, primero será necesario conocer aspectos de la vida y de la personalidad de su propietario. Se trata de Adriano, un emperador que además de cumplir con sus funciones de gobierno busca hacer realidad sus sueños. En otras palabras, los concreta en una Villa situada en las cercanías de Tívoli, a escasos kilómetros de Roma. Amigo lector, si está de acuerdo, le invito a ir a su encuentro. A trasponer los umbrales de la residencia de Adriano. Una acción que sólo representa avanzar por un sendero polvoriento, lo que por cierto resulta más complicado es "ver" la Villa con los ojos y los sentimientos del emperador. Un ser extraño. Sensible. Fascinante.

Un hombre, un emperador


Repasemos las señas particulares del protagonista que hoy nos convoca.
Adriano nace en el 76 d.C. en Itálica, una colonia vecina a Sevilla (España).
Cuando apenas cuenta con 18 años es "adoptado" por Trajano, al que sucede en el trono.
Si bien posee una formación militar, no le interesa sumar territorios al Imperio, por medio de la guerra. Prefiere mantener la paz usando una estrategia defensiva. Se limita a levantar murallas (se conservan intactas en el Sur de Inglaterra) con el fin de desalentar a probables enemigos, y a vigilar las extensísimas fronteras imperiales. De inteligencia brillante, le gusta escribir, filosofar, y defender a los más vulnerables (Trabaja en leyes que favorecen las condiciones de vida de los esclavos hasta que aquellos consiguiesen la categoría de "liberto", o sea la libertad). No pierde de vista el patrimonio público. Es más, lo administra como si fuese un experimentado economista.
Ama todo lo bello, en especial, expresiones artísticas de la civilización griega. Dicha afición, lo lleva a residir largas temporadas en Atenas. Viajero incansable. Agudo observador, tiene debilidad por la arquitectura: le atrae diseñar y construir edificios.
Bajo su dirección se restaura el Pantheon de Roma (había sido destruido por un voraz incendio). Erige templos al pie de la Acrópolis Ateniense, también, fortalezas, puentes y palacios. ¿Su obra más anhelada? La Villa que estamos a punto de conocer.

Retratos de una obsesión


A propósito. Ud. ¿cómo la imagina? Le adelanto que no se ajusta a los cánones de una villa tradicional. ¿Por qué? Le respondo. Adriano pretende reunir en ella, panoramas, escenarios, edificaciones, obras de arte que reproduciesen aquello que -en sus innumerables viajes- lo había deslumbrado. Es decir, convierte la Villa en un álbum fotográfico, que "hojea" cada vez que lo domina la nostalgia. Su comportamiento no tiene nada de raro. Es de una simplicidad apabullante. ¿Acaso, nunca le sucedió, después de unas vacaciones?
Estoy segura de que sí, ya que ningún viajero parte sólo para enviar postales o agendar paisajes. Un viajero recoge polvo en los ojos, en los zapatos, en la ropa, en el alma.
Al regresar, la memoria agrupa las partículas de polvo y vuelve a transformarlas en casa y castillos de piedra; en arena de playas, en lechos de ríos o desiertos; en templos, obeliscos, pueblos fantasmas o ciudades de cemento.
Adriano, con la convicción de alcanzar esa meta, inicia en el 118 d.C. la construcción de la Villa, y prosigue agregando "recuerdos de viaje" a lo largo de 20 años. ¿Los arquitectos responsables de tremenda empresa? Anónimos desconocidos. Sus nombres no figuran en textos de la época. Claro que hay una razón. El único artífice del proyecto es el propio Adriano. Bien es hora de saber cómo "era" en su etapa de mayor esplendor.
La Villa Imperial ocupa 300 hectáreas. Cuenta con 120 habitaciones, salones y galerías ricamente ornamentadas. ¿Estilos de la decoración?
Variados. Se entrelazan la sensualidad de Egipto, el misterio de Oriente y la perfección de las esculturas griegas.
Cubren los muros: frescos, mármoles y paneles de marfil. Abundan los estucos revestidos con láminas de oro y las paredes de alabastro capaces de "capturar" en su interior la luz del sol.
Debía ser fantástico ser uno de los huéspedes del emperador. Tener la ocasión de asistir a una representación en el Teatro Marítimo (estaba ubicado en una isla artificial en medio de un lago). O concurrir a las Termas y disfrutar de los baños o de una sesión de masajes. O, tal vez, participar de un banquete, recostado sobre uno de los divanes del "Triclinium". ¿Que dada las circunstancias los platos que componían el menú podrían haber sido poco convencionales? Nada de eso, por el contrario. El emperador piensa que sus compatriotas "se atiborran de hortalizas, se inundan de salsas y se envenenan con especies. Comer demasiado -afirma- es un vicio romano. Yo fui siempre sobrio, pero, con un toque de voluptuosidad". Frases que ayudan a captar su modo de manejar las sensaciones, hasta las más elementales.
Bien, sigamos recorriendo la Villa sin olvidar un detalle: el transcurrir del tiempo hizo estragos en el complejo. Los techos se derrumbaron. Desaparecieron los mosaicos, precipitaron las columnas y las galerías. Todo fue corroído, degradado. Poco importa. La magia persiste y conmueve, extrañamente, al visitante, quizá, porque el alma atormentada del emperador no ha decidido aún abandonarla y deambula por los caminos solitarios.

El Canope


Es el monumento más impactante de la residencia, y el lugar que acoge los sentimientos más profundos y secretos de Adriano. Amigo lector, para que entienda de qué se trata, le informo que Canope fue una antigua localidad egipcia -la actual Abukir- situada a unas 15 millas de Alejandría, en la desembocadura del Nilo. La sugestiva belleza de la ciudad, los vientos tibios del mar, el floreciente valle que la rodea, y en especial, el templo de Serapis -una divinidad que merced a sus oráculos curaba los males del cuerpo y del espíritu- la transforman muy pronto en un boom turístico.
Como consecuencia sus zonas costeras se pueblan de albergues, negocios, tertulias que frecuentan alejandrinos, cortesanas y extranjeros ávidos de aventuras. Todo, y en particular, la atmósfera que allí reinaba, el emperador desea re-crear en su Villa. Para lograrlo manda excavar una enorme superficie, que repleta de agua, representa al río antes mencionado (En realidad se ve igual a una larguísima piscina de mármol).
En las "riberas" distribuye edificios -en menor escala- idénticos a los de Canope. Agrega colinas de utilería, una magnífica exedra, dioses paganos, Cariátides (de más de 2 metros de altura) y "extras": hermosas esclavas egipcias y bailarinas que circulan entre los invitados.
¿Lo más digno de destacar? El templo, que en esta ocasión, no se erigió en honor a Serapis, sino a la memoria de Antinoo, el favorito del emperador. Un joven que muere ahogado durante una travesía por el Nilo.
Luego de esa tragedia, Adriano jamás volvió a ser el mismo. Es, a partir de entonces, un hombre entregado a la depresión y a la melancolía.
Agobiado por el dolor, cierra -definitivamente- su álbum fotográfico:
la Villa, y se abraza a su única obsesión, la que aún lo hace vibrar:
Antinoo, hasta el día en que su vida se apaga, también.
Le previne que resulta casi una herejía visitar la residencia imperial, sin tener presente a su dueño. Sin duda, hubiésemos admirado la imponente edificación, el anfiteatro, las Termas, el Ninfeo, las estatuas, los espejos de agua, los pinos que corren paralelos a la muralla en parte inexistente de la más suntuosa Villa que el mundo haya conocido, pero, no habríamos interpretado el significado, y la trascendencia, que le otorgó Adriano. La de ser un cofre, en el que el hombre más poderoso del Imperio atesoraba recuerdos y sueños. Sueños casi imposibles, que él se atrevió a convertir en realidad.

Current Date/Time 2

Enlaces relacionados

 
 


quienes somos| colaborar | publicidad | estadísticas | contactar | patrocinadores

©Agamador & Tiresias. Asociación cultural CULTURACLASICA.COM
asociacion@culturaclasica.com