La
enseñanza
vive
momentos
de
zozobra
e
inquietud
convertida
en una
gigantesca
barca
que
navega
en las
aguas de
la
inercia
y la
buena
voluntad.
Se
comenzó
el curso
con
novedades
y
acabará
con
otras,
que
intentan
enmendar
las
primeras.
En tan
corto
espacio
de
tiempo y
con la
presteza
del fin
de curso
crece la
incertidumbre.
La
progresión
aritmética
del
ánimo
hacia
abajo se
suma en
aquellos
que
imparten
lenguas
clásicas,
casi los
últimos
románticos,
los
últimos
conscientes
de que
su
quiebra
se
avecina
cercana
a la
extinción.
La luz
roja
parpadeante
de
alarma.
En la
hasta
ahora
penúltima
reforma
de la
enseñanza
el latín
y el
griego
fueron
tocados
de
muerte.
No era
propio
del
nuevo
pragmatismo
didáctico
y de las
teorías
de
psicólogos
teóricos,
de
espaldas
a la
propia
enseñanza
práctica
(docentes),
que una
lengua
muerta
(qué
menosprecio)
ocupara
un lugar
destacado
en la
enseñanza
española
(¿es
políticamente
correcto
escribir
esta
palabra?).
Un
amigo,
en un
arrebato,
decía
que lo
querían
quitar
porque
los
teóricos
habían
sufrido
el latín
en
colegios
de
curas.
Sin
embargo,
gracias
al latín
un
ministro
franquista
que
propugnaba
“más
gimnasia
y menos
latín”
era
egabrense
como
natural
de Cabra
y no
otra
cosa.
Los
propios
de Jaén,
por los
andamios
de la
etimología
y el
empeño
de un
político
decimonónico,
comenzaron
a ser
giennneses,
que era
como de
más
lustre
que
jienenses.
De forma
particular
el Latín
fue una
cruz en
su
momento,
no lo
negaré,
hasta
que por
fin mi
intelecto
adolescente
puso en
orden
los
rosa-rosae
y los
ablativos,
las
desinencias
de
pretérito.
Resultó
un gran
esfuerzo,
que
agradezco
porque
me ayudó
a poder
visitar
mi
propia
lengua
desde
arriba,
como a
vista de
pájaro.
Creo que
esto en
términos
técnicos
se llama
desarrollo
de la
capacidad
abstracta
y claro,
en una
reforma
práctica
no tenía
cabida
la
milonga
de cosas
para el
futuro,
no
inmediatas.
¿Cómo
estudiar
algo de
lo que
no
puedes
hablar
el fin
de
semana
con tus
colegas?
Es una
exageración
a modo
de
exemplum.
Por
cierto,
ninguno
de mis
profesores
de esta
lengua
clásica
fue cura
y creo
que ni
siquiera
beato.
En sus
clases
me
arraigaron
el amor
a la
lengua,
principios
democráticos
en
palabras
como
Senado,
gusto
por los
viajes y
la
aventura
moderada
leyendo
las
desgracias
del
pobre
Ulises y
cariño a
la
historia
que
ocultaban
entre su
significado
las
palabras.
No sé si
tales
datos
“sirven”
para
justificar
una
necesidad.
Luego
llegó
otra
reforma,
que
parecía
dar
cierto
oxígeno
a las
lenguas
clásicas
y ahora
parece
que todo
se
desacelera
otra vez
para
cambiar
y visto
lo visto
uno ya
no sabe
si es
mejor
que la
virgencita
los deje
como
están,
si se
hacen el
corte
ese
japonés
en el
abdomen
o beben
un poco
más para
cantar
aquello
de la
canción
del
olvido.
Releo a
Cicerón
otra vez
y me
encuentro
lo de la
paciencia:
Quosque
tandem…?
No me
digan
que no
se
acuerdan
o que no
lo
saben.
El
ochenta
por
ciento
de las
palabras
escritas
en esta
columna
procede
del
latín.
Incluso
se puede
chatear
en esa
lengua:
www.culturaclasica.com.
No todo
está
perdido,
a lo
mejor
con el
diálogo… |