Si
impresionante
resulta
la
catedral
compostelana
de día,
con el
bullicio
de
fieles,
peregrinos
y
visitantes,
imaginen
la
grandiosidad
del
templo
por la
noche,
con el
sonido
del
órgano
para el
disfrute
de tan
sólo
media
docena
de
privilegiados.
Ahí es
cuando
realmente
se
aprecia
la
inmensidad
y el
espíritu
que con
tanto
fervor
ha
llevado
a los
fieles a
peregrinar
a
Compostela
desde el
siglo IX,
cuando
el
obispo
de Iria
Flavia
Teodomiro
descubrió
la tumba
de
Santiago
el
Mayor.
Sólo un
reducido
equipo
de
Informe
Semanal
y el
rumor de
alguna
de las
máquinas
limpiadoras
del
solado
de la
seo
compostelana,
rompen
los
cientos
de
sensaciones
que
adivinan
los
sentidos
antes de
entrar a
las
excavaciones
realizadas
bajo el
subsuelo
de la
basílica
santiaguesa.
El
arqueólogo
y
conservador
del
Museo
Catedralicio,
José
Suárez
Otero,
necesita
de la
ayuda de
este
redactor
y el
fotógrafo
de EL
CORREO
para
levantar
las
pesadas
rejillas
de
bronce
que dan
acceso a
la
escalera
que
lleva a
las
excavaciones,
realizadas
entre
los años
1946 y
1959 en
distintas
fases
por
Manuel
Chamoso
Lamas,
quien
aprovechó
la
eliminación
del
antiguo
Coro y
la
realización
de la
actual
pavimentación
para
hacer
los
estudios
arqueológicos
de los
que
hemos
disfrutado.
"¡Cuidado
con la
cabeza!'',
nos
avisa
José
Suárez,
ya que
en la
mayoría
del
recorrido
la
altura
del
techo no
supera
los 180
centímetros
y en
algunos
puntos
apenas
es de 60
o 70
centímetros.
Teodomiro
y los
Sisnando
Da
igual,
entre
coscorrón
y
coscorrón
Suárez
Otero
nos
muestra
los
restos
que aún
se
conservan
de la
muralla
y una de
las
torres
que
fortificaban
el
Locus
Sancti
Iacobi,
obras
que se
atribuyen
al
obispo
Sisnando
II a
mediados
del
siglo X,
aunque
al
parecer
su
antecesor
y
predecesor
de
Teodomiro,
Sisnando
I, ya
había
trasladado
la sede
obispal
a este
lugar e
iniciado
parte
del
amurallado.
Como
señala
Suárez
Otero,
el
trabajo
de
excavación
siempre
consta
de dos
vías
complementarias,
ambas en
este
caso
iniciadas
por
López
Ferreiro:
una
documental,
continuada
por
Fernando
López
Alsina,
y otra
arqueológica,
seguida
por
Chamoso
Lamas,
monseñor
Guerra
Campos y
nuestro
cicerone.
Pero
vamos a
adelantarnos
un poco
en el
recorrido
para
salir de
nuevo a
la
superficie
y
regresar
al
subsuelo
entrando
por la
nave de
Platerías,
justo al
lado de
donde se
expone
la
lápida
que
cubría
el
sarcófago
en el
que fue
sepultado
Teodomiro
y que
constituye
la
primera
prueba
física,
al
margen
de las
documentales,
que
demostraron
el
hallazgo
de la
tumba
apostólica
por el
obispo
de Iria
Flavia.
Ara a
Júpiter
En ese
lado de
las
excavaciones
se
encuentra
un
habitáculo,
que
podría
haber
sido una
terma,
que
demuestra
que los
primeros
pobladores
de
Santiago
se
instalaron
en este
lugar en
la
segunda
mitad
del
siglo I
después
de
Cristo.
Hay
restos
cerámicos
que así
lo
demuestran
y, sobre
todo, un
ara
dedicada
a
Júpiter
—más que
ara,
exvoto—
que está
reutilizado
e
incrustado
en un
muro
datado
muchos
siglos
después,
el que
se creó
en la
alta
Edad
Media
para
construir
la cerca
del
monasterio
de
Antealtares.
El
ara a
Júpiter
es un
hecho
cultual
—de
culto—
relacionado
con el
poblado
inicial
romano.
También
referencias
documentales
del
siglo
XVI a
estelas
funerarias
que
estarían
en
relación
con la
necrópolis
romana
de los
siglos
II a IV,
así como
canalizaciones
de agua
que
podrían
corresponder
a esa
época.
También
se
aprecian
tabiques
romanos
reutilizados
y
reforzados
con
otras
paredes
adosadas
para
poder
soportar
el paso
del
tiempo.
Las
características
de este
cementerio
realizado
por
extranjeros
de
cultura
romana,
no
originales
de las
culturas
existentes
entonces
en
Galicia,
se
corresponden
con el
mausoleo
del
Apóstol,
que se
data
entre
final
del
siglo I
y
principios
del II.
Parte
de esa
primera
construcción
romana
también
sirvió
de base
para el
primer
palacio
episcopal
de
Santiago,
ordenado
construir
por
Sisnando
I para
trasladar
la curia
de Iria
a
Santiago
y fijar
en él su
residencia,
que
posteriormente
también
ocuparía
Sisnando
II.
Un
poco más
al fondo
se halló
el
enterramiento
de
Teodomiro,
en un
sarcófago
de
granito
cubierto
por una
lápida
con la
lauda a
este
obispo y
que hoy
permanece
expuesta
en el
lado
derecho
de la
nave de
Platerías.
Su tumba
está
ubicada
sobre
una
antigua
necrópolis
datada
entre
los
siglos V
y VII,
ya que
bajo
ella se
encuentra
restos
de otros
enterramientos
con
ladrillo.