Año
218
a.C.:
dos
legiones
romanas
bajo
el
mando
de
Cneo
Escipión
desembarcan
por
sorpresa
en
la
península
Ibérica.
Tienen
como
objetivo
cortar
las
vías
de
suministro
de
los
cartagineses,
una
estrategia
más
en
el
transcurso
de
la
segunda
guerra
púnica,
que
enfrentó
a
Roma
y a
Cartago
por
el
control
del
Mediterráneo
occidental.
Será
el
primer
movimiento
en
un
larguísimo
proceso
que
culminará
con
la
invasión
y la
colonización
de
Hispania,
uno
de
los
territorios
más
codiciados
por
Roma,
y
uno
de
los
últimos
en
someterse
totalmente
a su
poder.
Fueron
necesarios
dos
larguísimos
siglos
de
lucha
sin
cuartel
para
doblegar
el
ánimo
belicoso
e
inquebrantable
de
íberos,
celtíberos,
lusitanos,
cántabros…
En
ese
tiempo,
la
potencia
latina
utilizó
el
suelo
hispano
como
escenario
de
sus
guerras
civiles
y
como
fuente
inagotable
de
recursos
naturales
y
humanos
para
el
Imperio.
Debido
a
ello,
la
península
fue
completamente
romanizada
y la
impronta
latina
terminaría
por
definir
el
carácter
de
los
habitantes
de
estas
tierras.