El
componente
"irreal"
y
"misterioso"
de las
ciudades
que
aparecen
representadas
en obras
del arte
occidental
a lo
largo de
la
historia
es el eje
que
inspira
la nueva
exposición
del
Centre de
Cultura
Contemporània
de
Barcelona
(CCCB),
'La
ciudad
que nunca
existió.
Arquitecturas
fantásticas
en el
arte
occidental',
comisariada
por Pedro
Azara. La
muestra,
que se
presenta
a partir
de mañana
y hasta
el 1 de
febrero
de 2004,
es una
coproducción
del CCCB
con el
Museo de
Bellas
Artes de
Bilbao.
Un total
de 80
obras de
arte
integran
esta
nueva
muestra,
en la que
se
presentan
por
primera
vez unos
10
frescos
pompeyanos
procedentes
del Museo
Arqueológico
de
Nápoles.
El
conjunto
de obras
que se
incluyen
en la
exposición
incluyen
la
pintura,
el
dibujo,
la
fotografía
y las
instalaciones,
aunque el
núcleo
central
fira en
torno al
género
del
capricho
arquitectónico,
entre los
siglos
XVI y
XVIII.
Además de
los
frescos
pompeyanos,
se
muestran
obras de
autores
de las
principales
escuelas
europeas
como
Monsu
Desiderio,
Vredeman
de Vries,
Van
Delen,
Codazzi,
Francisco
Gutiérrez,
Marieschi,
Bellotto
y Hubert
Robert,
así como
piezas de
artistas
de las
vanguardias
históricas
como De
Chirico,
Mario
Sironi,
Paul
Klee,
Paul
Delvaux,
Leon
Spilliaert
y Fernand
Léger.
La
exposición
recorre
también
el tramo
contemporáneo
de la
historia
del arte
y la
huella
que en él
ha dejado
también
el género
del
capricho
y el tema
de las
arquitecutras
misteriosas.
Así, se
presentan
obras de
autores
como José
Manuel
Ballester,
Ann
Veronica
Janssens,
Catherine
Yass,
Miquel
Navarro,
Olivo
Barbieri,
Cristina
Iglesias
o
Perejaume,
entre
otros.
UN GENERO
POCO
ESTUDIADO
El
comisario
de la
muestra,
Pedro
Azara,
resaltó
la
importancia
de la
presencia
del
género
del
capricho
en la
exposición
ya que se
trata de
obras
"poco
estudiadas"
y de las
que se
han
realizado
pocas
exhibiciones.
Se trata
generalmente
de obras
que se
mantienen
"almacenadas"
o
colgadas
en
pasillos
de
instituciones,
explicó
Azara.
Definió
el
capricho
como un
"movimiento
anímico o
fuerza
interior
que
despierta
en los
artistas
y que les
mueve a
plasmar
rápido
imágenes
súbitas".
Se trata
de una
corriente
que a
finales
del siglo
XV,
recogiendo
las bases
de la
teoría
neoplatónica,
pretendía
presentar
a los
artistas
ya no
como
artesanos
sino como
autores
de obras
imaginativas.
Otra
definición
para el
género
del
carpicho,
según
Azara,
sería la
que
describe
este tipo
de obras
como
"pinturas
realizadas
de forma
académica
pero que,
sin
embargo,
muestran
escenas
irreales
o
imaginativas".
De este
género
surgió el
"capricho
arquitectónico"
--presente
en la
muestra--,
que se
caracteriza
en
algunas
obras por
el
"marcado
carácter
ilusorio"
con
"pintadas
sugeridas
a base de
brochazos",
dijo
Azara.
AUTORIA
DUDOSA
La
autoría
de estos
cuadros
es
normalmente
"dudosa"
y,
mayoritariamente,
se trata
de la
obra de
artistas
"caídos
en el
olvido"
aunque
"todavía
peuden
hablarnos
de temas
que nos
son
cercanos".
Este
género
aparece
en un
momento
en el que
"el mundo
se
ensancha
súbitamente"
y estas
pinturas
muestran
este
proceso,
presentado
"territorios
inexplorados".
Azara
defendió
la
exposición
como un
intento
de
"reflexión
a cerca
de lo que
éste
género
nos
aporta" y
una forma
de
mostrar
como el
capricho
representa
"ciudades
que nunca
existieron"
o
"visiones
de
arquitecturas
y
ciudades
que
adquieren
un
carácter
ilusorio".
Muchos de
sus
autores
eran
arquitectos
y
escenógrafos
que
buscaban
"convertir
el mundo
en algo
fantasioso
e
inexistente",
añadió el
comisario.
El
carácter
irreal de
las
ciudades
representadas
viende
dado por
el hecho
de que
"están
desubicadas
espacial
y
temporalmente",
explicó
Azara,
para
quien la
exposición
es
también
una
ocasión
para
descubrir
autores
"desconocidos"
y
observar
la
evolución
del
género
que llegó
incluso a
los
autores
contemporáneos,
"que han
reflexionado
sobre
nuestro
lugar en
el
mundo".
Dividido
en siete
espacios
diferenciados,
el
espacio
expositivo
presenta
las
piezas de
forma
sencilla,
intentando
dar la
sensación
que el
propio
espacio
es una
proyección
del que
nos
muestran
los
cuadros.
El juego
con la
música
crea un
"entorno
de tumba,
de
escenario
del más
allá y de
logia
masónica"
para
"desubicar
al
visitante
y mostrar
la
fragilidad
del ser
humano",
concluyó
Azara. |