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26/11/2003

Arantza Alonso ● www.la-verdad.com

Julióbriga. La ‘ciudad fortificada de Julio’ llegó a ser la capital de la comarca cántabra donde se ubica. Cinco siglos después, aún guarda varias de sus joyas
VIGÍA DE PIEDRA. Una iglesia de curiosa construcción preside las casas de Retortillo, en el valle de Campoo.

La influencia de la cultura romana en la Península Ibérica no respondió exclusivamente a una conquista irrefutable de una tierra sin dueño permanente, testigo de una sucesión de oleadas de diferentes pueblos. El Derecho romano, la lengua latina o la religión cristiana son la herencia que nos dejaron escrita los descendientes de Julio César, así como numerosas obras arquitectónicas. Si el acueducto es un símbolo que sella la ciudad de Segovia, y los visitantes de Mérida guardan en el recuerdo su teatro, el yacimiento arqueológico de Julióbriga, en Cantabria, resalta exultante entre los restos romanos hallados en esta comunidad.

La ‘ciudad fortificada de Julio’ es vigilada por el pueblo de Retortillo, en el valle de Campoo, con el aire impertérrito de aquellos a los que no alcanza la brisa del mar. Rodeada de altas montañas, Julióbriga ostentó en la era romana el privilegio de ser la capital de la comarca, pero fue destronada por Reinosa. A partir del siglo 19 a. C., los romanos fundaron ciudades en zonas estratégicas donde habían tenido lugar conflictos de gran envergadura, como las Guerras de Augusto contra los cántabros. Por ello, cuatro siglos más tarde, decidieron robar veinte hectáreas al sur de Cantabria, de las que sólo una ha sido resucitada por varias excavaciones durante la pasada centuria.

Una casa noble bautizada como ‘La Llanuca’, un templo y la plaza pública son, entre otras piezas, los testigos que luchan contra el olvido de aquel asentamiento civil. Edificios como ‘La Llanuca’, que se extienden a partir del siglo I a.C., responden al prototipo de arquitectura doméstica que se reproduce por las áreas periféricas del Imperio de Roma.

Tumbas y sarcófagos

Desde esta vivienda hasta la iglesia románica de Santa María, está diseñado un patrón importado por los invasores, las avenidas porticadas, que escoltan a otra típica vivienda romana. En las inmediaciones del centro religioso, que fue levantado en el siglo XII, descansa una necrópolis medieval escondiendo tumbas de lajas y sarcófagos de piedra.

Desde una altura de más de 900 metros, mientras se observan en el horizonte los movimientos de las aguas del pantano del Ebro, los numerosos descubrimientos mobiliarios, como anillos y colgantes de cerámica de lujo, y una plaza pública, en torno a la que se desarrollaba la vida de la ciudad, invitan a dibujar la existencia de unos conquistadores cuyo tesoro legado, treinta siglos después, continúa caminando de la mano de la insaciable curiosidad de los arqueólogos.

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