Después
de
siglos
de
leyendas
en torno
a la
famosa
Cueva de
Hércules,
los
precisos
informes
de los
técnicos
han
venido a
deshacer
un mito
envuelto
en halos
mágicos
y
nigrománticos.
En el
siglo de
Internet
y las
nuevas
tecnologías,
la
realidad
ha
venido a
informarnos
que el
mito son
depósitos
hidráulicos
que
construyeron
los
romanos
para uso
doméstico
TOLEDO.
Ante la
noticia
de que
la
Comisión
Ejecutiva
del
Consorcio
de la
Ciudad
de
Toledo
ha
aprobado
recientemente
la
primera
fase de
rehabilitación
de la
Cueva de
Hércules,
el
cronista
se
pregunta
un tanto
perplejo
si la
Cueva de
Hércules
existió
realmente
o se
trata
nada más
y nada
menos
que de
una de
tantas
leyendas
que van
pasando
de unas
a otras
generaciones
de
toledanos.
Después
de
investigaciones
muy
serias y
con la
aportación
de
sólidos
argumentos
de
ingenieros,
Carlos
Fernández
Casado y
José
Antonio
García
Diego
han
logrado
deshacer
un mito
que
durante
muchas
generaciones
de
toledanos
se ha
ido
transmitiendo
de
padres a
hijos
sin que
nadie
hasta
ahora
consiguiese
desmentirlo:
el de la
cueva de
Hércules.
Envuelta
en el
ropaje
de la
poesía y
aún de
la
historia
-en
Toledo
nunca se
sabe
dónde
acaba la
historia
y dónde
comienza
la
leyenda-
esta
fábula
de la
cueva de
Hércules
anda
impresa
en cien
libros
sobre la
Imperial
Ciudad.
Llegó a
decirse
que
desde el
desaparecido
templo
de San
Ginés
llegaba
hasta el
Tajo y
aún más
allá.
Aseguraban
unos
escritores
que fue
Hércules
quien la
cavó;
otros,
que los
romanos
de
tiempos
de
Aníbal;
un
clérigo
afirmó
que fue
parte de
un
templo
fenicio;
en la
Edad
Media se
dijo que
en ella
se
reunían
magos y
hechiceros.
En 1546
el
cardenal
Martínez
Silíceo
quiso
acabar
con la
leyenda
y la
mandó
explorar;
en 1851
bajaron
unos
jóvenes
deseosos
de
aventuras
y no
vieron...sino
una
estancia
de
quince
metros
de larga
por diez
de
ancha,
no muy
profunda.
Otras
personas
la
exploraron
también
durante
los
últimos
años.
Ninguno
pasó de
allí
porque
no podía
pasar;
no había
galerías,
ni
pozos,
ni
escondidos
tesoros,
ni
misteriosos
laberintos,
como
afirmaba
la
fantasía
popular.
En un
estudio
publicado
el año
1973,
Carlos
Fernández
Casado
llegó a
la
conclusión
de que
la cueva
de
Hércules
era
sencillamente
el
depósito
final
del
abastecimiento
romano
de aguas
a Toledo
que
empezaba
en la
presa de
Alcantarilla
y tras
de
recorrer
38
kilómetros
cruzaba
el Tajo
por un
acueducto
del que
se
conservan
aún los
estribos.
Y más
recientemente
José
Antonio
García-Diego,
en una
monografía
sobre el
tema,
publicada
en la
revista
de Obras
Públicas,
con
abundante
aportación
monumental,
confirma
esta
tesis y
la
demuestra
sobradamente.
Aparte
de que
la
prolongación
del eje
del
acueducto
casi
coincide
exactamente
con el
emplazamiento
de la
«cueva»,
la cota
de aquel
es es
diez
metros
más alta
que la
de ésta;
situada
en lo
que fue
Judería
Menor,
barrio
denominado
«Alcaná»
o «El
Alcaná»,
vocablos
derivados
de «el
canal».
La
fábrica
de los
arcos y
elementos
que se
conservan
en la
«cueva»
es, por
supuesto,
romana.
García-Diego
describe
incluso
cómo
sería en
sus
tiempos
este
depósito
terminal
o «castellum»
romano y
termina
su
trabajo
diciendo:
«La
hipótesis
sobre la
función
de la
obra
parece
completamente
comprobada.
Si se
quiere
saber
más o
incluso
poder
estudiar
y
también
mostrar
al
público
un tipo
de
estructura
hidráulica
romana
poco
corriente
bastaría
hacer
excavaciones
de coste
muy
moderado
y que no
tendrían
por qué
afectar
a los
legítimos
intereses
de los
propietarios
de las
casas en
que los
restos
de la
obra se
encuentran;
ello sin
más que
proyectar
una
entrada
independiente
e
indemnizar
por
superficies
de poca
entidad».
Interesante
sugerencia
que, de
llevarse
a la
práctica,
completaría
el
conjunto
de
monumentos
romanos
que
Toledo
ofrece
hoy al
visitante.