No es
una
frase
hecha.
En el
Imperio
sí
tenían
algunas
manías
más que
peculiares.
¡Hasta
hacían
la mili!
Los
romanos
tenían
su
servicio
militar,
aunque
no fuera
obligatorio
(muchos
preferían
hacerlo
porque
era
menos
duro que
trabajar
en el
campo).
Su
preparación
nos
recuerda
a los
marines
de hoy
en día.
Debían
llevar
un
escudo
dos
veces
más
pesado
de lo
normal y
una
espada
que
pesaba
el
doble.
Tenían
que
luchar
contra
un poste
como si
éste
fuera un
enemigo
y
ejercitaban
la
marcha.
La vida
en un
campamento
romano
tampoco
era nada
fácil.
Los
reclutas
tenían
que
aprender
a
construirlo,
ya que
en
tiempo
de
guerra
era el
único
lugar en
el que
podían
estar
seguros.
Éstos
siempre
eran
iguales,
así que
cada
soldado
sabía de
antemano
cuál era
su
posición.
Incluso
no
dudaban
a la
hora de
establecer
las
tareas.
Se ha
encontrado
un
horario
de un
campamento
del 87
d.C. en
el que
se
especifica
la hora
de
barrer,
limpiar
o lavar
la ropa.
Sí está
demostrado
que
todos
los
soldados
sentían
una gran
devoción
por
César,
un ser
tan
ambicioso
que no
dudaba
en
ponerse
a llorar
porque a
su edad
Alejandro
Magno ya
poseía
un gran
imperio.
Ni
cuando
él mismo
lo tuvo,
la
ambición
le dejó
vivir en
paz,
señala
Plutarco.
Es
cierto
que su
legión
preferida,
tal y
como
aparece
en el
cómic,
era la
décima,
y que
los
romanos,
acostumbrados
a
planificar
al
detalle
sus
ataques
y modos
de vida,
sentían
especial
terror a
las
emboscadas
con las
que les
acechaban
los
galos y
los
hispanos.
Tanto es
así que
muchos
jóvenes
romanos
presentaban
pretextos
que
entraban
en el
terreno
del
tabú,
para no
tener
que
luchar
contra
ellos.
Aunque
más
fobia
que
luchar
contra
ellos
les daba
bailar.
Su
jornada
laboral
No
importa
si era
rico o
no. Un
romano
jamás
podía
levantarse
tarde. Y
con más
razón si
se
trataba
de un
patrón,
destinados
a
prestar
ayuda al
resto de
ciudadanos
y a
recibirlos
en su
domicilio
incluso
antes de
que
hubiera
amanecido.
Un
ritual
que,
para más
sufrimiento,
se
llevaba
a cabo
en
ayunas y
podía
prolongarse
durante
no menos
de dos
horas,
hasta
las ocho
de la
mañana.
Lo
curioso
es que
después
tampoco
había
tiempo
para
comer,
puesto
que
había
que
continuar
ya en el
trabajo
hasta,
por lo
menos,
las
11.00 de
la
mañana.
Eso sí,
si se
trataba
de un
patrón
mediocre,
porque
los
prestigiosos
no
probaban
bocado
hasta
las dos
del
mediodía.
Y eso
que una
hora
antes ya
se
dejaba
de
trabajar,
pero
entonces
comenzaba
el
tiempo
dedicado
a hacer
deporte,
tomar un
baño, o
ambas
cosas.
Era,
pues, al
llegar
la
novena
hora
cuando
llegaba
el
verdadero
relax.
Ya se
podía
comer
algo y,
además,
dejarse
caer en
divanes
repletos
de
almohadones.
Se
iniciaba
así un
periodo
de
tiempo
que
podía
incluso
sobrepasar
el de la
propia
jornada
laboral.
Julio
César
odiaba
ser
calvo
“Se
hacía
depilar
y estaba
apenado
a causa
de su
calvicie
porque
provocaba
bromas
entre
sus
detractores”,
así
define
Suetonio
a Julio
César
del que
también
dice que
“se
peinaba
hacia
delante
sus
escasos
cabellos
y entre
todos
los
honores
que le
habían
concedido
el que
prefería
era
lucir
una
corona
de
laurel”.
Era
alto,
blanco y
con los
ojos
negros y
vivos.
Su nariz
no era
tan
aguileña
como en
el
cómic.
OT nació
en Roma
Con voz
firme y
pulmones
bien
entrenados.
En la
Roma de
César
las
audiciones
eran una
constante,
sin
importar
si se
trataba
de
personajes
famosos
o no.
Bastaba
con
querer
dar a
conocer
las
capacidades
artísticas
en el
foro. Ni
siquiera
falta un
ritual:
hay que
ir bien
peinado
y
ataviado
con una
toga
blanca.
Y la
garganta
se
aclara
con un
vibratio.
Los
ricos,
chalecito
en la
ciudad
De
planta
baja,
con
vistas a
una de
las
principales
calles y
situada
entre
tiendas.
Era el
lugar
idóneo
para las
clases
adineradas,
que
llegaron
a poseer
casi
2.000
casas de
este
tipo en
la
Antigüedad.
Pero más
que por
su
fachada,
poco
agraciada,
estos
palacetes
eran
admirados
en Roma
por su
disposición
interior:
espacios
abiertos,
con gran
luminosidad,
rodeados
de
jardines
y
estanques.
El denso
tráfico
de la
ciudad
parece
quedar
más
alejado
que
nunca.
Ya había
ambiente
nocturno
en Roma
Locales
de moda,
vino a
mansalva
y, sobre
todo,
muchas
ganas de
juerga,
pasando
de una a
otra
fiesta
durante
toda la
noche.
Es la
llamada
cultura
de los
simposios,
muy en
boga
desde la
Grecia
clásica.
El
interés
de las
fiestas
no
decaía
en
ningún
momento,
porque
de eso
se
encargaba
un buen
anfitrión:
flautistas
y
bailarinas
se
encargaban
de
mantener
el
ambiente
mientras
se
disfrutaba
de la
comida y
la
bebida.
Los
hijos
‘pasaban’
de sus
padres
Hay
cosas
que
nunca
cambian.
Según
los
jóvenes
romanos,
cenar en
casa con
los
padres
era una
cosa
destinada
a los
‘chicos
buenos’
y a las
personas
mayores.
Cualquier
joven
romano,
como
muestran
en
alguna
ocasión
los
cómic,
intenta
hacer
alguna
jugada
para no
tener
que
comer en
su casa
y salir
por ahí.
España
ya era
el país
de los
atascos,
el calor
y la
juerga
Ya se lo
dejaban
claro a
Astérix
en una
de las
historietas:
todo el
mundo se
dirige a
Hispania
¡para
disfrutar
del sol
y de los
buenos
precios!
Una
referencia
más de
lo que
es el
turismo
de masas
moderno,
y que
encuentra
uno de
sus
primeros
antecedentes
en la
migración
del
pueblo
helvético
en el
año 58
a.C.,
que
buscaba
tierras
más
cálidas.
Y tan
cálidas,
porque
las
altas
temperaturas
y la
sequía
que
padecía
tradicionalmente
la
meseta
hispánica
ha
estado a
punto de
vencer,
en más
de una
ocasión,
a los
ejércitos
extranjeros
que se
adentraban
en ella.
Eso sí,
a la
hora de
mantener
un
cierto
contacto
con la
población
nativa,
no hay
nada
como la
hospitalidad
de la
que
hacen
gala los
hispanos,
siempre
dispuestos
a tratar
de la
mejor
manera
posible
a los
turistas,
quienes
enseguida
tienen
conocimiento
de la
pasión
que hay
por una
buena
juerga:
carne en
abundancia
y vino
aromatizado
para
todos.
Aunque
también
hay otra
virtud
siempre
asignada
a los
hispanos:
el
coraje.
El
aguante
de
Numancia
frente a
su
intento
de
ocupación
ha dado
lugar
también
a
numerosas
historias
sobre el
coraje
hispano.
Comida
Ya
tenían
cartas
Los
romanos
tenían
cartas
como en
cualquier
restaurante
de hoy
en día.
Su
comida
favorita
era el
jabalí,
que
estaba
reservado
a la
elite.
Utilizaban
laurel
para
darle
sabor.
Lujos
Asia
decora
su casa
Camas
con
patas de
bronce,
telas
preciosas
para las
camas,
cortinas
para
sillas
de mano
y
aparadores
son
parte de
los
lujos en
las
casas de
los
romanos.
Todos
ellos
venidos
de Asia,
como el
aprecio
a los
cocineros.
Eso sí,
el
emperador
tenía
una casa
de lo
más
corriente,
salvo
Nerón
que se
hizo
hacer un
palacio
con todo
tipo de
lujos
que
incluían
un lago
y un
bosque.
Mala
costumbre
Nada de
sentarse
a la
mesa
Los
romanos,
además,
comían
tumbados
en un
diván.
No se
solían
sentar a
la mesa,
y menos
si
pertenecían
a la
nobleza.
Modo de
relacionarse
Tener
iniciativa,
malo
Los
romanos
no veían
bien
tener
iniciativa
si
pertenecían
a la
clase
alta.
Su vida
privada
Celosos
de su
intimidad
Los
romanos
daban
muchas
fiestas
en las
que el
beber
era la
gran
diversión,
aunque
no
faltaran
los
músicos
y las
mujeres.
Otra
cosa era
su casa
a la
hora de
vivir.
En
muchas
ocasiones
casi no
tenían
ventanas
porque
eran muy
celosos
de su
intimidad.
El
jardín
interior
era la
joya de
las
casas.