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10/12/03

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN ● ABC, Madrid

Dioses fieramente humanos
Los dioses fieramente humanos de la tragedia juegan con los destinos de los hombres y se muestran insensibles mientras éstos se debaten tratando de escapar de las sendas que les marcan. Las leyes del fatum son inapelables y la estirpe de Edipo aparece marcada por un sino que la conducirá inevitablemente a la aniquilación. Si la primera parte del «Ciclo tebano» montado por Manuel Canseco en el vigésimo quinto aniversario de Sófocles se ocupaba de la figura de Edipo, en la segunda se desarrolla precisamente la muerte anunciada de esa genealogía maldita. Dos piezas componen esta segunda mitad: «Eteocles y Polinices», para cuya confección Canseco ha unido retales de «Los siete contra Tebas», de Esquilo, y «Las fenicias», de Eurípides, con el fin de establecer un nexo narrativo con «Antígona», de Sófocles, que cierra el ciclo.

«Eteocles y Polinices» desarrolla el enfrentamiento de los dos hijos varones de Edipo por el trono de Tebas y la muerte de ambos, uno a manos del otro y viceversa, en un duelo cuya consumación pone fin al cerco de la ciudad. Cuando su tío Creonte se convierte en dueño de los destinos del pueblo tebano, desencadena la tragedia posterior al ordenar que se dé sepultura honrosa a Eteocles y se deje a Polinices a merced de perros y aves, mandato desobedecido por Antígona, también hija de Edipo, que es condenada por el tirano a causa de ese gesto de piedad y amor fraternal. La iniquidad no tiene fin y una tragedia desencadena otra, pues los torpes seres humanos parecemos estar condenados a repetir una y otra vez los mismos errores, nos viene a decir Sófocles. Tal vez no insistí demasiado en mi comentario a la primera parte del ciclo en el empeño titánico que supone este montaje riguroso, cuidado y de ambición inusual en nuestros escenarios. El esfuerzo de Canseco y su quincena de actores es ciclópeo, pues han puesto en pie un monumento escénico, con alguna caída de tensión, es cierto, pero de dimensiones y aliento formidables; un espectáculo de gran interés por su propuesta de acercamiento al mundo helénico clásico y su voluntad de ofrecer un vigoroso montaje teatral. El espacio escénico y la iluminación son imponentes, y fantástico el vestuario de Lorenzo Collado, armonizando tonos y singularizando personalidades, igual que los coros y el denominado espacio sonoro, que firma el compositor Miguel Tubía. Ya comenté el cuidado puesto por Canseco para subrayar suavemente el carácter ceremonial de la representación sin olvidar por ello la peripecia humana de los personajes, sus pasiones y emociones. La versión de los textos es plástica y eficaz, lo que resulta especialmente patente en la narración de batallas y muertes por parte de los mensajeros correspondientes, pues los autores griegos tenían el buen gusto de ahorrar a los espectadores la visión de sucesos sangrientos. Los actores mantienen admirablemente la tensión y el buen tono conjunto, aunque de justicia es destacar el Tiresias de Ramón Pons, la Antígona de Cristina Juan o el corifeo de Joan Llaneras. Un trabajo serio, instructivo y merecedor de la mejor suerte en el favor del público.

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