ROMA. La
gran
suerte
para las
generaciones
futuras es
que una
gran parte
de la
ciudad de
Pompeya
sigue
protegida
bajo la
ceniza del
Vesubio,
lo cual
permitirá
encontrar
frescos
iguales o
mejores
que los ya
conocidos.
La
vergüenza
de la
generación
actual es
que el
dominio de
la
Camorra,
la mafia
napolitana,
sobre un
yacimiento
arqueológico
único en
el mundo
provoca la
continua
pérdida de
tesoros
irreemplazables,
como el
robo de
los
frescos de
la Casa de
los Castos
Amantes
hace una
semana.
Aunque los
carabinieri
recuperaron
parte de
los
frescos
del gallo
que
picotea
una
granada,
el robo
por
encargo
fue obra
de
delicuentes
comunes,
que
destrozaron
cuatro
escenas,
incluidas
casi la
mitad de
las dos
que se
llevaron.
El
conservador
de
Pompeya,
Giovanni
Guzzo,
teme que
será
imposible
reconstruirlas.
La belleza
mágica de
las ruinas
de Pompeya
impide al
visitante
de un día
darse
cuenta del
drama
subterráneo
que
destruye
poco a
poco un
extraordinario
tesoro de
la
humanidad.
Si bien
sorprende
encontrarse
con tantos
perros
vagabundos
-hay más
de medio
centenar-
buscando
entre las
ruinas los
restos de
comida de
los
turistas,
o
descubrir
que la
mayor
parte de
las
mansiones
visitables
carecen de
vigilantes,
el
verdadero
drama es
inimaginable
para un
turista
ocasional.
Desde hace
veinte
años, los
robos
arqueológicos
son una
plaga cuya
extensión
ni
siquiera
se conoce
pues, a
veces,
nadie «ve»
nada. En
julio de
2001, los
carabinieri
detectaron
una red
que se
había
llevado
toda una
mansión.
Primero
llegó a
Pompeya un
equipo de
técnicos
ingleses
con medios
ultramodernos.
Después,
otro
equipo se
ocupó de
excavar
metódicamente,
embalar
cada
hallazgo y
enviarlo a
Suiza. A
un
siciliano
archiconocido,
uno de
tantos
intermediarios
de arte
robado.
Hace un
año, el
Gobierno
intentó
hacer
frente al
dominio de
las mafias
nombrando
administrador
de Pompeya
a un
general de
aviación,
pero no le
ofreció el
enorme
respaldo
necesario.
Nada más
llegar,
Giovanni
Lombardi,
descubrió
que «el
personal
estaba
competamente
desmotivado,
sin el
mínimo
orgullo.
Noté que
en muchas
casas se
habían
derrumbado
los techos
de
protección,
que muchas
no eran
visitables,
que había
miles de
llaves
pero con
frecuencia
no se
encontraba
la
adecuada y
se rompían
los
candados».
Su
predecesor
dimitió
porque la
mayor
parte del
personal
no le
obedecía,
pues deben
su puesto
a los
«capos»
camorristas
locales.
Al
despedirse,
Giuseppe
Gherpelli
advirtió
que «la
desidia de
tantos
años ha
provocado
pérdidas
enormes.
Se ha
desplomado
el
interior
de los
edificios
más
antiguos.
Se han
caído los
frescos o
se
desvanecen.
En la Casa
del
Laberinto
se ha
perdido el
techo y en
la Casa de
los Vettii
se ha
abierto un
socavón.
Las
plantas
invaden
muchas
áreas y
sus raíces
han roto
mosaicos y
frescos.
La hierba
seca es
otro
peligro.
En 2000
tuvimos
dos
incendios».
El sistema
de
vigilancia
por
cámaras de
circuito
cerrado
nunca
funcionó
por la
oposición
de los
sindicatos
de
vigilantes
que no
vigilan.
El que
instaló el
general
Lombardi
en enero
tampoco
funciona,
pues
alguien
quemó la
cabina
central el
día de la
inauguración.
Tras el
último
robo, el
ministro
de
Cultura,
Giuliano
Urbani,
afirmó que
había
«ordenado
una
investigación
para saber
por qué no
funciona
el sistema
de
control».
Es
innecesaria.
En Pompeya
todos lo
saben,
pero nadie
habla.
Basten
como
ejemplo
las
palabras
de uno de
los
conservadores.
El año
pasado el
conservador,
Giovanni
Guzzo
pronunció
las
siguientes:
«Yo no
digo nada.
Aprecio mi
integridad
física».