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14-04-2003

JUAN VICENTE BOO, ABC, Madrid

La Camorra sitia Pompeya
Después de los robos de dos frescos romanos la pasada semana en Pompeya, la seguridad en este yacimiento arqueológico, una de las joyas del imperio romano, ha quedado en entredicho. En realidad, la Camorra napolitana impone su ley de silencio en toda la zona

ROMA. La gran suerte para las generaciones futuras es que una gran parte de la ciudad de Pompeya sigue protegida bajo la ceniza del Vesubio, lo cual permitirá encontrar frescos iguales o mejores que los ya conocidos. La vergüenza de la generación actual es que el dominio de la Camorra, la mafia napolitana, sobre un yacimiento arqueológico único en el mundo provoca la continua pérdida de tesoros irreemplazables, como el robo de los frescos de la Casa de los Castos Amantes hace una semana.

Aunque los carabinieri recuperaron parte de los frescos del gallo que picotea una granada, el robo por encargo fue obra de delicuentes comunes, que destrozaron cuatro escenas, incluidas casi la mitad de las dos que se llevaron. El conservador de Pompeya, Giovanni Guzzo, teme que será imposible reconstruirlas. La belleza mágica de las ruinas de Pompeya impide al visitante de un día darse cuenta del drama subterráneo que destruye poco a poco un extraordinario tesoro de la humanidad. Si bien sorprende encontrarse con tantos perros vagabundos -hay más de medio centenar- buscando entre las ruinas los restos de comida de los turistas, o descubrir que la mayor parte de las mansiones visitables carecen de vigilantes, el verdadero drama es inimaginable para un turista ocasional.

Desde hace veinte años, los robos arqueológicos son una plaga cuya extensión ni siquiera se conoce pues, a veces, nadie «ve» nada. En julio de 2001, los carabinieri detectaron una red que se había llevado toda una mansión. Primero llegó a Pompeya un equipo de técnicos ingleses con medios ultramodernos. Después, otro equipo se ocupó de excavar metódicamente, embalar cada hallazgo y enviarlo a Suiza. A un siciliano archiconocido, uno de tantos intermediarios de arte robado.

Hace un año, el Gobierno intentó hacer frente al dominio de las mafias nombrando administrador de Pompeya a un general de aviación, pero no le ofreció el enorme respaldo necesario. Nada más llegar, Giovanni Lombardi, descubrió que «el personal estaba competamente desmotivado, sin el mínimo orgullo. Noté que en muchas casas se habían derrumbado los techos de protección, que muchas no eran visitables, que había miles de llaves pero con frecuencia no se encontraba la adecuada y se rompían los candados».

Su predecesor dimitió porque la mayor parte del personal no le obedecía, pues deben su puesto a los «capos» camorristas locales. Al despedirse, Giuseppe Gherpelli advirtió que «la desidia de tantos años ha provocado pérdidas enormes. Se ha desplomado el interior de los edificios más antiguos. Se han caído los frescos o se desvanecen. En la Casa del Laberinto se ha perdido el techo y en la Casa de los Vettii se ha abierto un socavón. Las plantas invaden muchas áreas y sus raíces han roto mosaicos y frescos. La hierba seca es otro peligro. En 2000 tuvimos dos incendios».

El sistema de vigilancia por cámaras de circuito cerrado nunca funcionó por la oposición de los sindicatos de vigilantes que no vigilan. El que instaló el general Lombardi en enero tampoco funciona, pues alguien quemó la cabina central el día de la inauguración. Tras el último robo, el ministro de Cultura, Giuliano Urbani, afirmó que había «ordenado una investigación para saber por qué no funciona el sistema de control». Es innecesaria. En Pompeya todos lo saben, pero nadie habla. Basten como ejemplo las palabras de uno de los conservadores. El año pasado el conservador, Giovanni Guzzo pronunció las siguientes: «Yo no digo nada. Aprecio mi integridad física».

 

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