José Cervera 02/05/2018 www.eldiario.es/retiario

La ciudad romana de Hierápolis tenía una Puerta al Infierno, un lugar donde sacerdotes sacrificaban animales a los dioses de un modo muy particular.

Al poco de entrar los animales en la cueva se desplomaban y morían sin que nadie les tocase mientras los sacerdotes, a su lado, permanecían ilesos.

En el corazón de Anatolia, en la actual Turquía, hay un lugar mágico que se llama en turco  Pamukkale o 'montaña de algodón'. Se trata de una enorme ladera sobre la que caen aguas termales calientes cargadas de carbonatos de tal modo que al enfriarse toda la ladera queda cubierta de un blanco cegador.

Se trata de una maravilla geológica que los romanos también supieron aprovechar: en la parte superior de la ladera hay una ciudad romana llamada  Hierápolis que en tiempos del Imperio era conocida por sus termas. Pero también por otra atracción religioso-turística bastante tenebrosa; Hierápolis tenía una Puerta al Infierno, un lugar descrito por Estrabón donde los sacerdotes sacrificaban animales a los dioses de un modo muy particular que para la época debía resultar aterrador.

El templo era conocido como el Plutonio al estar dedicado a Plutón, dios del inframundo; allí  los sacerdotes se limitaban a entrar con las víctimas, como ovejas, cabras o vacas, en una pequeña cueva natural cuya boca estaba rodeada de gradas para que se pudiese contemplar lo que ocurría. Y lo que sucedía era ciertamente llamativo: al poco de entrar, los animales se desplomaban y morían sin que nadie les tocase mientras los sacerdotes, a su lado, permanecían ilesos. Para los testigos parecía que los dioses seleccionaban a sus víctimas, matando a los sacrificios ceremoniales y perdonando a los encargados del ritual. Sin intervención humana.

Un nuevo estudio acaba de revelar el secreto de la puerta del infierno de Hierápolis, que está conectado con las aguas termales que la hicieron famosa: el vulcanismo. La misma fuerza que calienta las aguas termales de la región libera gases, concretamente dióxido de carbono que se acumula en la pequeña cueva.

En ciertas condiciones, como durante la noche, el CO2 (que es más pesado que el aire) forma una capa sobre el suelo de tal modo que un animal que entra en la cueva se queda sin oxígeno y muere, mientras que un humano de pie mantiene su cabeza por encima de esa capa letal y sobrevive. Una intervención divina mediada por la ciencia.

FUENTE: https://www.eldiario.es/retiario/Puerta-Infierno-Hierapolis_6_766483374.html