Juan Vicente Boo | Roma www.abc.es 17/11/2006

La exposición «Laocoonte en los orígenes de los Museos Vaticanos», que se prolongará hasta el 28 de febrero del año próximo, permite ver también la parte posterior del grupo escultórico.

Volviéndose hacia Miguel Ángel, que miraba asombrado los trozos de mármol cubiertos de tierra sucia, el arquitecto Giuliano da Sangallo exclamó: «¡Este es el Laocoonte que mencionaba Plinio!». Era una fría mañana de invierno y acababan de desenterrar, en las ruinas de las termas de Tito, la única gran escultura griega de la que no sobrevivía ninguna copia. El Papa Julio II della Róvere, que había enviado sus dos mejores artistas a valorar el hallazgo, compró inmediatamente el grupo escultórico para llevarlo a su palacio.

Así nacieron los Museos Vaticanos, que ayer celebraban su 500 aniversario con una gran exposición sobre su primera pieza y el impacto que el «Laocoonte» ha tenido en la historia del arte desde el 1506 (algunos la consideran el primer grito de triunfo del barroco romano) hasta nuestros días, inspirando pinturas surrealistas como el «Laocoon Tormented by Flies» (1965), de Salvador Dalí, o esculturas plenamente abstractas como el «Laocoonte IV» (1995), del valenciano Andréu Alfaro, ambas incluidas entre las 101 piezas de la exposición.

En las termas de Tito
El paseo entre las obras de arte «herederas» de aquel hallazgo permite apreciar desde una copia de la cabeza del sacerdote esculpida por Gian Lorenzo Bernini hasta diseños de Rafael y de Rubens o cuadros de Francesco Hayez hasta llegar a autores contemporáneos. Los Museos Vaticanos han preferido no incluir, en cambio, la parafernalia de su uso en la creación grafica actual, desde los tebeos de Astérix hasta las cubiertas de los discos, pasando por la caricatura política, especialmente en Alemania.

La exposición «Laocoonte en los orígenes de los Museos Vaticanos», que se prolongará hasta el 28 de febrero del año próximo, permite ver también la parte posterior del grupo escultórico, con un acabado perfecto de anatomía, igual que la parte frontal. No es de extrañar que entre las mejores piezas reunidas para esta fiesta destaque una «Cabeza de Ulises» esculpida por los mismos tres artistas de la isla de Rodas -Athenodoro, Agesandro y Polidoro- entre el año 40 y el año 20 antes de Cristo, y recuperada en la gruta de la Villa de Tiberio en Sperlonga.

La escultura descubierta el 14 de enero de 1506 en un socavón de la viña de Felice de Fredis sobre las ruinas de las termas de Tito se fue convirtiendo aquel mismo día en la nueva maravilla de la ciudad. Cardenales, nobles y pueblo llano hacían cola para verla. Según un cronista de la época, «toda Roma iba de día y de noche a su casa, de modo que parecía el Jubileo, hasta el punto que la trasladó a su habitación junto a la cama para tenerla bien guardada».

La compra de Julio II
Los embajadores ante la Santa Sede enviaron enseguida la noticia a sus respectivos países y pronto comenzó una puja internacional entre los nobles de Roma y los principales monarcas de Europa. Viendo que el precio subiría a las estrellas, Julio II cortó la escalada decretando la compra del grupo escultórico y su traslado al Vaticano, donde se construyó el «Antiquarium» del Belvedere para engastarlo dignamente, rodeado de otras estatuas clásicas. La colección creció y creció hasta convertirse en los maravillosos Museos Vaticanos que millones de turistas vienen a admirar cada año, haciendo colas de más de un kilómetro durante los meses de verano.

Han pasado más de tres mil años desde otra mañana fría en que los troyanos descubrieron, sorprendidos, que la flota griega se había hecho a la mar durante la noche, después de una década de asedio infructuoso. Los helenos habían dejado en la playa tan sólo un gigantesco caballo de madera como exvoto a la diosa Atenea para suplicar su ayuda en el viaje de regreso.
Cuando los troyanos, entusiasmados, empezaron a trasladar el caballo a la ciudad como trofeo de guerra, el sacerdote Laocoonte les advirtió que podría ser una trampa del astuto Ulises. «Timeo danaos et dona ferentes» («temo a los helenos, sobre todo cuando hacen regalos»), relata Virgilio en su Eneida. Para que Laocoonte no burlase al destino, Atenea envió dos serpientes marinas que lo devoraron junto con sus hijos al pie del altar.

Perdida en un saqueo de Roma
El grito de dolor de Laocoonte -junto al hijo menor ya moribundo y el otro que intenta escapar- resuena desde 1506 en el palacio del Vaticano. Era la obra maestra de tres escultores de Rodas emigrados a Roma después del saqueo de su isla por el general romano Casio el año 42 antes de Cristo. Plinio el Viejo -muerto en el año 79 d. C. cuando, como almirante de la flota de Baia, intentaba observar de cerca la erupción del Vesubio y socorrer Pompeya-, había escrito en su «Historia Natural» que el famoso grupo escultórico «en la casa del general Tito era superior a todas las pinturas y esculturas. Los sumos artistas Agesandro, Polidoro y Athenodoro de Rodas lo habían esculpido juntos a partir de un bloque único».

1905: ¡Este es el codo!
Tito llegaría a conquistar Jerusalén, coronarse emperador e inaugurar el Coliseo, pero la joya más preciada de su colección artística se perdió en uno de los saqueos de Roma. Pasarían más de mil años bajo tierra hasta que apareció, casi completa el 14 de enero de 1506. Faltaba tan sólo el brazo derecho del sacerdote, pero la historia terminaría bien cuatro siglos mas tarde. En 1905, Ludwig Pollack vio un trozo de mármol tirado en un taller de escultura de Roma, y gritó, casi como Giuliano da Sangallo: «¡Este es el codo de Laocoonte!».