César Fraga 27/12/2006
César Fraga, habitual colaborador en nuestra web, nos ofrece en esta ocasión el tercero de los artículos correspondiente al ciclo LOS SIETE PECADOS CAPITALES: LA PEREZA.
César Fraga 27/12/2006
César Fraga, habitual colaborador en nuestra web, nos ofrece en esta ocasión el tercero de los artículos correspondiente al ciclo LOS SIETE PECADOS CAPITALES: LA PEREZA.
Imagínense la escena: la típica familia de clase media-alta española, el marido en el sofá, pantunflas incluidas, la mujer en la cocina y el hijo jugando en su habitación. Al punto llama el padre al hijo: “¿Qué quieres, papá?”. “¿Me vas a buscar el periódico?”. Y el niño, al que da pena sólo imaginarse la expresión de su faz, responde: “no tengo ganas; ¿por qué no vas tú?”. Y el padre: “Es que me da pereza cambiarme de ropa”. Juzguen ustedes mismos: ¿por qué se nos instala a nosotros, los seres humanos, una sensación de abandono que nos hace quitar las ganas de realizar la más sencilla de las tareas?.
Esa sensación se resume en una sola palabra: PEREZA. La pereza (cf. lat. pigritiam, y este, a su vez, del adjetivo piger = lento, tardío, torpe, pesado) podemos definirla como la negligencia, el tedio o el descuido en las cosas a que estamos obligados (a hacer); también se refiere a la flojedad (o como denominamos en nuestra tierra gaditana, “flojera”), al descuido o a la tardanza en las acciones o movimientos –propios o ajenos-. El origen de este pecado capital (¿deberíamos englobarlo como tal?) es completamente natural: todos los seres vivos que se mueven –incluidos nosotros, faltaría más- tienden a no malgastar energías si no hay un beneficio que no tiene por qué ser seguro e inmediato. Puede ser algo probable o que se obtendrá en un futuro; hay muchos ejemplos de acciones de este tipo: conseguir algo para comer, limpiar (o limpiarse), practicar cualquier hobby para mejorar habilidades, hablar con los demás para establecer relaciones sociales, ayudar a los demás para establecer o mejorar las relaciones sociales, o mantener relaciones sexuales para fortalecer la relación de pareja, acciones completamente cotidianas y habituales en nuestra vida. La pereza es la falta de estímulo, de deseo, de voluntad para atender a lo necesario e incluso para realizar actividades creativas o de cualquier índole; es una congelación de la voluntad, el abandono de nuestra condición de seres activos y emprendedores.
Es considerado “perezoso” o que actúa “perezosamente” aquella persona que renuncia a sus deberes con la sociedad, con la ciudadanía, que abandona su propia formación cultural; la persona que nunca tiene tiempo para leer un libro, para ver una película, para escuchar un concierto, para prestar atención a una puesta de sol. Aquel que tiene pereza de convertirse en más humano. La pereza muchas veces tiene que ver con las temperaturas y las condiciones ambientales en general: no se puede exigir el mismo nivel de actividad a alguien que trabaja en un sitio con veinte grados de temperatura que a otro que tiene que moverse con más de 40 grados.
El mundo greco-latino retrata a la perfección lo que supone ser un dejado o abandonado para con las tareas (obligadas o no) propias de nuestra condición humana: en la Antigüedad, lo que se oponía a la pereza era la actividad, no el trabajo. Para un griego el trabajo era cosa de esclavos, pero nunca hubiese dicho que era mejor la inactividad. Aristóteles se hubiera horrorizado de saber que tendría que trabajar, pero también se hubiese escandalizado de saber que la pereza le impediría ponerse a pensar.
“los hombres están siempre quejosos de sí mismos; desean una cosa y quieren otra, absolutamente como los libertinos que no saben dominarse. En lugar de las cosas que ellos mismos creen ser buenas, prefieren las que son para ellos agradables, pero funestas. Otros, por lo contrario, se abstienen de hacer lo que les parece mejor para su propio interés, ya por cobardía, ya por pereza.”.
ARISTÓTELES, Etica Nichomacho, IX, cap. IV.
El ocio –cf. lat. otium = tiempo libre-, a diferencia de la pereza, es simplemente un tiempo que no se emplea en las cuestiones laborales. Los romanos, que fueron quienes lo inventaron (que se lo pregunten, si no, a nuestro querido Catulo), hablaban de ocio y de negocio, el “no-ocio”. El negocio era algo que tenía que ver con las necesidades; las personas que no están ociosas son las que atienden necesidades: se están lavando, peinando o trabajando en el campo. En cambio, el ocio significa dedicarse a lo que te gusta: el ocio es simplemente lo que haces sin que necesiten pagarte por hacerlo, y el negocio es lo que haces para tener ingresos. La pereza es, en cambio, que tú no hagas nada: ni negocio ni ocio.
Se tiende a relacionar (¿con razón?) la pereza con la desmotivación, aunque algunos lo hacen con el aburrimiento. Pero aquel que se aburre puede ser activo. El perezoso está desmotivado para hacer cosas y prefiere no cambiar su actitud. La desmotivación social tiene varios orígenes: uno de ellos es la educación ultrapermisiva, sin ningún tipo de límites, que se da en países como el nuestro, y probablemente se dé más en Suecia que en España. Antes no había lugar para la desmotivación, las cosas había que hacerlas porque así estaba establecido, sin dar muchas explicaciones, y esto era un gran elemento para que la gente cumpliera con sus deberes. Se creía en que había que casarse, tener hijos, rezar, ser fiel. Todo estaba perfectamente establecido. Nadie se preguntaba, o por lo menos no lo hacía en público: ¿Por qué tengo que llegar virgen al matrimonio? ¿Por qué tengo que ser fiel?.
Hoy, en cambio, los fines son privados, por lo tanto hay que razonarlos: ¿Para qué y por qué hacemos las cosas? El problema es que muchos de los objetivos humanos son difíciles de razonar y contestar: ¿Para qué quieres subir a la cima de la montaña? ¿Para qué quieres nadar en un millón de euros?.
Todas estas preguntas necesitan argumentos para contestarlas; generalmente careces de ellos, entonces te desmotivas. En el pasado la sociedad se basaba en presupuestos aceptados. La mayoría —salvo personajes muy inquietos— no pensaban en la existencia como un conjunto de preguntas que había que responder en forma individual. En esto hemos cambiado, la gente piensa o busca hacer cosas que tengan un sentido. Hoy la búsqueda debe tener contenidos, y esto es un problema porque casi todo lo que nos rodea tiene poco sentido relativo. Así hay individuos que pasan por la vida intentando buscar una razón a las acciones y situaciones, antes de encararlas, y el resultado es que se paralizan y nunca hacen nada.