Miguel Ángel González | Ibiza www.diariodeibiza.es 21/11/2010

Sabemos que los griegos fueron especialmente aficionados al uso del ´crocinum´ y el ´susinum´, aromas que obtenían mezclando la esencia de rosas, mirra, canela y azafrán.

«Se lava en bañera de oro y se pone en los pies y las piernas ricos ungüentos orientales, se frota las rodillas y el cuello con esencia de tomillo, las cejas y el pelo con espliego, el mentón y el pecho con aceite de palma y los brazos con suave extracto de menta» | Antífanes. De Antea.

Sabemos que la utilización de plantas aromáticas para obtener perfumes y, sobre todo, para abastecer la doméstica farmacopea y mejorar los guisos en las cocinas fue en Ibiza un legado oriental de la civilización púnica que, con todo lo que sobre tales usos había aprendido de los pueblos de la Baja Mesopotamia y Egipto, mercadeó durante varios siglos en todo el Mediterráneo. El aprovechamiento de tales plantas, por tanto, se habría dado en la Ibosim púnica desde los tiempos fundacionales. Dicho esto, ahora se trata de no perder el hilo y comprobar que aquel temprano beneficio botánico, lejos de perderse, se mantuvo en la Ebusus romana y se afianzó en Yabisah con la ocupación árabe que, a su vez, dejó su legado a los pobladores catalanes que se instalaron en las islas el 1235.

Es bien sabido que los griegos nos dejaron el nombre de Pitiusas y poco más, mientras que los romanos pasaron por nuestra historia de puntillas, circunstancia que explica que el talante oriental se mantuviera en Ibiza hasta la conquista catalana. En cualquier caso, una de las cosas que griegos y romanos aprendieron de los púnicos fue precisamente el aprovechamiento de las plantas, especialmente en sus usos cosméticos y de perfumería por los que sentían una enfermiza debilidad. Hesiodo comenta en ´Los trabajos y los días´ que a todos los dioses se les rendían cultos sacrificiales que implicaban el uso de resinas y perfumados aceites, que extraían de las plantas y las flores: a Zeus se le ofrecía un buey, a Hécate un perro, a Venus una paloma, a Ceres una cerda y a Neptuno un pez, pero en ningún caso faltaban los gratos efluvios vegetales. Y siempre se repetía el mismo ritual: se colocaba a la víctima sobre el ara que adornaban con hierbas aromáticas y quemaban incienso sobre una pátera: «Cuando rompe el día o termina la tarde –dice el poeta– no rehuséis rendir el debido sacrificio a los dioses, para que ascienda el humo perfumado que tan grato es a los poderes de lo alto».

Era un derroche de perfumes que se daba también en los ritos funerarios y en las fiestas principales, fuesen las panateneas de Minerva, las eleuterias de Zeus, las eleusinas de Ceres o las dionisiacas de Baco. En su ´Tratado de los perfumes´, Apolonio de Hierofila da incluso orientaciones sobre la procedencia que deben tener los perfumes: el de lirios debe ser de Elis, napolitano el de rosas, el de vid chipriota, el de manzana fenicio, el panatenaico ateniense, el metopio de Egipto, el de rosas de Cirene y el de incienso de Alejandría. Sabemos que los griegos fueron especialmente aficionados al uso del crocinum y el susinum, aromas que obtenían mezclando la esencia de rosas, mirra, canela y azafrán. Los filósofos griegos se conformaban con el aceite de los gimnasios y decían que los perfumes eran cosa de féminas y afeminados, pero lo cierto es que gozaron entre toda la población de un gran aprecio, como demuestra el hecho de que las propiedades de las plantas y las fórmulas de las mejores esencias se grabasen en las lápidas dedicadas a Venus y Esculapio. En estos usos los romanos no se quedaron atrás y sucumbieron también a los perfumes púnicos. Utilizaban el rodium que obtenían con las rosas de Rodas, el metopium de almendras amargas, el narcisium y muchos otros. Para entender, en fin, el predicamento que los perfumes tuvieron entre los romanos, basta ver, en los relieves que se conservan, el tocador de una matrona romana o, mejor aún, recordar los excesos de Nerón, que hizo quemar en los funerales de Popea más incienso del que podía producir Arabia en un año.

El hecho fue que, a medida que los romanos extendieron su poder en las provincias occidentales colonizadas por griegos o cartagineses, fueron haciendo suyas las costumbres de los pueblos conquistados y así fue como en Ibosim, que pasó a ser Ebusos, mantuvieron los usos púnicos. Y en cierta manera imitaron también sus ceremonias religiosas. Lamentablemente, de los ritos fenicios tenemos escasa noticia, pero sabemos, por ejemplo, que el cofre del incienso que los púnicos utilizaban en sus rituales se convirtió en la acerra romana; y que el betilo cartaginés se transformó en el ara turicrema. También enterraban a sus muertos como hacían los púnicos, incluyendo en el ajuar funerario vasos con perfumes. En lo que sí encontramos una clara diferencia entre unos y otros fue en el rasurado, pues mientras los púnicos fueron muy aficionados a las barbas que se untaban con cremas, los romanos preferían los mentones rasurados que los barberos les masajeaban con afeites, costumbre que en el mundo púnico correspondía con exclusividad a la casta sacerdotal.

El uso de perfumes entre los romanos fue tan exagerado que se dieron casos pintorescos como el de Lucio Plocio, que, desterrado y refugiado en Salerno, fue localizado por el penetrante olor de los ungüentos que utilizaba y posteriormente ajusticiado. El abuso que se hacía de las plantas aromáticas llegó a tales extremos que, en el 565 y con el fin de ponerle freno, el cónsul Lucinio Craso publicó una ley que prohibía la venta de los perfumes púnicos, pero el edicto quedó en agua de borrajas. Suetonio explica que Calígula dilapidó una fortuna en perfumes, zambullendo en baños aromáticos su cuerpo enervado por los excesos.

También sabemos que en las termas y en las fiestas romanas se asperjaba a los invitados con sustancias aromáticas, una costumbre que también era habitual en las grandes casas de Cartago. De todo ello se deduce que los romanos mantuvieron y popularizaron el uso de las plantas aromáticas que habían aprendido de los pueblos orientales –particularmente de los púnicos–, de manera que aquel legado oriental tendría continuidad en la dominación árabe de las islas. Y con ellos, con los árabes, el uso de las plantas aromáticas, en todos los ámbitos, perfumería, medicina y perfumería, alcanzaría su máximo desarrollo. Lo veremos cualquier otro día.