Julio Olaciregui | AFP| París 02/12/2011

Por primera vez en cinco siglos la esencia de la sabiduría grecolatina, a través de los adagios publicados en 1508 por Erasmo de Rotterdam en Venecia, está al alcance del mundo entero, gracias a un grupo de humanistas franceses y a internet.

Erasmo (1466-1536), el sabio filólogo helenista y latinista cuyo nombre representa actualmente la dinámica de los intercambios universitarios europeos, buscaba democratizar a través de la publicación de estas frases, entre las cuales cita 200 veces a Homero o Sófocles, el conocimiento de la literatura antigua.

Un equipo de sesenta helenistas y latinistas franceses trabajó durante cuatro años, bajo la dirección de Jean-Christophe Saladin, en la traducción de estos 4.151 adagios clásicos, de los que solo existía una traducción íntegra al inglés.

«Este libro fue un verdadero bestseller durante el Renacimiento, el libro más apreciado del pensamiento occidental, el libro que contiene a los demás libros, como dirían Jorge Luis Borges o Italo Calvino. Sin él, probablemente no tendríamos acceso a Platón, ni a Aristófanes, ni a Sófocles, ni a la literatura pagana, ni tampoco a Rabelais», afirma Saladin.

Los adagios, explicados por Erasmo, que escribía en latín, han sido lanzados al ciberespacio gratuitamente (en griego y latín) por la Universidad de Lyon-II y la editorial Belles Lettres.

«Culturalmente, en Europa aún vivimos con la herencia de la contrarreforma», es decir, bajo la influencia del Vaticano, explicó Saladin en una entrevista con la AFP.

«Erasmo consideraba que los eclesiásticos y teólogos de su época escribían un latín pobre, él quería democratizar el buen gusto, la concisión, la elegancia del pensamiento antiguo», sobre todo griego, añadió.

«Hay algunos adagios sacados de la Biblia, pero Erasmo es muy claro y muy violento sobre eso: la verdadera literatura, la verdadera metáfora es la literatura pagana», dice el erudito, quien dirige en París la colección editorial ‘El espejo de los humanistas’.

Erasmo no se consideraba un religioso, sino un poeta, pero también era un moralista y un político pacifista. «No dominaba el hebreo, pero si era un gran helenista, criticaba la calidad de la lengua griega en el Nuevo Testamento», que tradujo al latín.

Los adagios son las notas de lectura de Erasmo. Saladin recalca que es una obra «abierta», compuesta de glosas breves y eruditas. «El explica en algunas palabras los orígenes de los adagios y añade comentarios literarios, muchas veces filológicos o etnográficos, ya que las costumbres de los diferentes pueblos despertaban su curiosidad», dice Saladin.

«Un adagio es una frase de uso común, caracterizada por su sutil novedad», dice Erasmo en su prefacio a esta obra, a la que consagró 35 años de su vida.

«El conocer estos adagios conduce a la filosofía, a la belleza y a la gracia del discurso, a la comprensión de los mejores autores», añade el autor del ‘Elogio de la locura’, quien tuvo una gran influencia en España.

«Suele afirmarse que Juan de Valdés, autor del maravilloso ‘Diálogo de la lengua’, es erasmista. Asimismo el Lazarillo de Tormes, de autor anónimo, debería al humanista holandés su enemistad hacia frailes, bulas e indulgencias», recordaba el sabio Américo Castro en un artículo publicado en La Nación de Buenos Aires en agosto de 1925

Saladin dijo que fue gracias al impresor Aldo Manucio, instalado en Venecia y quien creó una de las primeras imprentas con tipos griegos, que Erasmo pudo completar su colección de pensamientos del saber grecolatino, rodeado de un grupo de estudiosos griegos y componedores de texto o cajistas.

«En Venecia hay aún huellas de la imprenta de Aldo Manucio; es una historia fabulosa la de estos sabios helenistas griegos e italianos que tenían los manuscritos de las obras mas importantes. Había poca gente que supiera el griego. Los adagios permitieron que el griego se democratizara», dijo Saladin.

«La enseñanza del griego y el hebreo estaba hasta esa época prohibida por la Iglesia ya que eran las lenguas sagradas en que estaba escrita la Biblia. Los adagios fueron puestos en el índice de libros prohibidos por la Iglesia en el Concilio de Trento, en 1559», recordó el erudito.