D. Burguera | Valencia www.lasprovincias.es 15/10/2010
El polvo y un agua turbia impiden observar los restos del foro romano a través de un lucernario instalado hace sólo cinco años. La superficie acristalada acumula tanta suciedad que es totalmente imposible ver el yacimiento.
A pesar de ser un símbolo, los valencianos suelen subir al Miguelete para acompañar a las visitas. Es entonces cuando se aprecian los escalones. Pasa en todos los sitios. Se sabe que están los monumentos pero los oriundos del lugar no los miran. Y cuando los ven, en ocasiones, se quedan boquiabiertos. Como ayer le pasó a Beatriz, vecina de Valencia que llevó a su prima Marisa, barcelonesa, a ver la Almoina. Y no vieron nada. Una costra añeja se ha instalado en la cubierta acristalada que protege los restos arqueológicos que deberían de verse, pero no se ven.
La transparencia brilla por su ausencia cuando los turistas se acercan al lucernario. Como la mayoría vienen de la Catedral o de la Basílica, es probable que su fe esté lo suficientemente fortalecida como para aceptar que debajo de las colillas, de los céntimos de euro, de los bichos muertos, del polvo, del moho verdoso y de un agüilla que no se sabe si está puesta ahí por el Ayuntamiento o por la meteorología, si debajo de tantas cosas mugrientas, están las ruinas del foro romano de los primeros vestigios de la Valencia fundacional. Si se trata de creerse lo que uno ve, a través de ese cristal no es posible decir qué hay. Es cuestión de fe.
La suciedad de la cubierta acristalada se ha mimetizado con la plaza. Ya que se trata del entorno histórico y monumental más importante de la ciudad, el polvo parece también prehistórico. La placa de ácaros se ha consolidado de tal manera que es totalmente imposible vislumbrar o siquiera intuir que debajo hay un yacimiento arqueológico.
Cinco millones en la plaza
Cerca de 20 años estuvo toda esa zona abierta y a expensas de las investigaciones arqueológicas. Hace menos de cinco años se inauguró la urbanización de la plaza, que no fue precisamente barata. Costó más de cinco millones de euros. A lo que se debería de sumar los tres millones invertidos en las excavaciones y otros tantos para poner en marcha un museo espectacular que ha resultado espectacular, pero de complicado acceso, ya que se organiza la entrada agrupando a los turistas, que deben esperar a que se llegue a un determinado número de personas para acceder a una visita guiada.
A finales de 2005, con motivo de la inminente puesta en servicio de la plaza una vez ya terminada, un miembro del Consistorio explicó que una «superficie transparente de cristal de 300 metros cuadrados, con una lamina de agua para evitar que se empañe, permitirá también contemplar el yacimiento desde el exterior». Cinco años después, la lámina parece un charco, la superficie transparente es totalmente opaca y el yacimiento es inaccesible desde el exterior.
Valencia ha crecido tanto en la última década, su oferta cultural se ha incrementado de tal manera que el coste del mantenimiento de toda esa oferta, consecuentemente, también se ha disparado.
Ya a mediados de 2008, cuando la crisis empezaba a dar dentelladas dolorosas y el Gobierno central comenzaba a pensarse si llamarle crisis o no, la oposición municipal se quejaba de la suciedad del cristal. La concejalía de Cultura aseguraba entonces que la cubierta protectora y acristalada se limpiaba tres veces a la semana. La crisis debe de haber atemperado ese lustroso rigor.
LAS PROVINCIAS ha podido constatar que la capa verdosa que se expandía por el lucernario de la Almoina el pasado domingo seguía presente, y aún más encostrada, el martes. Ayer tampoco hubiese pasado la prueba del algodón. Quizá, más que un algodón, para eliminar el polvo acumulado en la zona acristalada el mayordomo de la tele necesitaría de las cuchillas con las que se limpian las vitrocerámicas.
«Yo vine cuando se inauguró y sí se veía todo muy bien, pero ahora es que no se ve nada de nada», se excusó Beatriz ante su prima Marisa, quien ayer dudaba incluso de que el cristal fuese cristal, pues más bien parece una plancha plástica grisácea.
Un grupo de turistas alemanes recién salidos de la Basílica de la Virgen se acercaron a la cubierta presuntamente transparente. Consultaron las páginas de una guía sobre la ciudad y, con cara de perplejidad, volvieron a mirar hacia el cristal. La guía no miente: el yacimiento está y desde el exterior debería verse. Sin embargo, la realidad no se rige por lo escrito, sino por los hechos, y en este caso por lo que no se ha hecho: limpiar.
Pepi, Mari Luz y Benita están de vacaciones en Benidorm. Ayer hicieron una visita diurna a Valencia, y estaban gratamente sorprendidas mientras descansaban en la plaza de la Almoina. Pepi llevaba la voz cantante a la hora de hacer balance: «la ciudad ha ganado mucho con la Ciudad de las Artes y las Ciencias, y todo esto, toda la zona del centro histórico, es muy bonita, pero aquí no se ve nada, sólo un charco».
Los minuciosos trabajos de los investigadores valencianos en la Almoina permitieron que un grupo de arqueólogos investigase los vínculos entre la ciudad fundacional romana y los pobladores del sur de Italia, concretamente de Pompeya. La ciudad italiana fue sepultada por el Vesubio dos siglos después de que el cónsul Décimo Junio Bruto fundase la Valencia primigenia en el mismo lugar donde ayer acudieron Marisa, Beatriz, Pepi, Mari Luz, Benita y unos cuantos cientos de turistas para ser testigos de cómo el polvo sepulta los restos de la Valentia Edetanorum puesta en marcha en 138 antes de Cristo.
JOYA ARQUEOLÓGICA
2006 fue el año en que se inauguró la urbanización de la plaza tras unas excavaciones que se prolongaron dos décadas.
5 millones se invirtieron en urbanizar la zona, sin contar con la inversión en el museo.
300 metros cuadrados de cristal sirven para cubrir una zona de los yacimientos arqueológicos.
6 millones costó el museo de la Almoina, donde se visitan los hallazgos de la excavación.