Juan Vicente Boo | Roma www.abc.es 01/07/2007

Es un trago amargo que provocará el retraso de un gran número de libros y tesis doctorales en los cinco continentes. Pero la Biblioteca Vaticana no tenía alternativa: el elegantísimo edificio construido en 1587 por el arquitecto Domenico Fontana ha comenzado a agrietarse bajo el peso de 1.600.000 libros y manuscritos de un valor incalculable.

La Biblioteca Vaticana, creada en el siglo IV y ampliada notablemente en el siglo XV, guarda buena parte de la memoria más antigua de la Humanidad. Es tan rica que no consigue siquiera saber lo que tiene en sus estanterías y en su moderno búnker subterráneo a prueba de incendios, terremotos y bombardeos. Los incunables son 8.300 y el número de manuscritos llega a 130.000. Según el viceprefecto Piazzoni, «tenemos 60.000 códices, pero de la gran mayoría sabemos poco más del título. Tan sólo de 9.000 conocemos el contenido detallado, y eso es fruto de los últimos cien años de trabajo».

De esos fondos seguirán saliendo a la luz obras inéditas de autores clásicos griegos, latinos y árabes, como ha sucedido con el Libro VI de «La República» de Cicerón. Resulta desconcertante que a estas alturas no se sepa lo que hay, pero el motivo se comprende a la vista de los números. Según Piazzoni, «una persona puede catalogar bien unos diez códices al año, pues lleva mucho tiempo leerlos, verificarlos y sistematizar su contenido. Al ritmo que hoy es posible necesitaríamos cientos de años». Toda esa ingente tarea tendrá que esperar, «pues no podíamos retrasar ya más las obras. Un ala sufre graves problemas de estabilidad, en parte causados por el peso de los libros. Para aminorar el riesgo hemos trasladado ya 400.000 volúmenes, que no es ninguna broma».

Se podrá consultar por internet

El bibliotecario, monseñor Raffaele Farina, reconoce el malestar causado por el cerrojazo, pero insiste en que «cerramos precisamente para mejorar las condiciones de trabajo de estudiosos e investigadores en las próximas décadas. El cierre es doloroso, pero necesario». Al menos, se podrán consultar los fondos digitalizados y microfilmados, tanto en la propia Biblioteca Apostólica Vaticana (www.vatican.va) como en la Vatican Film Library de la Saint Louis University (www.slu.edu/libraries/vfl), que cuenta con 37.000 microfilmes de manuscritos vaticanos.

En estos momentos, la Biblioteca sufre una doble revolución, pues además de las obras de modernización emprende un relevo en la cúpula directiva. El pasado lunes, durante una larga y afectuosa visita, el Papa Benedicto XVI les anunció que había nombrado al cardenal francés Tauran, bibliotecario desde hace cuatro años, nuevo presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso.

El hasta ahora prefecto, Raffaele Farina, le sustituye en el cargo, que se llama oficialmente «archivero y bibliotecario de la Santa Iglesia Romana», pues dirige también el Archivo Secreto Vaticano: 85 kilómetros de estanterías que contienen la mayor parte de los documentos oficiales de la Santa Sede desde 1198. Entre ellos figuran los documentos públicos más antiguos de muchos países.

El viceprefecto de la Biblioteca Vaticana, Ambrogio Piazzoni, advierte de que no es fácil encontrar un equilibrio «entre el acceso al público y la protección del patrimonio de la Humanidad. Por ejemplo, la caligrafía de Petrarca en su «Cancionero» se desvanece cuando se expone a la luz. Millares de obras únicas sería mejor no tocarlas nunca, pues les perjudica la luz, la humedad de la respiración, y los cambios de temperatura».
Otros tesoros son mucho más sólidos, y el Papa pudo ojear a gusto el famoso Códice B, del siglo IV, la Biblia completa más antigua del mundo. Es probablemente una de las copias que el emperador Constantino regaló a las principales basílicas después de presidir en Nicea el primer concilio ecuménico de la historia, celebrado el año 325. El papiro Bodmer VIII, con dos cartas de San Pedro es del año 200, mientras que el Bodmer XV, con los evangelios de Lucas y Juan puede remontarse al 175. Las copias más antiguas conocidas de los grandes autores clásicos son de los siglos IX, X y XI. El testimonio escrito sobre Jesucristo les precede en casi un milenio.