Juan Vicente Boo | Roma | www.abc.es 13/01/2007

El mayor museo subterráneo del mundo se encuentra bajo la ciudad de Roma, y basta hacer cualquier agujero para añadir nuevas piezas al catálogo. Los sondeos emprendidos ya en doce plazas para la tercera línea del Metro han comenzado a cosechar hallazgos, que se multiplicarán cuando comiencen las obras de las nuevas estaciones. Por primera vez, constructores y arqueólogos trabajan en equipo desde el principio, confirmando la alianza formada en los últimos años de obras -con frecuencia atormentadas- en el subsuelo de la Ciudad Eterna.

Según el superintendente arqueológico de Roma, Angelo Bottini, «esta vez vamos a examinar cada palada de tierra, por lo que descubriremos piezas valiosas de nuestra historia». Por ironías de la fortuna, los primeros objetos que salieron a la luz en las catas para la línea de Metro incluyen una espátula de bronce para mezclar argamasa y un compás también de bronce: los instrumentos de los constructores de hace dos mil años.

A la búsqueda del tesoro
Además de una fascinante «búsqueda del tesoro» -esta vez sin saqueadores- la ampliación del Metro servirá para poner a prueba la integración de «arqueología preventiva» y «arqueología de emergencia», cuya metodología teórica se ha desarrollado vigorosamente en los últimos años y fue objeto de un importante congreso en Venecia el pasado mes de noviembre. El Ayuntamiento de Roma asegura que «con estas obras vamos a poner la arqueología preventiva en el candelero».

Durante el medio siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial, la filosofía predominante entre los constructores en Roma era excavar los cimientos a la carrera y a ser posible de noche, destruyendo o escondiendo cualquier hallazgo para evitar que los arqueólogos del Ayuntamiento les parasen las obras, en el mejor caso varios meses y, en el peor, varias décadas. Era una especia de juego del gato y el ratón, nefasto para las obras de arte, cuyos fragmentos se enterraban a toda prisa en los vertederos o se regalaban secretamente a los amigos.

Beneficios publicitarios
En los años noventa, las relaciones mejoraron: los arqueólogos municipales empezaron a ser mas ágiles y el Ayuntamiento comenzó a tomar las decisiones con rapidez, por lo que poco a poco las empresas se acostumbraron a cooperar con los superintendentes del Patrimonio. Y, más adelante, a convertirse en patrocinadoras de las excavaciones, con el consiguiente beneficio publicitario posterior.

La mejor prueba del camino recorrido es la exposición «Roma, memorias del subsuelo», en las «Olearie Papali», los antiguos silos de aceite de los Estados Pontificios, situados a su vez en las antiguas Termas de Diocleciano, un gigantesco edificio cercano a la Estación Termini, que alberga también una basílica, un gran museo arqueológico, un convento y un planetario, reflejando el cambio en las necesidades de espacio a lo largo de dos mil años.
La exposición, que continuará hasta el 9 de abril, muestra el orgullo de las empresas convertidas ya en patrocinadoras del descubrimiento del patrimonio cultural. Algunos hallazgos resultan paradójicos e incluso divertidos en su relación con la empresa que inició las obras.

Así, por ejemplo, las excavaciones para extender los cables de fibra óptica de Fastweb han permitido recuperar una hermosa colección de lucernas romanas. La construcción de una nueva vía para los Ferrocarriles del Estado sacó a la luz una bellísima estatua de Nereida que cabalga como pasajera sobre un gentil monstruo marino. En la excavación de los cimientos de la sede de Mediobanca cerca de la Plaza de España aparecieron unos candelabros de lujo que para sí quisieran el más rico de los «argentari» contemporáneos.

La exposición, deliberadamente desordenada al gusto romántico del siglo XIX, invita a conmoverse ante una prueba de amor como la estela funeraria de Valeria Primigenia, descubierta al construir un garaje. Vivió 28 años, cuatro meses y 16 días según hace constar en la lápida Valerius Quietus, «su esposo enamorado». Hay también muñecas articuladas de marfil, la «Barbie» de la época imperial, con una silueta esbelta al limite de la anorexia, muy similar a su moderna compañera americana. Y joyas, muchas joyas. Anillos, diademas, pulseras y pendientes, cuya belleza antigua envidian las mejores tiendas de hoy en día.