Íñigo Ruiz Arzálluz www.ehu.eus 16/05/2024
Desde hace demasiado tiempo asistimos a un desprestigio progresivo de los estudios de humanidades. Sin duda, las razones serán muchas y variadas, pero no parece que se estén haciendo grandes esfuerzos por identificarlas. Una que se repite con frecuencia, apocalíptica y como tal poco convincente, es la que invoca al materialismo imperante en la sociedad actual, en la que el lucro es la única medida del éxito, etc. Es probable que siempre haya sido así y, además, las salidas laborales de muchas carreras de letras tienen en este sentido poco que envidiar a otras que pasan por ser más rentables.
En materia de estudios, aficiones y vocaciones, la clave suele estar en la enseñanza media: es en esta etapa de la vida cuando se conforman los gustos del individuo y donde se decide su futuro profesional. ¿Qué ha pasado en la enseñanza media con los estudios de humanidades? Varias cosas importantes y casi ninguna buena. De todas ellas, hay una que me parece que tiene mayor relevancia de la que suele atribuírsele: el paulatino arrinconamiento y desvitalización del estudio de las lenguas clásicas, sobre todo del latín.
A diferencia del currículum de ciencias, el de humanidades adolece de una manifiesta falta de concreción. En el bachillerato, que es donde el estudiante tiene que elegir entre una de las dos grandes ramas, las asignaturas de letras más sustanciosas son obligatorias tanto en ciencias como en humanidades: la o las lenguas propias, la lengua extranjera, la filosofía y la historia. Al margen de este conjunto de asignaturas comunes a ambas opciones, el bachillerato de ciencias se define con absoluta claridad y contundencia a través de sus asignaturas tradicionales: matemáticas, física, química, biología. ¿Qué asignaturas definen específicamente la opción de letras frente a las demás modalidades de bachillerato? En rigor ninguna, pues todas las que se han mencionado son obligatorias también en ciencias. Tradicionalmente han sido las lenguas clásicas las que han caracterizado de manera simbólica los estudios de humanidades: son las que, en gran medida, han identificado la opción y han constituido —esto también es importante— la prueba más exigente para quienes la elegían.
Alguien dirá que el latín —no digamos el griego— no sirve para nada o para casi nada. ¿Desde cuándo la utilidad práctica es la razón para incluir una asignatura en el plan de estudios de la enseñanza media? La física y la química, por ejemplo, son asignaturas que todos los estudiantes —tanto de ciencias como de letras— deben cursar. ¿Hay alguien a quien, sin haberse dedicado profesionalmente a la química, le haya servido de algo aprender a formular? No se imparte química —sigamos con el ejemplo— porque vaya a sernos útil en nuestras vidas, sino por otras razones mucho más poderosas: porque su estudio supone un excelente ejercicio para la mente de los jóvenes, porque les abre una ventana a una disciplina fundamental dándoles así la oportunidad de seguir cursándola en años sucesivos, etc. Y es bueno que así sea.
El estudio de las lenguas clásicas cumple —cumplía— todas estas funciones: entre otras cosas, porque aúna un componente teórico y otro práctico que lo convierten en un ejercicio intelectual que cautiva a quienes lo practican y supone un reto en el que entran en juego la inteligencia, la memoria, la intuición. La forma tradicional de explicar la gramática latina proporcionaba una nueva perspectiva sobre la gramática de la lengua o las lenguas propias: cuántas veces hemos oído decir a personas que no se han dedicado a las letras que, gracias al latín, entendieron una serie de conceptos esenciales de la gramática de su lengua materna o de una lengua extranjera. Por supuesto, y al igual que en las asignaturas de ciencias, hay muchas otras razones para el estudio de las lenguas clásicas en la enseñanza media: nos permiten asomarnos a una civilización que, fuera de ser el origen de la cultura europea, está presente en tantos y tantos aspectos de nuestra sociedad; abren ante nosotros un mundo fascinante y milenario de textos de toda índole que nos proporcionan una visión más informada de la historia del pensamiento humano y de nuestra posición en la historia, etc.
Sería ingenuo atribuir el desprestigio de las humanidades solo al abandono del estudio de las lenguas clásicas; pero quizá no nos lo parezca tanto si lo formulamos de este otro modo: el progresivo aligeramiento, dispersión y banalización del bachillerato de humanidades tiene mucho que ver con su desprestigio. La enseñanza de las lenguas clásicas, planteada —como en otro tiempo— con exigencia y seriedad, podría contribuir de manera notable a que la de letras volviera a ser vista como una opción tan sólida como cualquier otra.
Esta otra reflexión se me antoja muy próxima a todo lo anterior: “En la vieja escuela […] el latín y el griego se estudiaban a través de la gramática, mecánicamente; pero la acusación de mecanicismo y aridez sería muy injusta y poco acertada. Estamos hablando de jóvenes a quienes conviene inculcar ciertos hábitos de diligencia, exactitud, compostura incluso física, concentración psíquica en determinadas cuestiones que no se pueden adquirir sin la repetición mecánica de actos disciplinados y metódicos. […] Habrá que sustituir el latín y el griego como eje de la escuela formativa y se sustituirá, pero no será fácil disponer la nueva asignatura o el nuevo conjunto de asignaturas en una estructura didáctica que proporcione resultados equivalentes en la educación y en la formación general de la personalidad”. Quizá todo esto de la diligencia, la exactitud, no digamos la compostura, suene retrógrado, elitista o quién sabe qué; pero, bueno, son palabras de Gramsci.
FUENTE: www.ehu.eus