Octavi Martí | París www.elpais.com 27/12/2007
Más de 1.700 piezas del legado de los guerreros desembarcan en el Palazzo Grassi
Un mundo abierto a todas las etnias, a todas las lenguas, a todas las religiones. Un Ejército en el que la mayor parte de los soldados ha nacido fuera del país que defienden. Un poder que está abiertamente al servicio del dinero. Una gran libertad moral y de costumbres acompañada de un auge de los integrismos. Unas fronteras permeables e imprecisas y un Estado gesticulante pero incapaz de defender la ley y el orden. Un gran imperio que se disloca y nacen multitud de nuevos Estados. Ésa es la tesis que defenderá una de las grandes exposiciones de 2008, Los bárbaros. Nacimiento de un nuevo mundo, que podrá visitarse entre el 26 de enero y el 20 de julio de 2008 en el veneciano Palazzo Grassi y de la que es comisario el francés Jean-Jacques Aillagon.
«La exposición debe acabar con dos caricaturas», dice Aillagon: «La que afirma que el mundo de los bárbaros es un mundo sin literatura, sin arte, sin cultura de ningún tipo y que hay que esperar a Carlomagno para salir de las tinieblas, y la que pretende que todas esas invasiones, todos esos choques, todos esos cambios, fueron una fusión sin violencia».
Todos estos síntomas tan actuales se dieron también durante los siglos que duró el declive del Imperio Romano, entre la batalla de Adrianópolis, en 378, y casi hasta el año 1000, cuando se interrumpen los fenómenos migratorios. La llegada de los bárbaros.
Para unos son siglos de decadencia, pero para otros el modelo imperial era insostenible y éste es el periodo de gestación de un nuevo orden, con la desaparición del esclavismo y la instauración del régimen de señores feudales. En cualquier caso, esos «bárbaros» protagonistas activos de la desaparición del mundo romano forman parte del «patrimonio genético» de Europa, con iguales méritos y derechos que las raíces griegas, romanas o judeo-cristianas. Roma y el Mediterráneo eran un mundo urbano y sedentario mientras los bárbaros eran nómadas. «Su arte era portativo, muy distinto del que corresponde a una civilización de ciudades. Pero parte del ordenamiento jurídico de Europa, empezando por las monarquías, viene de los bárbaros. El mundo romano era Mediterráneo y eso cambió con el Islam: de pronto, un mar que servía de nexo de unión entre Europa y África, se convirtió en una barrera».
La exposición quiere demostrar que existía tanta diversidad en el mundo cultural romano como en el bárbaro. «Los romanos nos han dejado una imagen de la sumisión bárbara pero los bárbaros, cuando vencían, ¡tiraban las armas de los derrotados a las marismas! En cualquier caso, la idea de Roma sigue mucho más allá de la existencia misma del imperio. Durante siglos los llamados bárbaros se consideraban a sí mismos cónsules romanos». Como explica Kavafis en su célebre poema, los bárbaros ya no llegarán porque están dentro. «Pero tardan en proclamarse monarcas independientes», prosigue Aillagon. «No es hasta el año 842 cuando Carlos el calvo y Luis el germánico firman el tratado por el que se reparten lo que hoy es, a grandes trazos, Francia y Alemania. Lo importante es que, por primera vez, el documento no está en latín sino en las respectivas lenguas vulgares, el francés y el alemán de entonces».
La ambición del proyecto puede resumirse en unas pocas cifras: «1.700 objetos expuestos, procedentes de 24 países distintos y que son propiedad de más de 200 instituciones o particulares. Bastantes de esos objetos tienen categoría de tesoro nacional, como el relicario de Conques (Francia), el tesoro de Beja (Portugal), los evangelios de Notger (Bélgica), el presunto retrato de Amalasunta (Italia) o el cofre de Teodorico (Suiza). Algunos han sido hallados muy recientemente, como el pie de una escultura monumental descubierto en Clermont-Ferrand o el tesoro de la dama de Grez-Doiceau, en Namur. En España, la colaboración más importante nos la ha prestado el Museo de Historia de Barcelona. Para completar la exposición hemos recurrido a una quincena de telas románticas que nos remiten a una imagen mitológica de Roma y los bárbaros. Y de entre ellas me parece formidable la de Jean-Paul Laurens, que muestra al emperador Honorius, casi un niño, sentado en un trono que es demasiado grande para él. ¡Todo un símbolo!».