Esther Paniagua New York 22/09/2018 www.retina.elpais.com

 

El inversor de Silicon Valley Scott Hartley tiene un mensaje: solo cuando internalicemos que la contraposición entre ciencias sociales y tecnología es falsa, lograremos desarrollos que mejoren esencialmente nuestras vidas.

Muchos creen que Silicon Valley es un jardín amurallado lleno de desertores y desarrolladores de software, y que la tecnología es un monolito compuesto solo por informáticos. Aclamamos al ‘técnico’ mientras denigramos a aquellos con habilidades blandas. Los inversores a menudo bromean con que las artes liberales son inútiles. Pero tanto ellos como los periodistas pasan por alto la compleja realidad de la tecnología”, escribe el inversor Scott Hartley.

Lo sabe con conocimiento de causa, ya que ha pasado la mayor parte de su vida en el Valle del Silicio, y ha trabajado para compañías como Google o Facebook, y también como inversor. Pero Hartley, licenciado en Ciencias Políticas y experto en economía internacional y negocios, también ha pasado por el Centro Berkman de Harvard para Internet y la Sociedad, y formó parte del programa de Innovación Presidencial de la Casa Blanca.

Su visión y las personas que ha conocido a lo largo de su vida profesional le llevaron a escribir un libro para contar algo que a él le parece una obviedad pero que cree que se está pasando por alto: la “falsa oposición entre humanidades y tecnología”, y la necesidad de reivindicar las primeras como base esencial para el desarrollo tecnológico. Es lo que hace en The fuzzy and the techie, seleccionado como libro del mes por Financial Times en 2017. Le entrevistamos a nuestro paso por Nueva York (EE.UU) para hablar sobre algo más que sobre su libro.

Derribando mitos

“Al contrario de lo que la gente piensa, Silicon Valley es tan fuzzy como techie”, dice Hartley. Fuzzies es como se llama coloquialmente a los estudiantes de humanidades y ciencias sociales en la Universidad de Stanford (EE.UU), donde él estudió. Los techies son los alumnos de carreras STEM o CTIM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas). “Sin una mirada profunda que considere los problemas más profundos que afronta el mundo y sin curiosidad, la tecnología carece de aplicación; lo que esta promete es mejorar nuestra vida”, sostiene.

Asegura que los fuzzies no son solo líderes empresariales en ventas o marketing sino cofundadores de empresas tecnológicas, y quienes impulsan en ellas la innovación y lideran el desarrollo de productos. Y da algunos ejemplos: Susan Wojcicki, directora ejecutiva de YouTube, es historiadora. La exdirectora ejecutiva de Hewlett Packard, Carly Fiorina, estudió Historia Medieval. Sheryl Sandberg, directora operativa de Facebook, estudió Economía. Peter Thiel, cofundador de PayPal; Stewart Butterfield, cofundador de Flickr y Slack, y Reid Hoffman, cofundador de LinkedIn, se licenciaron en filosofía. Ben Silbermann, cofundador de Pinterest, estudió Ciencias Políticas, mientras que Parker Harris, cofundador de Salesforce, estudió Literatura Inglesa.

En cuanto a la ejemplos de aplicación de las humanidades en el desarrollo de tecnología, el autor cita a Melissa Cefkin, una antropóloga que trabaja para Nissan con la misión de establecer la forma en la que desarrollar sistemas de conducción autónoma socialmente aceptable, bajo la consideración de los vehículos autónomos como agentes interactivos en el mundo. O a Jessica Carbino, que ejerció como socióloga y analista de big data de Tinder, donde escudriñaba los miles de millones de vistas de perfil desde su perspectiva sociológica.

En ámbitos como la danza, Hartley destaca la aportación de la bailarina y coreógrafa Catie Cuan, que trabaja actualmente en el Laboratorio de Robótica, Automatización y Danza (RAD Lab) de la Universidad de Illinois Urbana-Champaign (EE.UU). También ha obtenido una residencia tanto en el programa TED de innovación como en el de ThoughtWorks Arts por su trabajo en la intersección entre robótica y danza, y pronto iniciará sus estudios de Ingeniería Mecánica en la Universidad de Stanford. Su misión: enseñar movimientos gráciles, elegantes, a los robots para facilitar la interacción con los humanos y generar confianza.

El inversor, nos obstante, cree que queda un largo camino por recorrer antes de que lograr desarrollar en los robots la capacidad de ser empáticos o de ejercer trabajos eminentemente humanos como los de los cuidadores. Sí defiende su utilidad actual en ciertos casos que implican tareas rutinarias que sí pueden automatizarse y complementar el trabajo de las personas.

Garantizar el trabajo

Hartley apunta otro motivo adicional por el cual, en medio de la supremacía tecnológica y de lo técnico, se debería poner el foco en las humanidades y en las ciencias sociales: “Las barreras de entrada para adquirir un dominio básico de las herramientas tecnológicas han bajado considerablemente gracias, entre otras cosas, a plataformas de educación online -en muchos casos gratuitas- como Coursera, Udacity o Codecademy”. El fundador de esta última, por cierto, estudió Ciencias Políticas.

Esta democratización del acceso a formación técnica junto con el desarrollo de máquinas capaces de programar por sí solas y desarrollar tecnologías inteligentes hace que expertos como Hartley planteen lo erróneo de pretender que todo el mundo se convierta en programador. La hipótesis es que la demanda de esta profesión -ahora en auge- podría caer considerablemente a medio o largo plazo, y serán las artes liberales las que garantizarán un trabajo, o una forma de ganarse la vida.

Por otra parte, se aprecia una necesidad creciente de perfiles relacionados con la filología y la lingüística o con la filosofía como parte de los equipos de desarrollo tecnológico. Por citar dos ejemplos claros: Amazon y Google, para cuyos desarrollos de asistentes basados en voz es imprescindible la comprensión y el análisis del lenguaje natural y del discurso, y su reproducción en la interacción humana.

Pero ese no es el único motivo. Lo que subyace aquí es la necesidad de contar con personas que hagan las preguntas adecuadas. “Nos movemos hacia un mundo en el que la sintaxis de los códigos se acerca al inglés, y el lenguaje de programación de mayor orden será algún día el lenguaje natural. Lo que esto significa es que necesitamos interrogadores inteligentes, personas que puedan estructurar el pensamiento”, sostiene Hartley. “Como dijo Voltaire: ‘Juzgue a un hombre por sus preguntas y no por sus respuestas’”.

Discriminación tecnológica

En cuanto a la necesidad de perfiles provenientes del mundo de la filosofía, Hartley subraya la importancia de este aspecto para dotar de ética a las máquinas y algoritmos que gobiernan e influyen directa e indirectamente en buena parte de nuestras vidas. Personas que se pregunten cómo de sesgada está la información que usan estos sistemas para obtener sus resultados e incluso para tomar decisiones. Que ayuden a dilucidar cómo atenuar el sesgo que a menudo pasa desapercibido.

“Consideramos que crear vehículos autoconducidos es un desafío técnico. Sin embargo, lo crucial son los aspectos éticos y morales de cómo circular e interactuar en uno de estos automóviles un entorno urbano y cuáles deben ser sus prioridades (a quién salvar en caso de accidente inevitable, por ejemplo). La situación se complica más aún, especialmente para los fabricantes, teniendo en cuenta que moral y ética están ligadas a la cultura, y son difícilmente universalizables. “Lo correcto en Nueva York y puede diferir mucho de lo correcto en Tokio, ¿cómo diablos codificas esas diferencias en la programación del automóvil?”, cuestiona el autor.

Discriminación

Hartley cita a Cathy O'Neil, autora de Armas de destrucción matemática. Cómo el ‘big data’ aumenta la desigualdad y amenaza la democracia, que expone las diversas formas en que los algoritmos pueden perpetuar la discriminación. Su conclusión: que los errores en la recopilación e interpretación de datos deben corregirse mediante análisis humano, y que los mejores cualificados para esta tarea provienen del ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales.

“Cada decisión que tomas es un acto de diseño, al elegir explícitamente qué incluir y qué excluir cuando estás construyendo un modelo. Estas son fundamentalmente elecciones morales, y son los fuzzies quienes mejor capacitados están para observar la intersección de todos estos problemas diferentes y proporcionar una respuesta solvente”, concluye. De ello, entre otras cosas, hablará Hartley en su visita a España para participar el 22 de septiembre en el Hay Festival en Segovia.

FUENTE: https://retina.elpais.com/retina/2018/09/21/tendencias/1537526154_676385.html