Octavi Martí | París www.elpais.com 21/03/2007

Una ambiciosa exposición rastrea al misterioso Praxíteles, el gran escultor de la Grecia clásica.

¿Qué sabemos de Praxíteles? La tentación de decir aquello de «sólo sé que no sé nada» es fuerte, máxime cuando, tras visitar la gran exposición monográfica que le dedica el Museo del Louvre (que estará abierta al público del 23 de marzo al 18 de junio), hemos podido comprobar que del centenar largo de obras que se exponen sólo dos son con certeza del más célebre de los escultores de la Grecia clásica y una tercera pudiera serlo. Añadamos que las dos que lo son con seguridad hoy son meros pedestales sin escultura, pero pedestales que conservan la firma del genio.

Una pieza de bronce, rescatada del fondo del mar en 1997, cierra la exposición.
¿Cómo exponer lo que no existe? Primero, a través de copias, luego a partir de obras inspiradas por él, por fin a través de obras que hacen referencia a su universo. Praxíteles, un ateniense de familia de escultores, vivió entre el 400 y el 330 antes de Jesucristo. De él, de su importancia, tenemos el testimonio escrito de Plinio el Viejo, de Luciano y de Pausanias. El primero de los tres historiadores nos cuenta el origen de la celebridad de Praxíteles.

En su día Praxíteles esculpió dos diosas Afrodita: una vestida, la otra desnuda. Los del pueblo de Cos, gente seria, según Plinio el Viejo, eligieron la vestida. Los de Cnido, al llegar después, tuvieron que quedarse con la desnuda. Era el primer desnudo total de la historia de la escultura, o al menos eso es lo que nos cuentan los cronistas. ¿Iba desnuda porque lo exigía el guión? Es verdad que acaba de lavarse pero la serenidad de la pose y el gesto se avienen mal con cuestiones de higiene. ¿Iba desnuda porque espera a alguien a quien ama? Aunque mira hacia la izquierda no lo hace ni con inquietud ni con impaciencia. Sencillamente, es una diosa. Del amor, pero diosa. Según Plinio, las gentes de Cnido nunca quisieron vender la estatua, que estaba bajo cubierto pero al aire libre, visible de todos. Y explica también que un vecino, enamorado de sus formas, pasara toda una noche en sus brazos, dejando una mancha indeleble como testimonio de que el suyo no era un amor platónico.

Otra Venus o afrodita célebre: la llamada de Arles. En ese caso fue rescatada de las ruinas del teatro romano en 1651. Un escultor le añadió los brazos perdidos, ahora con una manzana y un espejo en cada mano. El mito de Frankenstein pero con la belleza como resultado.

No está el efebo de Maratón, que se conserva en el museo nacional de Atenas. El ministro griego no ha querido prestarlo. «Demasiado frágil» dijo primero. Luego se refirió a que figura en un catálogo de «obra inamovible». El argumento real es, sin duda, otro y tiene que ver con el expolio de que ha sido objeto el patrimonio griego clásico, hoy mejor representado en Berlín, París o Londres que en la propia Atenas.

Praxíteles es, en definitiva, un ausente muy presente. Ausente porque de él apenas nos queda la firma y algún ejemplo de identidad dudosa de su maestría con el mármol. Presente porque durante, como mínimo seis siglos, fijó un canon de belleza. Los romanos lo adoptaron y no fue hasta que su agotamiento fue absoluto, hasta que el carácter intercambiable de cuerpos, brazos y cabezas empezó a convertir los jardines, baños y casas de Roma en un catálogo de exvotos de mármol que aparecieron con otras formas. Que esas fueran las del románico, que todo tuviera que fijarse en un arte simbólico, alérgico al realismo, frontal y rudimentario, es un capricho de la historia, pero seis siglos de escultura sin ninguna gota de humor hubieran sido suficientes para acabar ahogando la creatividad del propio Praxíteles.

Un bronce, rescatado del fondo del mar en 1997 y que según Paolo Moreno es un original de Praxíteles, cierra la exposición y abre otras hipótesis, pues su movimiento, su dramatismo, su intensidad, no tienen nada que ver con la serenidad divina del resto de la producción. En resumen, otro Praxíteles es posible.

La exposición del Louvre es la primera, de carácter monográfico, que el gran museo dedica a un artista de la Grecia o Roma clásica. El ejercicio es arriesgado y difícil, como lo prueba el que antes sólo Francfort, interesándose en Policleto y Roma, con Lisipo como protagonista, aceptaran ese desafío.

Friné o el reto de la belleza
Friné era la modelo y amante de Praxíteles. Su belleza era celebrada por todos y por ella misma, sin duda menos modesta de lo que aconsejan los manuales.

Un día la asamblea de sabios atenienses, hartos de oírla decir que ella era más hermosa que nadie, la acusaron de blasfemia en un cielo tan lleno de diosas como el suyo, sobre todo de diosas tan poco ajenas a los deseos humanos. Cuando, ante el areópago, el defensor de Friné se quedó sin argumentos, optó por quitar a Friné la ropa con que ocultaba su desnudez. La asamblea de jueces, ante la maravilla de un cuerpo perfecto, abandonó toda idea de impiedad.

Jean-Léon Gérôme pintó el episodio en 1861 y desató otro escándalo. El público parisiense se identificó con los barbudos que miran a la chica y se sintió tratado de rijoso. Gérôme era un virtuoso en la materia y en ese juego fue luego aún más lejos cuando en 1890 pintó Pigmalión y Galatea, en la que el escultor besa su escultura y hace que ésa cobre vida. Se cerraba así un círculo que se había abierto en Cnido 2.300 años antes.