E. T. www.elpais.com 23/04/2008
El imperio grecorromano que domina esta temporada las pasarelas en cinco claves. La mitología mediterránea adaptada con mayor o menor fortuna a las necesidades de la vida contemporánea es una de las tendencias clave esta temporada. Un imperio de clasicismo para el que no parece ponerse el sol.
– ¿Qué? Vestidos drapeados con obvias referencias a las túnicas y togas de Grecia y Roma.
– ¿Dónde? El japonés Junya Watanabe exagera los pliegues y los tiñe de colores ácidos para rebelarse contra el carácter armónico de la inspiración. En cambio, el israelí Alber Elbaz para Lanvin confía en las posibilidades de erotismo distinguido que ofrece un tejido que se ondula sobre el cuerpo. Pero son las mujeres quienes reivindican su espíritu liberador. Las diseñadoras Alberta Ferretti y Donna Karan se suman a la larga lista de costureros que han dotado al tópico del vestido de diosa de una naturaleza mucho más mortal: la comodidad. Un camino abierto por Mariano Fortuny en 1907 con su vestido Delphos. Así llamado en honor de una escultura del siglo IV antes de Cristo, se trataba de una túnica plisada de aplastante simplicidad que mujeres como Isadora Duncan convirtieron en un símbolo de su libertad.
– ¿Por qué? Desde tiempos de Napoleón, y especialmente a partir de la I Guerra Mundial, el clasicismo y la relación que establece con el cuerpo ha sido referencia intermitente en el vestir. En los treinta, Madeleine Vionnet quiso acariciar su belleza natural; en los setenta, Halston lo utilizó para enmarcar todo su anatómico y sudoroso potencial, y en los ochenta Versace se sirvió de él para glorificar a una generación de supermujeres. En 2003, el Metropolitan le dedicó una exposición con el título de Goddess (Diosas). Y Donna Karan declaró a Vogue: «Las mujeres se sienten atraídas por esta forma de vestir porque, desde Venus, han nacido para ser diosas».
– ¿Cómo? La forma más directa e inequívoca de apuntar se a la tendencia es echarse encima un vestido con un solo hombro, abundante drapeado y ceñido con un sólido cinturón. Una opción menos comprometida (y menos carnavalesca, todo sea dicho) son las sandalias de gladiador. Aunque en la pasarela abundaron las versiones hasta la rodilla, en los escaparates ya se ven adaptaciones más comedidas que ni siquiera rozan el tobillo.
– ¿Vale la pena? Si algo no se les puede negar a los mitos universales es que su poder de atracción es eso, universal. Gustan a niños y mayores, a carcas y modernos. También con motivo de la exposición de 2003, la vanguardista creadora Ann Demeulemeester afirmó acerca de un vestido-toga que había concebido en 1996: «El mensaje que envío con él es que todo cuerpo es sagrado». A ver quién se resiste a eso.