Ignacio Monzón www.elreservado.es 04/11/2010
Técnica y ciencia unen fuerzas para dar vida al Pasado.
Con la frase “Aníbal ad portas” –Aníbal a las puertas– los romanos expresaron durante siglos el temor ante un peligro inminente. Imagine el lector qué podrían sufrir al saber que un equipo multidisciplinar franco-tunecino ha hecho “renacer” a un habitante de la antigua Cartago. El día 24 de Septiembre se inauguraba una exposición en el moderno Museo Nacional de Cartago (Cartago, Túnez) sobre la civilización cartaginesa o púnica –de origen fenicio pero con una serie de elementos helenos–. Uno de los mayores atractivos de la misma ha sido la presentación de una figura que representa a un habitante de la antigua ciudad hace más de 2.500 años.
Cartago, fundada según los mitos por la reina Dido, vio la luz en el siglo IX a. C. y prosperó muy pronto, siendo en sus primeros siglos una de las mayores potencias navales y comerciales en el Mediterráneo Occidental. En el siglo III a. C. dos guerras contra Roma le ocasionaron una profunda quiebra en su poderío, convirtiéndose en un actor secundario o incluso de tercera fila en la política internacional mediterránea. Arrasada después de la III Guerra Púnica (149-146 a. C.) renació con Julio César y Augusto a finales del siglo I a. C. como ciudad romana. Aún así, los restos púnicos son más que patentes y todos los años se descubre un poco más de ésta y de otras ciudades cartaginesas.
La figura de la exposición, a la que acudió una delegación diplomática gala, se basa en los restos encontrados de forma fortuita en el año 1994 en la parte sureste de la colina de Byrsa, un lugar perteneciente al yacimiento de la antigua Cartago y con una enorme riqueza arqueológica. Cuando unas sepulturas fueron documentadas se encargó su excavación y estudio a un equipo arqueológico franco-tunecino. En la necrópolis hallaron, entre otras cosas, un esqueleto de un joven púnico de buena familia, muerto en algún momento del siglo VI a. C. Su ajuar y tumba demostraban que era de buena familia y su grado de conservación era excelente.
El estudio antropológico y forense del individuo dejó claro que murió muy joven, entre los 19 y los 24 años. Alcanzó una estatura de 1,7 metros, una buena cifra para la época y lugar, y sus huesos no presentaban desgastes o enfermedades que pudieran aclarar las causas de su muerte. El “Hombre de Byrsa” despertó tanto interés que se planteó como sujeto de pruebas en un interesante proyecto. Dado que se poseía bastante información sobre el joven y su contexto histórico y social, al menos de forma general, se concibió la idea de hacer una reconstrucción del mismo.
Después de varios años en laboratorios, sacando moldes y mediciones del esqueleto, se creó un modelo físico tridimensional que fue completado con una reconstrucción dermoplástica realizada en París por Elisabeth Daynes. Semejante técnica consiste en la cubrición de una superficie con una capa plástica de una consistencia y textura muy parecidas a las de la piel humana, que en modelos humanos trabajados con las técnicas forenses adecuadas alcanza hasta un 95% de fiabilidad. No obstante, como ya destacó Leila Sebai, presidenta del Consejo Internacional de Museos, esta técnica, en la que Daynes es experta, presenta sus limitaciones en cuanto a coloración de piel y ojos, teniendo que usarse los conocimientos históricos y etnográficos para “rellenar” esos huecos. Renombrado como Ariche –“el deseado”– por el Ministro de Cultura, Abderraouf Basti, ha sido vestido con una túnica de lino y unas sandalias de esparto como era costumbre en la época, según el historiador francés Jean Paul Morel y Sihem Roudesli, paleoantropólogo del Instituto de Patrimonio Nacional Tunecino.
Aunque ahora mismo puede contemplarse en el museo que está al pie de la colina de Byrsa, su interés ya le ha marcado citas en su agenda. En marzo de 2011 será trasladado al Líbano, donde formará parte de una exposición sobre el pueblo cananeo organizada por la Universidad Americana de Beirut.