Rogelio López-Blanco www.elcultural.es 18/10/2007

Cayo Julio César (100-44 a. C.) es una de las figuras más eminentes de la historia occidental. De un atractivo excepcional por su relevancia como estadista y consumado estratega militar, era hombre de una elevada inteligencia y cultura, de la que son muestra extraordinaria los Comentarios a la guerra de las Galias, dedicados a la conquista y asentamiento del poder romano en ese territorio. También destacaba por el poderoso magnetismo que su cuidada oratoria y personalidad arrojada ejercían sobre los legionarios que servían bajo sus órdenes y sobre las masas romanas. Su imagen se proyecta de forma ambivalente, puesto que a todas esas virtudes que le adornaban se contraponen los efectos de una enorme ambición que le llevó a convertirse en dictador tras una dramática y cruenta guerra civil. Por último, el magnicidio que acabó con su vida en el momento en el que se hallaba en el apogeo de su poder pone un colofón de leyenda al personaje. Sin embargo, se puede decir que no fue una verdadera conclusión, ya que el legado de Julio César tuvo continuidad en el éxito de su sobrino Octavio (63 a. C.-14 d. C), heredero y sucesor, y primer emperador romano.

Rogelio López-Blanco www.elcultural.es 18/10/2007

Cayo Julio César (100-44 a. C.) es una de las figuras más eminentes de la historia occidental. De un atractivo excepcional por su relevancia como estadista y consumado estratega militar, era hombre de una elevada inteligencia y cultura, de la que son muestra extraordinaria los Comentarios a la guerra de las Galias, dedicados a la conquista y asentamiento del poder romano en ese territorio. También destacaba por el poderoso magnetismo que su cuidada oratoria y personalidad arrojada ejercían sobre los legionarios que servían bajo sus órdenes y sobre las masas romanas. Su imagen se proyecta de forma ambivalente, puesto que a todas esas virtudes que le adornaban se contraponen los efectos de una enorme ambición que le llevó a convertirse en dictador tras una dramática y cruenta guerra civil. Por último, el magnicidio que acabó con su vida en el momento en el que se hallaba en el apogeo de su poder pone un colofón de leyenda al personaje. Sin embargo, se puede decir que no fue una verdadera conclusión, ya que el legado de Julio César tuvo continuidad en el éxito de su sobrino Octavio (63 a. C.-14 d. C), heredero y sucesor, y primer emperador romano.

Pues bien, a insertar esta compleja figura histórica en el marco temporal de la tambaleante república romana dedica el historiador británico Adrian Goldsworthy (1969) su monumental biografía. Y no hay duda que lo logra de manera sobresaliente, tanto en lo que se refiera a explicar la personalidad del hombre –junto con los elementos que animan la plasmación de las aspiraciones en una carrera progresivamente triunfal–, como en la descripción del contexto en que se desarrolló su trayectoria. Sin embargo, el autor, muy consciente de la leyenda, del mito que se ha ido labrando a lo largo del tiempo, y particularmente de la imagen actual del personaje, condicionada por el cine y las series de televisión, tiene exquisito cuidado en prevenir contra los anacronismos.
Como muchos de los coetáneos de su clase social, que finalmente vieron liquidadas sus expectativas de grandeza y han sido olvidados, Julio César arriesgó en numerosas ocasiones su vida; estuvo de forma permanente al borde de la ruina económica a causa de los cuantiosos préstamos que contrajo para llevar a término sus conquistas y políticas de prestigio, y siempre sufrió el acoso de rivales y competidores políticos que pretendía limitar o acabar con su carrera, como él hizo con la de otros. Obviamente la historia no estaba escrita y la existencia de César pudo quedar malograda en muchos momentos y por diversas circunstancias. Nada estaba predeterminado , aunque es cierto que la diosa fortuna le estuvo acompañando mientras vivió.

El libro se divide en tres grandes apartados. El primero recoge los orígenes, la etapa de formación y el inicio del ascenso de César hasta llegar al cargo de cónsul, bajo el amparo del triunvirato que había constituido con Pompeyo (h. 106-48 a. C.) y Craso (h. 115-53 a. C.), un acuerdo que satisfacía temporalmente las ambiciones de los tres hombres. Un factor fundamental de este período es la experiencia de juventud en la que el autor detalla los problemas de inestabilidad política de la República, con la guerra civil y la dictadura de Sila. Estos antecedentes explican la forma en la que los contemporáneos de César y él mismo interpretaron el tiempo político que les tocó vivir.

La estructura política romana era producto de un delicado sistema de equilibrios y contrapoderes que mantenía en una permanente ebullición a la cúpula dirigente y a aquéllos que aspiraban a convertirse en parte de ella. No había lucha entre partidos, sino individuos que representaban significados linajes familiares. La noción de reparto de poder de forma sistemática entre los competidores no se contemplaba, puesto que, a la postre, cada uno podía tener clientelas y servidores capaces, pero no podía contar con sus pares. Sólo había breves alianzas coyunturales, de tal forma que la rivalidad era muchas veces despiadada. En palabras del autor, “no existía en la mentalidad de la élite romana la disposición para hacer algunas concesiones y alcanzar soluciones intermedias”. El otro gran factor, además de la competencia, era la obsesión por que nadie destacara lo suficiente de tal forma que pudiera acaparar todo el poder (que fue lo que en última instancia acabó con César). El odio contra la dictadura o el poder absoluto era un elemento constitutivo del sistema político romano y de la clase aristocrática sobre la que reposaba. De ahí proviene la principal dificultad que siempre encaró Julio César, cuya ambición e inteligencia política le impulsaban a procurarse los mayores honores y el reconocimiento de sus iguales, sin llegar a percatarse de que, por mucha consideración que les mostrara, nunca podría acabar de satisfacerles dada la naturaleza del sistema.

La segunda parte del volumen corresponde a la etapa de proconsul, cuando obtiene el tan ansiado destino que le permitirá alcanzar la gloria militar. Es la etapa que le consagra y que consolida su poder ante sus legionarios, siempre su principal baza, y ante Roma, con sus grandes victorias contra los germanos que amenazaban las fronteras de los aliados de Roma y especialmente los galos, además de la incursión en Britania. Todo culmina con el sofocamiento de la rebelión comandada por Vercingetórix, a partir de la cual la Galia queda incorporada al imperio. Es su momento culminante de prestigio y fortuna, pero también el más delicado, cuando ha de dejar el mando de sus tropas, volver a Roma y quedar expuesto al escrutinio y acechanzas de sus enemigos.

Pese a sus notables dotes diplomáticas, incrementadas por su capacidad de persuasión y dadivosidad para conseguir alianzas, de la obra de Adrian Goldsworthy se desprende que la clave principal del poder de Julio César fue la militar, la cual, una vez que consolidó su solvencia como comandante, se basó en la estrecha unión con sus legionarios, con quienes supo trabar una relación de confianza extrema, sustentada en el espíritu de cuerpo, grandes recompensas y prestigio militar. A juicio de Goldsworthy, César nunca fue una persona gratuitamente cruel pero sí pragmática. Estaba dispuesto a permitir o alentar atrocidades si eso beneficiaba su política en un momento dado, pero sus criterios predominantes eran los de clemencia y generosidad. Además del interés político evidente –si es inevitable, siempre es mejor tener por encima a alguien desprendido y liberal con los vencidos y reacios–, dicha actitud se avenía con su carácter.

La tercera parte de esta monumental obra abarca los prolegómenos de la guerra civil, el desarrollo de ésta y su culminación, hasta desembocar en la dictadura a la que puso fin el asesinato de César el 18 de marzo del 44 a. C. Durante la etapa de hegemonía absoluta, tras la derrota de los pompeyanos en el 46 a. C., por fin pudo mostrar sus cualidades como gestor administrativo, emprendiendo grandes obras y reformas de calado. Su capacidad de trabajo y dedicación eran prácticamente ilimitadas. Se puede decir, siguiendo a Goldsworthy, que casi todo su obra perseguía el bien común. El problema residía en que las instituciones romanas vigentes eran una simple fachada, las decisiones reales las tomaba el dictador o el grupo de confianza. La cuestión del odio a la dictadura, por benéfica que fuera, y la tradición republicana de la más selecta aristocracia senatorial, que no aceptaba perder la posibilidad de retomar la situación de libre competencia por los cargos y el establecimiento de límites al poder, acabó provocando el magnicidio más famoso de la historia.

Adrian Goldsworthy, CÉSAR
Traduc. de María Teresa Lozano. La Esfera. Madrid, 2007. 790 páginas, 39 euros
Extracto del libro: http://www.elcultural.es/Historico_articulo.asp?c=21437