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Introducción

Marco Tulio Cicerón (106 – 43 a.C.) es uno de los mayores oradores, filósofos y políticos de toda la historia antigua de Roma. La trascendencia y detallismo de todos sus escritos, la brillantez de todos sus discursos y la influencia que generaron sus obras en numerosos autores posteriores así lo demuestran. Sin embargo, si hay un acontecimiento en particular por el que se le conoce es por el protagonizado junto a Lucio Sergio Catilina en el 63 a.C. En este artículo vamos a ofrecer un breve resumen de la conjuración de Catilina, estudiando sus hechos y personajes principales y analizando el papel ejercido por Cicerón.

La rivalidad entre Cicerón y Catilina

De la misma generación que Cicerón, Lucio Sergio Catilina era un político nacido en una familia patricia romana venida a menos. Al igual que éste, comenzó su carrera luchando bajo el mando de Pompeyo Estrabón. Años más tarde, su padre y su hermano fueron asesinados durante las proscripciones de la dictadura de Sila, pero él consiguió salvarse sumándose a las filas silanas en el último momento.

Esta oportuna decisión le permitió incrementar su fortuna personal y ser incluido en la nueva aristocracia del régimen. Entonces, Catilina se inició en el cursus honorum hasta que llegó a ser elegido pretor en el año 68 a.C. y propretor en África al año siguiente. Cuando regresó a Roma en el 66 a.C., quiso presentarse como candidato al consulado del 65 a.C., pero no fue admitido por las numerosas denuncias que cayeron sobre él por su corrupta gestión de la provincia. A pesar de que fue juzgado y absuelto ese mismo año, tampoco pudo presentarse como candidato en las elecciones del 64 a.C. por la duración del juicio.

Así llegamos a las elecciones para el consulado del año 63 a.C., donde sus principales competidores eran Cayo Antonio Híbrida y Marco Tulio Cicerón. Para ganar, Cicerón basó su campaña electoral en atacar salvajemente a Catilina, acusándolo de haber hecho múltiples barbaridades para contentar a Sila. Esto, sumado al hecho de que era el candidato favorito de los grandes acreedores, hizo que Cicerón obtuviera la victoria.

Organizando la conjuración de Catilina

Lejos de querer rendirse, Catilina volvió a postularse como candidato consular para el año 62 a.C. A lo largo de su campaña electoral, defendió la necesidad de una condonación parcial o total de las deudas del pueblo romano. De hecho, el político no solo no escondía sus propias y enormes deudas, sino que presumía de ellas para empatizar con sus votantes. El cónsul Cicerón, cuyo temor era ser asesinado por los muchos seguidores de Catilina, pospuso las elecciones. Cuando estas finalmente se celebraron, la campaña de desprestigio del orador ya había hecho su efecto, de modo que Catilina fue nuevamente derrotado.

Catilina y sus seguidores, hartos de no poder conseguir sus objetivos políticos por medios legales, decidieron que era hora de recurrir a vías menos tradicionales… De esta manera, comenzaron a organizar una conspiración en la que se involucraron varios destacados senadores y algunos caballeros. En principio, se pretendía realizar un levantamiento armado simultáneo en varios puntos de Italia que se extendiera luego a Roma, donde el asesinato del cónsul Cicerón sería la señal inequívoca para la toma del poder.

De acuerdo con su propaganda, deseaban devolver al pueblo romano la libertad que un grupo de aristócratas déspotas les habían robado para ostentar el poder de forma fraudulenta. Asimismo, se publicitaba la gran reforma económica defendida por Catilina, lo cual sin duda atraía a muchos miembros de la arruinada plebe urbana y rural. Aun así, lo cierto es que no hay motivos para pensar que Catilina quisiera hacer una revolución social o política, ni mucho menos que quisiera quemar la ciudad hasta los cimientos, como sugirieron algunos autores. Fuera como fuera, este mensaje caló en zonas muy castigadas como Etruria, donde muchos campesinos se alzaron en armas al mando de un antiguo centurión, Cayo Manlio.

Cicerón denuncia la conjuración de Catilina

En octubre del 63 a.C., Marco Licinio Craso presentó a Cicerón un puñado de cartas anónimas que implicaban a Catilina en una conspiración para derribar el gobierno de Roma. Con las pruebas en la mano, el 21 de octubre el cónsul informó en el Senado de la existencia de preparativos para una revuelta. Ésta debía estallar apenas unos días más tarde, primero en Etruria y luego en Roma. Esto frenó momentáneamente el golpe en la ciudad, pero no en Etruria, donde Manlio se rebeló como estaba previsto.

El 8 de noviembre del 63 a.C., Cicerón denunció públicamente a Catilina en uno de sus discursos más famosos, empezando por una de sus citas célebres más conocidas: «¿Hasta cuando abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?«. A continuación, expuso con detalle los entresijos de la conspiración (según la veía él, claro) e intimidó a Catilina para que abandonara Roma. Al final, el político desapareció aquella misma noche y no volvió a dar señales de vista hasta una semana más tarde, cuando llegó al campamento de Cayo Manlio.

Además, debido a su indiscreción a la hora de buscar aliados, los principales cabecillas de la conjuración que permanecían en la ciudad fueron descubiertos y encarcelados. Dos días después, el Senado decidió aplicar la pena de muerte a los conspiradores, acusados de alta traición contra el Estado. Uno de los senadores que se pronunció en contra de esta sentencia fue Cayo Julio César, quien rechazó una condena realizada sin juicio previo por un delito que aun ni siquiera se había cometido y sin posibilidad de ejercer el derecho de apelación de todo ciudadano romano.

La conjuración de Catilina, el mayor triunfo de Cicerón

Catilina, desde Etruria, pasó a la acción en cuanto supo el destino que habían corrido sus amigos. Durante un par de meses, la revuelta pervivió, pero finalmente fue aplastada por el procónsul Antonio Híbrida en la primavera del 62 a.C. Concretamente, fue en Pistoia (a pocos kilómetros de la actual Florencia) donde Lucio Sergio Catilina murió en combate; con él, también murió cualquier atisbo de rebelión.

Pocos acontecimientos de las últimas décadas de la República Romana han recibido tanta atención como la conjuración de Catilina. Sin embargo, lo cierto es que es un episodio muy sobrevalorado en su magnitud, ya que el político nunca fue una verdadera amenaza para el mundo romano. De hecho, si no hubiéramos descubierto el episodio gracias a las Catilinarias de Cicerón y La conjuración de Catilina de Salustio, tampoco habría pasado nada, nuestro conocimiento de la historia de la República Romana Tardía habría seguido igual.

El incidente fue muy exagerado por Cicerón en sus escritos para presentarse como el gran salvador de la patria. Según argumentaba el orador, la República todavía podía salvarse, porque en los momentos más oscuros todos los ciudadanos de bien sabían remar juntos en el mismo barco para proteger al Estado de sus peores enemigos. Pero, aunque en esta ocasión concreta hubiera sido así, ese consenso político del que hablaba Cicerón era solo producto de su imaginación. Pronto llegaría el momento en el que los acontecimientos demostrarían hasta qué punto se había equivocado.

Bibliografía

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