Los Estudios de Letras son una manera de estar en el mundo, una forma de vida continua, lámparas incesantes, luz de reserva en épocas oscurantistas.
Pesada, férrica o de madera y savia, grandiosa, embreada, refulgente, cálida, esculpida con friso dórico, guarnecida por la memoria, emblemática, sacrosanta, y portada por las Filohelenas: las doce bachilleres de Tomares (Sevilla) que se han propuesto asegurar la continuidad de la asignatura de Griego en su instituto; que es decir, preservar la rama de Humanidades en la Educación Secundaria tal y como la conocemos.
Es la Antorcha Andaluza de la Libertad con sus doce faces humanistas. Doce manos enérgicas elevan una gran llama de lenguas vivas que ondean a los cuatro vientos como la arbonaida. Como un plante en la escuela pero ningún plante, porque las estudiantes siguen alegres a sus materias humanísticas y organizadas en torno a sus exámenes. Como una paciente rebelión que es irreductible, porque la arma la fe en el Conocimiento, desde el que crecen hojas perennes. Como la de un árbol milenario, la voluntad de Las Doce de Griego -así las llama su profesora Encarnaes inquebrantable. “Espero que vuestra antorcha se mantenga encendida y siga iluminando más y más” les deseaba la cineasta Arantxa Aguirre tras mostrar su apoyo a la iniciativa.
Es la Antorcha Andaluza de la Libertad un campanario de antorcha: esmalta todos los barrios, se vierte en cada patio y dora las macetas. Es la Antorcha Andaluza de la Libertad una torre de oro, no antorcha. ¿Qué es hoy la libertad si no implica defender el lugar y el camino del Saber que te emociona y que amuebla tu mundo? Pues la libertad no la inmortaliza una estatua de piedra revoloteada en las películas por toda suerte de superhéroes intergalácticos cuyos poderes extraordinarios enmiendan instantáneamente la realidad de la nación. La polis griega engendró mucho antes, hace unos cuantos miles de años, otro tipo de heroínas mediterráneas que vemos destellando en los rostros de las Filohelenas, que sentimos latir bajo las fibras honestas de su causa a favor del futuro de los demás, metamorfoseadas como halos alrededor de la solidaria lampadedromía que Las Doce de Griego han iniciado. La libertad nos la están recordando estas jóvenes de carne y hueso hispalenses en carrera universal por la formación de los que vendrán. “Sea por Andalucía libre, España y la Humanidad” tuvo que escribir Blas Infante después de ensoñarlas.
Los Estudios de Letras son una manera de estar en el mundo, una forma de vida continua, lámparas incesantes, luz de reserva en épocas oscurantistas. ¿Qué hace un país europeo zarandeando las Humanidades, desmoronándolas hasta el punto de desterrarlas por el sumidero irreversible de la indolencia, a la desaparición? No se puede negar a las personas, en los institutos de los pueblos más alejados de la urbe, el desarrollo interior de un modesto habitáculo en el que ser. «Libertad para decidir un quehacer. Libertad y vocación. ¿No será ese terreno de la vocación el adecuado para entender desde él el sentido de la libertad en el hombre?» escribió María Zambrano reflexionando sobre cómo educar para la libertad, y parece que la filósofa está pensando ahora mismo en voz alta.
La Escuela es el Templo del Saber, no un banco de peones listos para autoflagelarse por el valor que se le ha dado al papel de colores. ¿A quién le interesa que sea lo segundo y no lo primero? ¿Está a subasta la nave del Estado que versificó Alceo? ¿Hacia dónde está girando? ¿Adónde estamos yendo? ¿Quién se sienta a los mandos? ¿Qué desvía el timón? Si no hay unas prestigiadas Humanidades, ¿cuándo se entregará a las generaciones venideras el relevo del acervo colectivo? ¿Cómo se les transmitirá un utillaje para asumir críticamente el pasado? ¿Se le dejará a la inteligencia artificial? ¿Al amontonado bombardeo informativo con que nos asaltan los buscadores de la red? ¿A los titulares mediáticos en busca del clic? No lo sé.
Lo que sí sé es que la alta cultura ha de mantenerse cerca de la ciudadanía tripulante. No hace nada en los herméticos salones de una élite. Ha de asentarse todos los días en los centros educativos a pie de pueblo cual mariposa que sale al vuelo a polinizar los ojos más frágiles. No lo dudaban las intelectuales y los artistas, las profesoras y los maestros que hace un siglo animaron las Misiones Pedagógicas y las movieron hasta el rincón más apartado de nuestra geografía. Lo sabía muy bien Federico García Lorca cuando diseñó y dirigió “La Barraca”. ¿Lo sabemos nosotros? ¿Será HAMARTÍA por HÝBRIS aquello que, a contracorriente, se está escurriendo del crujiente tablao sociopolítico que acompasa nuestras vidas? La superficie de cortoplacismo político aturde. Mejor bajemos a refrescarnos al río generoso de la Literatura Griega.
Es la Antorcha Andaluza de la Libertad con sus doce faces humanistas un estandarte tras el que marchar. Por ello te encuentras aquí. No te resignas a que el Griego, el Latín o la Filosofía se diluyan en la cada vez más desertificada Escuela Pública. Quieres reivindicar que estas materias, así como el itinerario que conforman, se promuevan con orgullo, que no se estrellen contra el suelo árido de los prejuicios. Estas calles de letras te reciben en cuanto has podido tomarle unos suspiros al invisible cronómetro diario que te tiene en todas partes. Quizá vienes a experimentar el sentido que la antorcha anunciada en el título tiende hasta ti. Somos muchos los congregados a los márgenes de la absorbente pantalla que, como un espejo, nos conecta. La improvisada reunión en estos renglones consiste en caminar unos segundos por las palabras que quedan.
Al emprender la excursión, los caparazones desiguales de la calzada te enfrían la suela de los zapatos. El cielo va asomando como un péndulo aleatorio sobre los edificios que dejamos atrás. Sara, Julia, Lucía, Marta, Elena, Lola, Paula, Loreto, María, Graciela, Marisa, Estrella y Encarna van en la avanzadilla. Enfrente, muy al fondo del trayecto, vislumbras la ventana cerrada de una casa. De ella te separa un ajardinado sendero de guijarros que ya está casi andado. Llegas cerca de la pared. El invierno aquí muerde con unas estalactitas que desguazan cualquier cuerpo. El propietario de la casona yace en su lecho de muerte. Ha vivido durante el Siglo de las Luces y, en su último aliento de vida, no deja de percibir las turbaciones que han empezado a corroer el ambiente. «Macht doch den zweiten Fensterladen auch auf, damit mehr Licht hereinkomme» (‘Abran también los postigos de la ventana para que entre más luz’) oyes exhalar dentro. “Luz, más luz” es lo que el hombre está pidiendo. Alguien en la cámara se aproxima a la ventana, la abre y empuja los postigos hacia sendos lados. Afuera resplandecen las Doce de Griego. Junto a ellas, tú también has ido a la ciudad de Weimar para aliviar a Goethe con el brillo del Conocimiento, con la antorcha de las Humanidades.
FUENTE: eldiario.es