Poema ciclópeo en el que Homero relata un episodio bélico y muestra escenas de amor y celos, diálogos agrios o astutos, símiles de profundo lirismo y cariño marital
José María Sánchez Galera www.eldebate.com 16/06/2023
Por lo general, suele describirse la Iliada de dos maneras. Unos dicen que es el relato de la cólera o resentimiento de Aquiles —así comienza este formidable poema épico: «Canta, diosa, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo, funesta y que trajo innúmeros dolores a los aqueos»—, quien, tras una agria disputa con el caudillo Agamenón, decide retirarse de la lucha. Su ausencia cobra un tremendo protagonismo, puesto que, sin Aquiles, los atacantes argivos —entendamos «aqueos», «dánaos» y «argivos» como sinónimos aproximados de un gentilicio que nunca aparece en Homero: «griegos»— no logran doblegar a los defensores troyanos, y, en un momento dado, la lucha parece decantarse en su contra. Aquí interviene Patroclo, amigo íntimo de Aquiles —en épocas posteriores, esta amistad se interpretará de una manera muy pasional y más cariñosa que lo acostumbrado entre varones—, que le dice: «Envíame a mí lo más rápido, y sitúa a mi lado al resto de la tropa de los mirmidones … Concédeme armarme los hombros con tu coraza, por si, confundiéndome contigo, del combate se alejan los troyanos, y recuperan resuello los belicosos hijos de los aqueos». Podríamos seguir desvelando la trama, algo que a la antigua audiencia griega más o menos le daba igual, porque se la conocía de memoria.
Otra manera de leer la Iliada consiste en asumir que proyecta —desde una serie de capítulos más bien conexos, y que se prolongan unos cincuenta días— el conjunto de los diez años de guerra contra Troya, sobre todo en su etapa postrera. Esta visión crepuscular refleja, por una parte, el cansancio de dánaos y troyanos, y, por otra parte, el de los propios dioses, agentes muy activos en el conflicto, por lo general con Afrodita y Ares de parte de los defensores, y Atenea y Hera como divinidades que procuran el triunfo de Agamenón y sus huestes aliadas —la manera como Atenea vapulea a Ares rebasa cualquier pretensión de feminismo empoderador. Pero hay más: la Iliada es un libro repleto de un recurso literario llamado prolepsis o anticipación —algo similar, en este caso, al «flash forward» de las películas. Eso permite que el texto contenga resonancias de gran riqueza y emotividad, como en las variadas ocasiones en que se columbra el calamitoso destino que espera a Astianacte, el bebé hijo del príncipe troyano Héctor y su esposa Andrómaca.
En realidad, la Iliada es ambas cosas y más. Es un ciclópeo poema en torno a un denso episodio que concatena varios acontecimientos. Narrando la ira que Aquiles profesa contra Agamenón, el poeta nos habla de Patroclo, de Héctor y del rey troyano Príamo. Nos habla de emociones contundentes —celos, odio, rabia, pena, misericordia, lástima, miedo, osadía— y de una manera de entender la existencia. Pero también nos relata cómo era la guerra del mundo micénico y minoico, unos doce siglos antes de Cristo y unos cuatro antes del propio Homero. A veces, el poeta opta por dar voz a sus personajes; a veces prefiere descripciones líricas —compara las batallas con todo tipo de fenómenos meteorológicos o labores del campo—, e incluso opta por detalles truculentos sobre lanzas y espadas que atraviesan la carne enemiga y extraen la sangre y la vida humanas. Aunque también compara el modo como una diosa desvía del cuerpo de un héroe una saeta, con el modo como una madre manotea para apartar una mosca de su chiquitín sumido en dulce sueño. O compara la destrucción de un muro con el juego de un niño que destruye en la playa su castillo de arena.
Y no es sólo una obra bélica; nos preguntamos si el abatimiento que siente Aquiles —las lágrimas que vierte— al desprenderse de Briseida es una tosca forma de amar —Aquiles abandona la guerra a partir de entonces—; y también nos preguntamos si Helena, que siente atracción física por el guaperas de Paris, a la vez nota en su interior una fascinación terriblemente erótica viendo cómo su marido legítimo (Menelao) y los demás hombres —que han atravesado el mar por ella— luchan y se matan. No en vano, ella borda un doble manto púrpura con las escenas de esa atroz guerra.
En español se dispone de varias ediciones de gran calidad, incluyendo varias bilingües. Destacamos la de Emilio Crespo Güemes verso a verso (en Gredos), la veterana de Luis Segalá i Estalella (la primera edición es de 1908), la de Óscar Martínez García (Alianza), o la de José García Blanco y Luis M. Macía Aparicio (Alma Mater). Para los más entendidos, el quinto verso presenta un curioso debate: ¿debemos traducir «los convirtió en despojos para perros y festín para aves rapaces» o «los convirtió en despojos para perros y para todas las aves»?
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