Pedro Jesús Fernández http://elviajero.elpais.com 28/11/2009

Escandalizaban a los romanos con sus danzas. Enigmas de una cultura fascinante en Tuscania, al norte de Roma.

Los etruscos fueron un pueblo enigmático. Sus nombres inundan la topografía italiana -tusci, por ejemplo, ha dado origen a Toscana-. Continúan descubriéndose tumbas cada año y muchas de sus instituciones pasaron a Roma (y de ahí, a nuestras raíces), pero seguimos teniendo importantes lagunas sobre su origen, lengua y buena parte de su cultura. No obstante, nos fascinan, y no sólo porque, aparte de los egipcios, se trate del pueblo que ha puesto mayor esmero en enterrar a sus muertos, sino porque, por dar algún dato, tenían una sociedad bastante igualitaria, en la que la mujer ocupaba puestos de responsabilidad, creían en el hedonismo y fomentaban la ciencia, en particular la medicina.

Su más importante estudioso fue el famoso Claudio -de la serie televisiva basada en las novelas de Robert Graves-, quien escribió, cuarenta años después de la muerte de Cristo, un tratado de etruscología que se ha convertido en mítico. En él se describía en detalle esta civilización que dominó la península italiana durante quinientos años hasta ser absorbida por Roma en el siglo III. El libro se perdió poco tiempo después de su muerte y con él la información sobre un pueblo fatalista -por otro lado, consciente de que su destino era ser dominado-, ignorado por los griegos y odiado por los romanos. Éste es un detalle curioso: a pesar de que la civilización romana no ha pasado a la historia por su moderación, describían a los etruscos como unos libertinos escandalosos, sobre todo por su afición a tocar instrumentos musicales y a… ¡bailar! (así, el término histrión deriva de hister, el bailarín etrusco, ya que los romanos consideraban la danza una cosa de esclavos, algo despreciable). Da igual, hoy sabemos hasta qué punto la civilización romana es deudora de los etruscos y lo que nos subyuga de ellos es justamente lo que los romanos decían odiar, ese particular amor por la vida que tan bien reflejan las escenas de las pinturas de sus necrópolis.

Muy cerca de Tarquina y Cerveteri, las dos famosas ciudades plagadas de tumbas subterráneas cubiertas de estos frescos, se encuentra Tuscania, otra de las grandes urbes etruscas. Su imagen es bastante espectacular ya desde la carretera. De repente, dos montículos paralelos y, sobre el primero, la mole de la iglesia de San Pedro de Tuscania, solitaria, aislada, enorme, rodeada de torres y bastiones de piedra medio destruidos y tan armónicamente dispuestos que parecen la obra de un escenógrafo. Por detrás, sobre una colina estrecha y profunda, se extiende la ciudad amurallada.

El conjunto tiene el aire de abandono de ciertas estampas del siglo XIX, especialmente si uno llega a la hora del crepúsculo. Nosotros tuvimos suerte, estaba anocheciendo y bajamos del coche con esa romántica fascinación. Al pie de los cerros, la carretera besaba las viejas murallas trazando una gran ese sobre la campiña como una larga pincelada blanquecina de niebla. A la derecha, el pueblo quedaba nadando en tonalidades naranjas, mientras que, por delante, la iglesia del blanco pasó al limón hasta llegar a un tono cobrizo que a alguien le pareció similar al pan más apreciado del Lacio, el casareccio di Genzano. La realidad era menos literaria, nos conmovía la huella del saqueo que produjeron las tropas francesas de Carlos VIII en 1495; desde entonces, la iglesia estaba aislada y el pueblo en la colina de enfrente, protegido por las murallas.
Sirenas y serpientes

Si desde la carretera nos había impresionado la mole de la iglesia de San Pedro, cuando llegamos a la puerta guardamos silencio. Por un lado, la fachada está cubierta con un confuso bestiario fantástico en el que se mezclan serpientes aladas con sirenas, leones con arpías y hombres y águilas bicéfalas con demonios. De otro, al entrar en la iglesia se tiene la sensación de abarcar todo el espacio y poder caminar -acompañados por columnas y arcos-, siguiendo un itinerario diseñado a nuestra medida. Por fortuna, el arquitecto experto que venía con nosotros nos lo aclaró: «El templo fue edificado como basílica paleocristiana en el siglo VII por los magister comacini, los herederos de las técnicas constructivas romanas, y por eso se concibió como casa de reunión y de oración de los fieles en el que todos sus elementos estuvieran ordenados en la línea del camino humano. En el siglo XIII fue transformado y el mundo medieval sustituyó la herencia romana. El atrio se reemplazó por una fachada que, de pronto, se convertía en algo vivo, tridimensional, un lugar donde el nuevo hombre de la Edad Media podía concentrar sus temores y sus esperanzas.

«Aunque en la actualidad vivamos uno de los periodos más simbólicos de la historia», nos dijo -recordándonos la proliferación de ideogramas como las señales de tráfico, la cruz verde de las farmacias o la M de McDonald’s-, «nos resistimos a entender las imágenes del Medievo y, a menudo, nos parece anacrónica esa representación de hombres, animales y monstruos en tamaños diferentes y el mismo plano de visión, o que, por ejemplo, Cristo aparezca con el fondo de una ciudad italiana medieval. En cambio, para ellos era más que lógico. No trataban de representar correctamente, sino de hacerlo de manera simbólica, sin importar que se mezclaran el tiempo y el espacio. Para esos hombres las cosas eran o bien un misterio o bien un milagro; el lazo de conexión entre los acontecimientos era el orden cósmico y religioso; el orden verdadero del espacio era el Cielo, y el orden verdadero del tiempo, la eternidad».

El interior escondía otra ambigüedad, ahora sí, artificial. En uno de los lados han tenido la feliz idea de disponer una larga procesión de sarcófagos etruscos de piedra con su postura característica, es decir, medio sentados, medio tumbados, con el brazo reclinado y tras la diferencia del parecido de los retratos, las mismas miradas fijas, los mismos ojos almendrados, la misma famosa sonrisa irónica, serena, invariable. Salimos de la iglesia al prado circundante. Tras una cerca, un grupo de jóvenes arqueólogos parecía estar midiendo porciones de terreno. Nos acercamos a ellos para averiguar su propósito. «¿Qué buscan?», le pregunté después a mi amigo el arquitecto. «No lo sé bien», me respondió haciendo un gesto amplio con el brazo. «Nada importante. Supongo que esperaba otra sorpresa después de visitar un edificio que muestra el tránsito por el cual la arquitectura deja de expresarse en términos de superficie para hacerlo en términos de estructura y acabar frente a un grupo de esculturas que han conseguido desbordarme en la misma noción del tiempo».

» Pedro Jesús Fernández es autor de Peón de Rey (Alfaguara).

GUÍA
Dormir
» Casa Caponetti (0039 07 61 43 57 92; www.casacaponetti.com). Tenuta del Guado Antico. Tuscania. 50 hectáreas de parque con producción propia y venta de productos biológicos. Seis habitaciones: la doble, desde 90 euros.
» Relais Pian di Vico (0039 07 61 44 50 66; www.relaispiandivico.com). Pian di Vico. Villa con un cuerpo central de principios del siglo XVIII. Tranquilo, inmerso en la naturaleza. La doble, 120 euros.»

Comer
» Al Gallo (0039 07 61 44 33 88; www.algallo.it). Via del Gallo, 22. Tuscania. Buena cocina tradicional. 30 euros.
» Locanda di Mirandolina (0039 07 61 43 65 95; www.mirandolina.it). Via del Pozzo Bianco, 40-42. Tuscania. Simpática trattoria en el centro de Tuscania. 20 euros.
» Enoteca La Torre (0039 07 61 22 64 67; www.enotecalatorrevt.com). Via della Torre, 5. Viterbo. A muy poca distancia de Tuscania, una estupenda enoteca con un menú ambicioso y gran repostería. Entre 30 y 35 euros.

Información
» Turismo de la provincia de Viterbo (www.provincia.vt.it).
» www.enit.it.