Mary Beard | www.bbc.co.uk 08/05/2012

¿Cómo eran las personas en la antigua Roma? En muchos aspectos distintas a nosotros, pero al menos en la vida familiar y en la crianza de los hijos se nos parecen bastante.

En el año 94 a.C. murió Quintus Sulpicius Maximus, un joven romano que vivió apenas 11 años, cinco meses y 12 días. Acababa de participar en una competencia de poesía para adultos, algo así como el Roma Tiene Talento. Había compuesto y declamado un largo poema en griego.

Y, aunque no ganó, todos estuvieron de acuerdo en que había logrado algo sorprendente para su edad. Lo triste es que murió sólo unos pocos meses después.

Esto lo sabemos porque le sobrevive su lápida, que fue creada por sus padres en señal de luto. Hay una pequeña estatua suya en la mitad, vestido con su toga, y su poema está tallado en la piedra para que quedara claro lo brillante que había sido.

¿Pero cómo murió? Sus padres explicaron que colapsó por trabajar tanto.

¿Entonces era el pequeño Sulpicius un niño prodigio, al que la muerte robó de un público expectante?

¿O fue una víctima de unos padres muy exigentes, como todos esos niños modernos presionados por sus progenitores para que sean siempre los mejores?

El síndrome
Mi apuesta es que éste es un ejemplo drástico del «síndrome del padre exigente». De hecho, esta familia romana nos permite recordar una lección universal de la crianza de los hijos: es una buena idea darles un respiro de vez en cuando.

Y, sin embargo, no deberíamos tal vez ser tan duros con la mamá y el papá de Sulpicius. Después de todo, los romanos comunes y corrientes invirtieron en sus hijos más tiempo del que invertimos hoy en día.

Los padres que erigieron este monumento a su hijo eran exesclavos. Liberados por su dueño, ahora tenían que defenderse solos. Un poeta célebre en la familia habría hecho maravillas en las finanzas familiares.

Y en un nivel menos glamoroso, en un mundo sin pensiones ni seguridad social, realmente necesitaban niños que pudieran cuidar de ellos en su vejez.

Planificación familiar
Ese era un cálculo que a muchos romanos les costaba hacer. No había una cosa tal en el mundo antiguo como una planificación familiar confiable.

Los doctores romanos recomendaban mantener relaciones sexuales en la mitad del ciclo menstrual de la mujer si la pareja quería evitar un embarazo (como sabemos ahora, éste es precisamente el momento de mayor fertilidad). Eso sin mencionar la variedad casi inútil de cremas y pócimas anticonceptivas que circulaban.

El hecho es que debe haber habido una gran cantidad de bebés no deseados. Muchos de ellos fueron literalmente desechados, dejados sobre un basurero para que tal vez lo «rescatara» un transeúnte y lo convirtiera en un esclavo.

Hacer cálculos sobre el tamaño de la familia era aún más difícil por las terribles tasas de mortalidad infantil antes del advenimiento de la medicina moderna. En la Roma antigua casi la mitad de los niños moría antes de llegar a los diez años.

De alguna manera, a Sulpicius no le fue tan mal. Hay miles y miles de monumentos conmovedores en honor de bebés y niños que murieron por enfermedades o accidentes.

Debe haber habido innumerables familias que pensaron que les estaba yendo bien al pasar de cinco bebés sobrevivientes a solo uno después de algunos años. Otras podían tener el problema contrario: por la lotería de la buena salud, habían quedado con ocho bocas para alimentar.

En resumidas cuentas, había que poner a trabajar a los niños para que sobreviviera la familia.

Trabajo físico
Si la familia tenía un poco de dinero extra -pues la educación en Roma no era gratuita- podía tomar la decisión de mejorar sus posibilidades al enviar a los niños al colegio.

Los niños hombres, claro. La responsabilidad de las niñas era tener hijos y para eso no tocaba ir al colegio.

Si la familia no tenía ese dinero, el trabajo era algo más exigente. No era sólo en el almacén o taller familiar. Se han excavado algunos esqueletos de niños de tan solo cinco o seis años y todos muestran las señales del trabajo físico exigente, probablemente en la industria de la lavandería.

Dudo que muchos romanos calificaran su niñez como «los días más felices de su vida». Esos días podían ser oscuros y literalmente mortales.

Pero de todos modos -y esta es para mí la lección más feliz- el afecto entre los padres romanos comunes y corrientes y sus hijos, sin mencionar el carácter de esos niños, brilla en medio de la oscuridad, incluso en sus tumbas (que es el único rastro que a unos les queda).

¿Tal vez el pequeño Sulpicius tenía un lado necio? (Sólo podemos adivinar).

Yo, por mi parte, tengo una debilidad por una pequeña niña romana, llamada Geminia Ágata Mater, quien murió cuando tenía apenas cinco años, siete meses y 22 días.

Ella no era una dulce criatura vestida de rosa, sino una auténtica marimacha. El epitafio explica que su rostro se asemejaba más al de un niño que al de una niña, con su pelo rojo, corto adelante y largo atrás. Un alma divertida, la favorita de todos, una malcriada.

No lloren por ella, dice la lápida. Ella se divirtió. Y nos la podemos imaginar 2.000 años más tarde.

La foto de la lápida de Sulpicius es cortesía del Profesor Glen L. Thompson, del Seminario Luterano de Asia, en Hong Kong.

FUENTE: http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/05/120420_sociedad_sindrome_roma_padres_tsb.shtml

By Mary Beard, Professor of Classics, Cambridge University