Octavi Martí | París www.elpais.es 26/11/2006
Un ‘tsunami’ engulló tesoros del antiguo Egipto. Una exposición rescata en París algunos de ellos, pero el faro sigue esquivo.
Se supone que fue Hércules, enfrascado en el cumplimiento de sus célebres trabajos, quien puso orden en el Nilo, creando canales y diques para que su agua, en vez de arrasar, alimentase la tierra. Con ese gesto mítico Hércules convertía una zona caótica en el regadío más rico del mundo entonces conocido. Ahí es donde iban a instalarse las ciudades de Alejandría -durante siglos el mayor puerto de comercio-, Canope -en su momento de gloria conocida como «capital de las bacanales» porque acogía todos los burdeles imaginables- y Heracleion, que tomaba su nombre del templo dedicado al héroe fundador, él solo toda una empresa de trabajos públicos. Heracleion existe desde el siglo XVIII antes de nuestra era y era la puerta de entrada a Egipto hasta que Alejandro el Magno, el 331 antes de Cristo, crea Alejandría y ordena trasladar las actividades comerciales a la nueva ciudad. A partir de ese momento Heracleion sólo guarda importancia religiosa y luego, entre los cristianos y la geología, acabará hundida.
Durante muchos siglos a esta lista de ciudades incluía otros nombres, como los de Thonis, Menothis y Naucratis, que figuran en los textos de Herodoto y Estrabón pero también en los de historiadores y arqueólogos modernos. Ahora, gracias al trabajo de arqueólogos submarinistas como Frank Goddio y Jean-Yves Empereur, entre ellos enfrentados después de años de colaboración, la geografía histórica deja de ser geografía imaginaria, las costas recuperan su perfil y las ciudades su lugar y su nombre. Y es así, por ejemplo, que al descifrar la estela de granito negro relativa al mandato del faraón Nectanebo I (380-343 antes de Cristo) que aprendemos que Heracleion es el nombre griego de la Thonis de la que hablaba Herodoto.
Una pequeña parte de la labor de Goddio se expone ahora, a partir del 8 de diciembre y hasta el 16 de marzo, en el Grand Palais de París, unos 500 objetos rescatados de los fondos marinos desde 1996 y hasta el día de hoy. «Es un descubrimiento cuya importancia es equivalente al de Pompeya», afirma un egiptólogo como Gereon Sievernich. Y lo cierto es que resulta fácil creerle cuando se contempla la gran estatua de Hapy, el dios de la opulencia y la fertilidad, ligado a las crecidas del Nilo, la mayor conocida del personaje -pesa seis toneladas y mide 5,40 metros-, y colocada junto a otras, también en granito rosa, que nos presentan a un rey y una reina.
Goddio, que durante 10 años trabajó como asesor económico de distintos gobiernos a cuenta de la ONU, se dedica a la arqueología submarina desde 1984. Su primer gran éxito fue el rescate de un galeón español del año 1600, el San Diego, hundido cerca de Filipinas. Desde 1992 tiene un encargo del Consejo Superior de Antigüedades de Egipto (CSAE), primero para trabajar en el puerto de Alejandría -«el barrio portuario de Alejandría es un ejemplo de la inteligencia y del saber de la época en materia de ingeniería y concepción artística», dice- y también en la bahía de Abukir. «Hemos realizado prospecciones electrónicas en el Portus Magnus de Alejandría y en Abukir para dar una realidad topográfica y física a las ciudades engullidas por el mar. La gente del CSAE había encontrado estatuas en el fondo del mar y me hablaron de ciudades tragadas por el mar. Eso me fascinó». Pero se trataba de no buscar a ciegas, de tener planos precisos antes de enviar a los submarinistas a hacer su trabajo. «La ayuda del Comisariado de Energía Atómica (CEA) ha sido determinante», concede Goddio. En efecto el CEA ha puesto a punto magnetómetros de resonancia nuclear mil veces más precisos que los tradicionales. Luego los sondeos batimétricos ayudan a perfilar los límites de los fantasmas submarinos ya intuidos y un sónar de barrido lateral contribuye a levantar una cartografía precisa del sitio elegido. «Luego hay que interpretarla», se ríe el submarinista-arqueólogo.
Previo al trabajo de campo es el de documentación, ya sea la lectura de los clásicos o la crónica de la batalla de Abukir entre la armada de Napoleón y la de Nelson. «Y mi primera expedición como submarinista-arqueólogo tuvo lugar precisamente en la bahía de Abukir, cuando buscábamos los restos del navío que capitaneaba la flota francesa». Y ya entonces descubrió que la causa de la derrota francesa estaba en la historia. «Los franceses perdieron a causa de Heracleion». En efecto, en el fondo del mar y limitando su profundidad, estaban los restos de la antigua ciudad y de su templo a Amon. Los británicos, con navíos de menor calado, supieron atrapar la flota francesa entre dos fuegos.
El pastel arqueológico de la costa alejandrina es lo bastante rico como para satisfacer el apetito de una pléyade de arqueólogos pero el problema es que todos buscan lo mismo: el mítico faro, una de las siete maravillas del mundo antiguo. Erigido en la isla de Faros -de ahí el nombre, y no al revés-, se trata de un proyecto puesto en marcha por orden de Ptolomeo I, general de Alejandro el Magno y levantado entre el año 297 y el 283 antes de Cristo. Tenía una altura de 135 metros y en lo alto un fuego permanentemente alimentado.
«El 21 de julio del 365, a continuación de un terremoto detectado desde Sicilia hasta el Líbano, el mar se retiró del puerto para luego volver en forma de ola de 20 metros de alto. Un tsunami. Nadie sabe hasta qué punto afectó al faro», dice Jean-Yves Empereur, arqueólogo que dirige el CEAlex (Centro de Estudios Alejandrinos), especializado en excavaciones de urgencia en terrenos antes de que los bulldozers entren en acción para edificar inmuebles, alcantarillas o autopistas. En 1990 Empereur se asoció a Goddio para levantar la topografía del puerto. La colaboración funcionó hasta que Goddio consideró intolerable que Empereur bucease al pie del fuerte de Qaitbay, bastión que domina la entrada a Portus Magnus. «Es verdad, nos enfadamos mucho», dicen uno y otro sin querer dar más explicaciones.
Para resolver el litigio y las suspicacias se adoptó una solución salomónica: a Goddio el interior del puerto, para Empereur el exterior de Qaitbay. Y nadie sabe si el faro está en uno u otro lugar pues el tsunami cambió para siempre el perfil de la costa. «También hay que tener en cuenta que el nivel del mar ha subido desde la antigüedad, que el terreno de la zona ha tendido a hundirse y que los barros sobre los que se habían edificado edificios de mucho peso han tendido a licuarse», recuerda Goddio.
Empereur está convencido de haber localizado el faro en su territorio: «En medio del caos de piedras hemos detectado unas estatuas que encuadraban una puerta de 12 metros de alto». Para Goddio son falsas ilusiones: «El faro era un edificio utilitario, no necesitaba de esfinges junto a la puerta».
En cualquier caso, durante dos años, Goddio y la sociedad que financia su trabajo, la Fondation Hilti radicada en Liechtenstein, tienen dos años para explotar comercialmente sus hallazgos arqueológicos antes de devolverlos a las autoridades egipcias.