A pesar de que muchos artículos científicos afirman periódicamente haber descubierto el secreto del hormigón romano, desde el punto de vista de la ingeniería no hay nada nuevo
José Pichel www.elconfidencial.com 05/02/2023
El relato es muy atractivo, casi irresistible para los medios de comunicación y los amantes de la historia. Resulta que los romanos eran mucho más listos que nosotros, que eran capaces de realizar construcciones que han durado 2.000 años porque tenían un secreto que se perdió en el tiempo. Por eso, en la actualidad, a pesar de tener tantos avances en ciencia y tecnología, construimos con materiales de mala calidad y se nos caen los puentes, así que más nos valdría volver al pasado y aprender algo. El problema de este hilo argumental tan interesante es que no es cierto.
Una sencilla búsqueda en internet nos devolverá miles de resultados sobre el supuesto secreto del hormigón de los romanos, porque en los últimos años han aparecido numerosos estudios sobre esta cuestión (por ejemplo, en American Mineralogist en 2017 o en Journal of the American Ceramic Society en 2021) y los periódicos los reproducen en masa. El ejemplo más reciente también ha tenido una enorme repercusión. Fue publicado por Science Advances a principios de este año y lo firmaban investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y de la Universidad de Harvard, entre otros. En él, no falta ningún detalle: un tema atractivo, una buena revista científica e instituciones de prestigio. Una vez más, habíamos resuelto el misterio de por qué el hormigón romano es tan duradero.
¿Qué dice exactamente el estudio? Los investigadores realizan un análisis de la composición química de terrones de cal que aparecen en muestras de hormigón de Privernum, un sitio arqueológico de Italia de dos milenios de antigüedad, y explican que están formados por una mezcla que incluye cal viva. En contacto con el agua, si a largo plazo se producen grietas, este componente actuaría como un mecanismo de autoreparación, formando calcita para sellarlas. Los científicos realizaron sus propios experimentos y declararon que su hallazgo podría servir para mejorar la vida útil de los materiales de construcción actuales, incluso citando las mezclas que se utilizan para impresión 3D.
Además del interés histórico, la investigación tendría una aplicación en el presente, así que no puede resultar más fascinante. Los titulares estaban servidos y desde hace semanas no paran de publicarse nuevos artículos periodísticos sobre la receta secreta o el ingrediente mágico que explicaría por qué los romanos eran mejores constructores y por qué deberíamos imitarles. ¿Hay algo que objetar? En realidad, un trabajo interesante desde el punto de vista de las reacciones químicas de los materiales se ha vendido como un gran hallazgo para la construcción, pero los ingenieros no encuentran nada nuevo: los elementos que utilizaban los romanos y los fenómenos físicos que los caracterizan son bien conocidos y no tienen ninguna aplicación hoy en día. No construimos como los romanos porque no resultaría práctico.
«No es cierto que la receta del hormigón romano se haya perdido, podríamos recuperarla si lo necesitásemos, pero ha sido superada en muchos aspectos», explica a Teknautas Manuel Francisco Herrador Barrios, ingeniero y profesor de la Universidad de A Coruña. Entonces, ¿qué aportan los estudios sobre sus características? «Nada que no se sepa», afirma, «son interesantes desde el punto de vista de la arqueología e incluso desde el nuestro, pero a la hora de sacar conclusiones son muy exagerados».
El hormigón es una mezcla que se endurece después de estar en contacto con el agua hasta quedar en estado sólido, por eso es un material magnífico para moldear construcciones a nuestro antojo. Está compuesto por arena o grava, agua y un conglomerante que ha cambiado con el paso de los siglos. Ahora utilizamos cemento, una mezcla de caliza y arcilla calcinadas y posteriormente molidas. En el caso de los romanos, usaban un mortero de cal y lo que se conoce como materiales puzolánicos, cenizas volcánicas procedentes de Pozzuoli, cerca de Nápoles.
No solo sabemos cuáles eran los materiales que utilizaban, sino también lo que ocurría con ellos, por ejemplo, «el autosellado de fisuras debido a la cal que describe este último artículo», asegura el experto. De hecho, la ciencia moderna puede describirlo mejor que cualquier erudito de aquella época, puesto que todo funcionaba a base de ensayo y error. «Todo el hormigón que hicieron venía de las minas de Pozzuoli y no consiguieron replicarlo, no encontraron otra fuente de estos materiales en otro lugar», afirma.
El hormigón romano era sobre todo «lento y muy estable» y, en efecto, esto le daba una gran durabilidad. Sin embargo, hay muchos aspectos que puntualizar con respecto a ese concepto. El primero tiene que ver con el sesgo de durabilidad: nos fijamos en las pocas obras que, en efecto, han llegado hasta nosotros 2.000 años después, pero pasamos por alto que la inmensa mayoría no han corrido la misma suerte. Lo lógico es que hayan sobrevivido las mejores, las que dieron con la mezcla más adecuada, pero al no haber un método sistematizado, no podemos deducir que todas las desaparecidas eran igual de buenas, sino más bien todo lo contrario.
Sin aplicación en el presente
En cualquier caso, el error más importante está en pensar que estos estudios pueden tener aplicación en el presente. ¿Podríamos hacer hormigones diferentes? Sí, pero no tendrían un uso masivo. Por ejemplo, la alternativa de los materiales puzolánicos, de origen volcánico, «es uno de los temas más recurrentes de estos estudios», señala Herrador Barrios. En principio, tendría sentido porque generarían una huella de carbono mucho menor que la de la fabricación del cemento, que es enorme. Sin embargo, «es un recurso natural que es escaso, muy caro y que no hay en todas partes, no es una solución escalable al mundo real». Como curiosidad científica, cualquier aportación es valiosa, «pero hay muchos grupos trabajando en hormigones verdes para la reducción de cementos y esto no les pilla de nuevas».
Del mismo modo, la utilización de cal viva también es interesante, «pero es un efecto muy limitado y tiene un efecto dañino, el hormigón se vuelve más ácido». El hormigón actual no es simplemente hormigón, sino hormigón armado; es decir, que por dentro lleva una armadura, una estructura de acero clave para la arquitectura de hoy en día. «Una de las cosas que más nos interesa en el hormigón actual es que sea un material muy alcalino para proteger el acero que va por dentro. De lo contrario, si es un hormigón ácido, la corrosión se dispara. Así que el mecanismo de autorreparación de la cal viva produciría demasiados problemas y, encima, esa supuesta capacidad «solo se refiere a algunos poros», señala el ingeniero, ya que «es imposible fisuras o grietas solamente con la precipitación del carbonato cálcico«. Además, la ingeniería moderna ya ha resuelto la autorreparación con otras técnicas, así que «no sería el mejor mecanismo».
Prescindir del acero que se vería dañado por la cal viva tampoco es una opción. «No tiene sentido, porque no podríamos construir edificios de muchas plantas ni puentes como los que hacemos. El hormigón romano no se adapta a las necesidades constructivas del siglo XXI, pero tampoco lo hace en los precios ni en el tiempo», resume el ingeniero. El acero del hormigón armado es lo que permite realizar piezas estrechas, largas y resistentes. Sencillamente, con la técnica romana «no llegaríamos muy lejos».
¿Por qué tanto bombo?
Si todo esto está tan claro para los ingenieros, ¿por qué estos trabajos generan tanta expectación? ¿Por qué se publican en revistas científicas de prestigio y llegan con mensajes tan rimbombantes a la prensa? Hay varios factores que tienen que ver con el propio funcionamiento de la ciencia y con la comunicación. Para empezar, «estos artículos se fijan mucho en algunos materiales en concreto, pero no le dan importancia a la resistencia, a la rigidez del hormigón o a la interacción con el acero, cosas que hoy en día, para la construcción, son fundamentales», pero que solo se explican desde el punto de vista de ingeniería. Sin embargo, en estos trabajos intervienen otros profesionales. «Los arqueólogos encuentran materiales, se los pasan a los químicos y configuran un grupo de investigación», asegura el profesor de la Universidad de La Coruña. Sus conclusiones nunca llegarían a revistas especializadas del mundo de la construcción, pero sí a las del grupo Science o Nature, que tienen mucho impacto, «pero son generalistas y, en realidad, para este tipo de cosas no tienen criterio».
El siguiente factor está en los servicios de prensa de universidades y centros de investigación, «sobre todo si son americanos», afirma el ingeniero, porque «les gusta darle un toque espectacular a todo». Por ejemplo, el artículo publicado recientemente es interesante «en la microescala» para aclarar las reacciones que tienen lugar en el material de construcción, «porque son complejas y dependen de muchísimos factores». Sea como sea, el mensaje final es «que se ha inventado una nueva mezcla de cemento comercializable».
Eso sí, todas estas objeciones no significan que los romanos no tuvieran una arquitectura espectacular. Sin duda, uno de los edificios más fabulosos del mundo está hecho con hormigón romano, el Panteón de Agripa, en Roma. «Es el ejemplo más notable, es impresionante en muchos niveles y es alucinante que hace 2.000 años consiguieran hacer una cúpula así», asegura el experto. No obstante, también hay que entender que cada construcción tiene su contexto. Por ejemplo, el acueducto de Segovia (que también es espectacular y no lleva ni una gota de hormigón) duró intacto dos milenios, pero «cuando empezó a tener tráfico comenzó a degradarse y hubo que cortar la circulación», recuerda.
FUENTE: www.elconfidencial.com