Ricardo Herrera | Italia www.lostiempos.com 11/03/2007
El antiguo burdel de la ciudad romana fue descubierto en el siglo XIX. Estuvo cerrado y nuevamente se abrió al público en octubre de 2006. es el edificio más visitado y comentado del sitio arqueológico. Testimonio de las costumbres sexuales de la época
No es el más suntuoso ni el más importante, pero es el edificio que mayor cantidad de visitantes atrae. Desde su reapertura en octubre del año pasado, cientos de curiosos y turistas no quieren perderse la oportunidad de conocer por dentro el lupanar de Pompeya, el lugar donde 2.000 años atrás las prostitutas prestaban sus servicios en la ciudad romana que quedó sepultada por la violenta erupción del volcán Vesubio el año 79 después de Cristo.
En Pompeya, la prostitución no estaba prohibida y eran los esclavos (de ambos sexos) traídos de otros países como Grecia, los que en su mayoría se dedicaban a esta actividad. Una de las características del lupanar, descubierto por los investigadores en 1862, es que fue construido exclusivamente como lugar de citas y no cumplía otras funciones como ocurría con una veintena de sitios en los que también se ejercía la prostitución, pero que a la vez eran posadas, hosterías y casas particulares.
La edificación tuvo un primer intento de restauración en 1949 cuando los arqueólogos trabajaban tratando de recuperar las zonas de la ciudad antigua afectadas por la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, no fue hasta 2005 que se inició una intervención completa con una inversión de 250.000 dólares.
El lupanar está ubicado en la zona más antigua de la ciudad. En la intersección de dos de sus calles secundarias, y cerca de donde estaban ubicados los baños, tabernas y posadas. Todo el complejo arquitectónico no tiene grandes dimensiones y por eso el ingreso debe hacerse en pequeños grupos. Al entrar lo que más llama la atención son las escenas eróticas pintadas en la parte superior de las puertas de las habitaciones. En cada una de ellas aparecen parejas realizando distintas posiciones sexuales que, a decir de los investigadores, no tenía fines decorativos, sino que era una especie de «catálogo» que indicaba al cliente la «especialidad» de la persona dentro de cada cuarto.
Las camas están hechas de ladrillos y pegadas a la pared. Sobre ellas se colocaban un colchón que servía de lecho para los amantes.
En las paredes aún es posible ver las inscripciones dejadas por clientes y por las chicas que trabajaban en el lugar. Se han podido identificar apenas 120, entre grafittis, frases y nombres de las prostitutas o de sus acompañantes. Lo curioso es que muchos de esos escritos contienen mensajes similares a los que hoy uno puede leer en cualquier baño público de Italia o de Bolivia. Desde el «fulano ama a sutana», hasta los que se jactan de sus dotes sexuales.
En el piso superior se ubican cinco habitaciones con balcones desde los cuales las mujeres llamaban a los varones que pasaban por la calle. Los cuartos son más grandes que los cinco del primer piso. Se supone que estaban destinados a clientes de mayor poder adquisitivo, aunque los investigadores coinciden en señalar que este prostíbulo estaba destinado a los sectores populares, ya que los ricos contaban con sus propios esclavos y esclavas para satisfacer sus placeres.
Es probable que en Pompeya, del mismo modo que ocurría en Roma, las meretrices que trabajaban en estos sitios estaban obligadas a registrarse legalmente, pagar impuestos y seguir ciertas normas que las diferenciaba de las otras mujeres. Por ejemplo, cuando salían a la calle tenían que utilizar una túnica de color marrón rojizo y el cabello teñido, caso contrario podían colocarse una peluca amarilla. Se dividían en diversas clases, según el lugar donde trabajaban y los clientes que atendían. No todas eran ex esclavas, ya que en algunos casos provenían de familias patricias con dificultades económicas.
Los prostíbulos no eran un ámbito exclusivo para las mujeres; los hombres, especialmente ex esclavos jóvenes, se prostituían y atendían tanto a personas del mismo sexo, como a mujeres.
El lupanar que ha sobrevivido en esta vieja ciudad romana al sur de Italia parece ser sólo el testimonio de usos y costumbres sexuales que caracterizaron a todo el imperio romano. Sus paredes hablan y nos develan que pueden pasar miles de años, pero la naturaleza humana repite conductas.