D. Pérez | Cádiz www.lavozdigital.es 11/01/2008

El Centro de Arqueología Subacuática celebra sus diez años con una muestra que recorre y explica los naufragios más importantes que han tenido lugar frente a las costas gaditanas.

Los mares y océanos que cercan la Península Ibérica sepultan más de 3.000 años de historia de la navegación. Bajo el peso de las aguas -cubiertas por el légamo indiferente de los siglos-, drómanas fenicias, galeras romanas, buques, carabelas, clippers, goletas y galeones, tejen el relato de la colonización mediterránea, hablan del comercio con las Indias, describen ataques vikingos, asaltos piratas, batallas feroces entre naciones supuestamente civilizadas.

Los pecios construyen su propia geografía documental pero, además, refieren los dramas particulares de aquéllos que perecieron a merced del mar, defendiendo una bandera, o simplemente prisioneros de sus sueños o de sus ambiciones. Son, a su manera, las cicatrices de un tiempo en el que partir de un puerto y llegar a otro con el mástil intacto y el velamen entero significaba, de por sí, una comprometida aventura.

De esta épica concreta -comerciantes y guerreros, vagabundos, peregrinos, buscavidas-, trata la exposición Historias Bajo el Mar, ideada por la Consejería de Cultura de la Junta para celebrar el décimo aniversario del Centro de Arqueología Subacuática. La muestra, dividida en tres partes, incide en las tragedias de navíos como el mítico San Francisco Javier, el Santa Cruz, el América, o el famoso Reina Regente, ya a finales del XIX.

No es oro todo lo que…

Aunque toda cifra al respecto no deja de ser especulativa, los expertos aseguran que en Andalucía existe un mínimo de 120 yacimientos arqueológicos subacuáticos, con entre 900 y 1.000 naufragios fechados entre finales del XV y mediados del XIX sólo en la franja costera que une Cádiz y Huelva.

A pesar de la mítica frase del catedrático Manuel Martín Bueno («En el golfo de Cádiz hay más oro que en el Banco de España»), Carmen García de Rivera, coordinadora del CAS, se apresura a puntualizar que «no todos son galeones fantásticos, cargados del tesoros procedentes de las rutas comerciales de América, sino que la mayoría son buques de guerra, navíos de empresa, naos de estado o mercantiles».

A finales de los 80, el arqueólogo y aventurero Robert Max cuantificó en unos 116.000 millones de euros el montante de riqueza sumergida en este tramo de costa, que incluye el filón de la desembocadura del Guadalquivir -un punto negro del viaje a las Indias-. Pero el interés de los especialistas va mucho más allá de lo puramente pecunario.

El número de pecios es variable y la estadística caprichosa. La mayoría de las certificaciones se fundamentan en documentación procedente de fuentes como el Archivo de Indias o la Biblioteca Nacional, «aunque también se ha recuperado material púnico del siglo VII a. d. C, ánforas romanas y muchísimos restos de entre el XIV y 1932, que son los más modernos», apunta García de Rivera. La Carta Arqueológica Andaluza marca las tumbas fortuitas de balsas experimentales, movidas a remo, extrañas chalupas botadas para distancias cortas, transbordadores, acorazados y ferrys. Por no hablar de la docena de submarinos nazis que reposan bajo las aguas del Estrecho y que han sido el leit motive de más de una novela.

Efectivamente, muchos de estos hundimientos -sembrados como están de correrías, lances y hazañas- darían para cimentar largos relatos folletinescos, a la manera de los protagonizados por Jack Aubrey y Stephen Maturin, en la conocida saga de Patrick O’Brian.

El Santa Cruz, por ejemplo, se hundió en 1555, en su llegada a las costas gaditanas tras una complicada travesía oceánica, bien surtido de metales preciosos y de codiciados productos americanos. Cuando los guardacostas de la Casa de Contratación, responsable de gestionar el comercio entre España y el nuevo continente, se dirigían al barco a defender la carga, fueron inesperadamente abordados por una flota de piratas berberiscos, que finalmente logró hacerse con el suculento botín.

O los galeones San Francisco Javier y Nuestra Señora de la Victoria, joyas de la escuadra patria que enlazaba los principales puertos nacionales con Cartagena de Indias, y que fue prácticamente aniquilada por los ingleses en 1656.

El Santísima Trinidad y Santa Cruz reposan en los fondos de Zahara, el San Hermenegildo y el San Francisco junto a Chiclana; la costa conileña guarda el Veracruz, el San Juan Bautista y el San Francisco; y la punta tarifeña ejerce de panteón natural para el San José y el Nuestra Señora de la Soledad.

Cada uno de ellos, en su lecho de algas y cieno, reafirma la certeza de que las aguas de Cádiz esconden el mayor cementerio de barcos del mundo: un tesoro sumergido que, al margen de caudales, alhajas y presuntas fortunas, permite reconstruir esa otra parte de nuestro pasado que acabó, por guerras, temporales o simple mala suerte, tocando fondo.