Antonio Cantudo 09/09/2019
María Zambrano volcó su propia vida en La tumba de Antígona y la compañía del mismo nombre lo tuvo muy claro desde el primer momento. Al recibir a su hermana es Ismene pero al marcharse es Araceli. No son simplemente los personajes de la obra de Sófocles, son los personajes de su propia vida. Esta dualidad Antígona/María Zambrano es la que vertebra toda la obra y sin la cual es imposible entender el texto.
Con una puesta en escena plagada de recursos: música en directo, imágenes de fondo, escenas de baile, escenas cantadas, la compañía de Velez Málaga hace una apuesta hermosa e inteligente de un texto que es casi imposible de representar por su falta de acción dramática.
El público, conmovido, respondió con un aplauso unánime a un espectáculo diferente, lleno de poesía y de emoción contenida. Ante el "fantasma" de Antígona pasan los personajes más importantes de su vida: su padre, su hermana, su nodriza, su madre, sus hermanos, la muerte, su novio, Creon(te), el gobernante que la confinó en la cueva donde se suicidó y todos obtienen la misma respuesta: ella no debería haber muerto, su existencia debería continuar porque lo que a ella la condujo durante toda su vida fue el amor. Un amor irrefrenable y hermoso, que a la postre sería el causante de su propia muerte. Amor y dolor, valentía y castigo. Acción y reacción de un sentimiento que siendo poderoso, acaba convirtiéndose en mortal. Pero, como suele ocurrir siempre, triunfó el amor. Ya lo decía Virgilio, "amor omnia vincit".