Antonio Cantudo 07/09/2020

«No me llaméis Calígula, llamadme Cayo César». Son las palabras de un personaje atormentado, que huye de su propia sombra y en el que recae el mayor de los poderes que un hombre puede acumular sobre la Tierra: ser emperador de Roma.

Esta noche ha concluido la decimosegunda edición del Sexi Firmum Iulium con el texto de Agustín Muñoz en el que se muestra de forma descarnada como el poder arrincona a quien lo ejerce hasta el punto de llegar a enloquecer.

Tradicionalmente se nos ha contado que Calígula fue, probablemente, el peor emperador de la historia de Roma: que nombró consul a su caballo Incitato, que mandó asesinar a miles de personas de forma caprichosa, que maltrató, violó y vejó a cuantas mujeres y familiares tuvo a su alrededor, que fue una bestia sanguinaria, un loco de remate.

Pero los locos, las bestias, los psicópatas son personas, son enfermos. Su enfermedad podría ser corregida y atenuada con la medicación y el tratamiento adecuado. Nada de eso existe en la puesta en escena que hemos visto esta noche, solo un lento y paulatino proceso de locura y de la consiguiente soledad que acaba de forma violenta como no podía ser de otra manera.

Una reflexión sobre el poder, sobre las miserias humanas, sobre los intereses de algunos que son capaces de mantener en el machito a aquel que no está preparado para hacerlo. Una lección que nos proporciona muchas cosas sobre las que reflexinar y que tiene un claro referente en el mundo que nos ha tocado vivir.

Juan Carlos Tirado en el papel de Cayo César nos muestra esa deriva lenta e inexorable hacia la espiral de sangre y locura con una interpretación medida y rigurosa. A su alrededor un elenco de estupendos actores nos transportan a ese mundo repleto de miedos y de hipocresía.

Un montaje repleto de elegancia, de imágenes casi oníricas, donde se muestran los hechos de forma velada y la realidad se convierte en una metáfora visual. Un buen ejemplo de cómo debe presentarse una tragedia al modo contemporáneo.

Con esta obra acaba la XII edición del Sexi Firmum Iulium marcada por su corta duración, fruto de la pandemia en la que vivimos, por el cambio de escenario en el parque El Majuelo, por la ausencia de compañías no profesionales, pero con la apuesta firme y decidida de mantener el paso firme incluso en esta nueva realidad.

Un cerrado aplauso de un público satisfecho ha puesto punto final a esta edición que ha sido capaz de solventar todas las inclemencias de esta neorealidad que tanto daño está haciendo al mundo de la cultura y en particular al mundo de la escena teatral.