EFE 10/12/2008
El escritor nos habla de su último libro, «Biblioteca de clásicos para uso de modernos», un encargo del sello más prestigioso en el tema, la editorial Gredos.
El escritor Luis Antonio de Villena, que ha recogido en una especie de «diccionario personal» el fértil mundo de la Antigüedad de griegos y latinos, confesó hoy a EFE su inquietud porque Rajoy o Zapatero nunca citan a Séneca o a Cicerón.
‘!Quizás sea pudor para exhibir su inmensa cultura!’, señala con sorna el poeta (Madrid, 1951), autor de un sugestivo título: «Biblioteca de clásicos para uso de modernos», un encargo del sello más prestigioso en el tema, la editorial Gredos. «El objetivo era suplir en lo posible la pérdida del estudio de los clásicos, incentivar la investigación de ese mundo, que es la base de toda la cultura occidental», explica el escritor, convencido de que sin esos clásicos «seríamos muy otra cosa de lo que somos. Más pobres, sin duda».
Ya de colegial, de Villena se interesaba por los protagonistas de Grecia y Roma, y ahora destaca la «genuina modernidad y ancho humanismo» de esos grecorromanos, cuya «gran pluralidad moral» recalca, la que «hoy no logramos ver» y que nos ayudaría a construir «un futuro más hedonista y feliz». «Entonces, quien quería suicidarse hasta recibía ayuda, y el caso más conocido es el de Séneca. La eutanasia, la libertad sexual, la libertad de religiones y de opciones funcionaron muy bien en la Antigüedad clásica, y es bueno saberlo», sostiene.
Precisa que, si «en política no había libertad, porque sobre todo en Roma mandaba el Emperador, en moral sí la había, con muchas religiones hasta que irrumpió el cristianismo, rama herética del judaísmo que derivó en el ataque a los paganos, los otros, hasta la idea de unir estado y religión». De Villena cree que «se conocen poco los casos de mártires paganos», como cuando en la Alejandría del siglo IV d.C. un obispo muy bruto lanzó a la calle a una masa de cristianos, que mataron a la filósofa Hipatia sólo porque enseñaba neoplatonismo y matemáticas».
Recuerda la «saña especial» de los cristianos contra Epicuro, porque enseñaba placer, «pero lo entendieron mal, porque él hablaba de una forma de vida, del placer como sentimiento oculto de la vida». «Solo vieron placer sexual a secas y se pusieron como energúmenos», explica de Villena, que reclama «el alma» de Platón.
En su opinión, «los modernos son los que mejor debieran conocer a los clásicos», y por eso le inquieta «la incultura de los políticos», a los que culpa del «gravísimo atraso» que sufre España en el terreno cultural. «Esperanza Aguirre está contentísima porque aprendió inglés y cree que con eso puede ir por el mundo como una viajera», recrimina guasón a la presidenta de la Comunidad, entre otros gobernantes, a los que aconseja buscar fundamento en la Antigüedad y orientarse «leyendo a los griegos».
En su diccionario abundan los escritores, pero hay filósofos, historiadores, militares, políticos, poetas y dramaturgos, hasta más de medio centenar de nombres, desde el emperador Adriano, nacido el año 76 de nuestra era, hasta el poeta Virgilio, cuya llegada al mundo se sitúa en el año 70 a.C., aunque su lectura no requiere ni ése ni otro orden.
El libro incluye otras entradas temáticas como «Biblioteca de Alejandría», «Biógrafos e Historiadores latinos», «Grafitos pompeyanos», «Mimos y pantomimas» y hasta un apartado sobre «Homosexualidad griega». «Es curioso que los griegos antiguos consideraron la pederastia como una institución típicamente helénica», escribe, y recuerda que Herodoto en «Los nueve libros de la Historia» declaró que los persas copiaron a los griegos «las relaciones amorosas con muchachos».
De Villena no duda de qué personajes se traería a la situación actual: a Platón y a Cicerón. «Los dos eran grandes escritores y pensadores y sería interesante verlos reaccionar, con sus distintas perspectivas, ante nuestro complicado y empobrecido mundo contemporáneo». Porque la multiplicación de conocimientos, «el que uno invente el ordenador y el resto lo use sin saber cómo funciona», ha derivado -señala- en «una minoría cultural muy alta y una inmensa mayoría cada vez más inculta».
«Un problema que va unido a la libertad -recalca-, a la capacidad de protestar, de rebelarse o hacer oposición, porque sin generar ideas, sin saberlas argumentar, defender, ni enriquecer, el resultado es estar sometido». «Y esto es lo que tenemos -concluye-, una democracia empobrecida en la que los ciudadanos no tienen capacidad de respuesta».
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