F. Franco | Vigo www.farodevigo.es 28/01/2010

El latinista afirma que aquel mundo romano no se diferenciaba nada del nuestro en erotismo salvo que lo practicaban con mayor desenfado, permisividad y desinhibición.

“El papel que se le atribuía a la mujer en los primero siglos del mundo romano, cuando se le negaba hasta el derecho al placer, recuerda a la España de los años 40 y 50 “, decía ayer Alfonso Cuatrecasas, doctor en filología Clásica, en su charla del club FARO sobre “Amor y sexualidad en la Antigua Roma” que fue presentada por la periodista de FARO Ana Rodríguez.

Aunque su conferencia se centró exclusivamente en el sexo, amor y la evolución del papel de la mujer durante los años del Imperio Romano (I a.C. – IV d.C.), Cuatrecasas hizo alguna extrapolación desde la concepción falocrática que mandaba en la relación entre sexos de aquella etapa a la de la España de los años de posguerra, igual que hizo un paralelismo entre la mayor libertad que consiguió la mujer romana a finales de la república con la sobrevenida en España tras esos años.

Según Cuatrecasas, que fue director del Instituto Español en Lisboa, ese mundo romano no se diferenciaba en nada del nuestro en lo que a erotismo se refiere, a no ser porque lo practicaban con mucho mayor desenfado, permisividad y desinhibición. “El mundo romano y más en concreto Roma –dice– fue en la práctica y no sólo en su mitología una sociedad especialmente permisiva en lo tocante a las libertades y los placeres sexuales. Fue una permisividad que, si en principio quedó circunscrita al campo de actuación masculino, fue evolucionando con los años hasta que el sexo femenino también gozó –y no dudó en utilizarla– de una completa libertad sexual”.

Machismo exacerbado
El latinista, autor de “Amor y sexualidad en la Antigua Roma” en la editorial Letras Difusión, señaló dos características que definían aquel período inicial del Imperio: un machismo exacerbado por el cual los únicos que tenían derecho al placer eran los hombres y una concepción “aberrante” del matrimonio. Vino a decir que, si el cristianismo encauzó el instinto sexual dirigiéndolo hacia el matrimonio y la pareja estable, la situación en Roma era muy distinta. “En sus orígenes y casi hasta el final de la república –opina–, el matrimonio romano, considerado como un deber cívico, atendía únicamente a la procreación. Prescindía e ignoraba totalmente los ligámenes afectivos y la satisfacción que pudieran hallar los esposos en sus relaciones íntimas”.

Los esponsales los disponían los padres de los novios cuando éstos todavía eran niños y los resultados prácticos de tales uniones son fácilmente previsibles. Si ya antes los jóvenes tenían con prostitutas sus primeros escarceos sexuales, una vez casados buscaban fuera del matrimonio los placeres que no admitía en su dominio conyugal. “Todo se le consentía socialmente, fuera con esclavos, efebos o libertas salvo que fuera con otro ciudadano romano y él fuera la parte pasiva. La pasividad en los ciudadanos romanos es una deshonra, un crimen”.

Cuatrecasas iba introduciendo en su charla textos de autores romanos que respaldaban sus afirmaciones. En Roma existía una auténtica hambre de amor y sexo pero las consecuencias fueron muy distintas según se fuera hombre o mujer. Para un romano existían dos tipos de mujeres: las que servían para casarse y reproducir la especie y las que servían para gozar con ellas. Al primer grupo pertenecían las ciudadanas romanas, a las que se les exigía completa fidelidad y al segundo las excluidas del matrimonio legal y que podían hacer con su cuerpo lo que quisieran, fueran esclavas, libertas …

Pero Cuatrecasas señala una etapa, coincidiendo con cambios en los vínculos matrimoniales, en que la mujer sale de su letargo sexual y cambia hasta tal punto que el emperador Augusto quiso parar tal desenfreno.

En esa etapa destacó la aparición del “Ars Amandi”, de Ovidio, que tachó de revolucionario: “Escribió ‘Odio el coito en que el orgasmo no es mutuo. Me gusta la mujer que con gritos expresa su placer y me pide que no corra tanto y me retenga’. ¡Ovidio abogó por el placer de la mujer! Instruyó al hombre para propiciar el orgasmo femenino. Hoy parece normal, pero esto a Ovidio le costó la vida”,

La bisexualidad y el adulterio, cosas normales
Cuatrecasas dio nombres concretos de emperadores cuya conducta delataba esa concepción abierta (o aberrante segun perspectivas) de la sexualidad, sobre todo durante el imperio. “Tiberio, por ejemplo, era un desastre sexualmente; de Calígula, ya sabemos; Claudio intentó frenar la prostitución mientras la frecuentaba y Nerón se enamoró de un joven al que hizo vestir de mujer para poder casarse después con él. Con el ejemplo de esos dirigentes…” Cuatrecasas repasa la evolución social de un Estado que sobrevivió más de mil años y establece dos diferencias muy marcadas. “Desde el 750 a. de C. hasta el siglo I a. de C., Roma era absolutamente machista. Sin cortapisas. A partir de ese momento cambia la situación de las mujeres. Una transformación que sobreviene con el llamado matrimonio ‘sine manu’, una fórmula algo menos solemne que el matrimonio ‘cum manu’, que permitió acceder a un divorcio prácticamente inmediato”.

Segunda etapa
“A partir del imperio, la tolerancia era absoluta. La bisexualidad estaba aceptada y el adulterio era normal”, comenta Cuatrecasas. De hecho, menciona que “la relajación de las costumbres era absoluta. Marcial llegó a decir que “no hay mujeres castas”. Una tendencia que coincidiría en el tiempo con la irrupción de una nueva religión. “El cristianismo intentó frenar esos hábitos. Su fe resultó un torpedo contra los fundamentos del imperio romano. Caló en las clases más humildes que en las pudientes”.

Lucrecio, Horacio, Cátulo, Propercio, Séneca, Marcial, Cicerón, Tácito…, Cuatrecasas hizo desfilar en su charla agudos textos de los grandes que la respaldaban o, mejor dicho, en los que se nutría. “Por ejemplo, Juvenal, cáustico, se asombra de que un amigo vaya a casarse ‘¡teniendo cuerdas para ahorcarte y altas ventanas para suicidarte, y un puente para arrojarte!’.