Rubén Amón | París www.elmundo.es 10/02/2010

Cada vez resulta más difícil hablar de Cecilia Bartoli sin incurrir en la evidencia y en el tópico. También cuesta trabajo definirla, porque los adjetivos terminan acotándola y limitándola. Valen pare el concierto de ayer, pero no para la actuación de mañana.

Y el concierto de ayer consistió esta vez en el ‘Giulio Cesare’ de Handel. Arropaban a la diva los mayores especialistas del repertorio –Scholl, Jaroussky, Stutzmann- y oficiaba la ópera la batuta templada William Christie, pero fue Cecilia Bartoli quien personalizó el acontecimiento.

Imposible permanecer en silencio
Se había pedido a los espectadores que no aplaudieran las arias para evitar que el espectáculo se demorara en exceso. Cuatro horas dura la ópera en su versión íntegra y con las arias ‘da capo’, pero la consigna del silencio se hizo insostenible y hasta intolerable.

Los espectadores necesitaban expresarse y evacuar las emociones con el aplauso y el griterío. Ocurrió con moderación al principio y con desenfreno al final. Tanto valían las arias de bravura que cantaba Bartoli como los pasajes introspectivos y solemnes.

Era un equilibrio entre pirotecnia y el rigor, la profesionalidad y el carisma, la calidad vocal y el poder escénico. No porque la ópera se hubiera representado y fuera interpretada en versión de concierto, sino por el magnetismo y la seducción que ejerce la mezzo romana.

Fiebre en la reventa
Especialmente si tiene entre manos el papel de Cleopatra. Fue el caso de anoche y la razón de las expectativas. Circulaba la reventa en beneficio de los usureros y los aficionados que, sin localidad, desafiaban el frío enarbolando las pancartas con desesperación: «necesito una entrada», podía leerse ante la fachada de la Salle Pleyel a iniciativa de los desamparados.

El acontecimiento estuvo a la altura de las previsiones más optimistas. No sólo por el salto cualitativo que otorgó la Bartoli a la ópera de Handel. También por el fresco musical de William Christie y por la actuación de los compañeros de reparto.

Impresionó el refinamiento de Andreas Scholl (César) más que lo hizo su volumen vocal, sobrecogió la gravedad mahleriana de Stutzmann (Conrelia) y destacó el Sesto de Philippe Jaroussky a cuenta de la agilidad, de la implicación artística y de la repercusión vocal.

Todos ellos participaron del clamor específico hacia Cecilia Bartoli como si reconocieran en ella una criatura superior, una bestia, una cantante de época. Tienen razón, aunque los elogios nunca han servido a la mezzo para aburguesarla sino para estimular sus progresos. Anoche dio un paso adelante, otro paso adelante.