Tras una enérgica campaña entre el 210 y el 205 a.C., logró devolver al reino
de los seléucidas su antigua extensión, y convertirlo en una de las principales
potencias asiáticas. Aprovechó con habilidad la guerra entre Filipo V de
Macedonia y los romanos para tener las manos libres y atacar Egipto, pero su
posterior implicación en Tracia acabó enfrentándolo con Roma. Aconsejado por
Aníbal, que se había refugiado en su corte, decidió iniciar la guerra contra
los romanos, pero no lo hizo de la manera que el cartaginés le propuso:
formando una gran coalición. Así, su expedición a Grecia, en el 192 a.C., fue
vencida cerca de las Termópilas, mientras que su flota sufría una derrota tras
otra frente a las escuadras romana y rodia. En el 190 a.C., un poderoso
ejército romano, mandado por Escipión, aplastó a las principales fuerzas de
Antíoco en Magnesia, obligándole a aceptar una paz muy dura. Entre las
condiciones de la misma estaba la entrega de Aníbal a los romanos, pero el
cartaginés la evitó al huir a Bitinia.
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