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San Agustín, que se
convirtió al cristianismo a los 32 años, alcanzó la dignidad obispal y
escribió una extensa obra teológica |
Teólogo latino. Hijo de un pagano, Patricio, y de una cristiana, Mónica, inició
su formación en su ciudad natal y estudió retórica en Madauro. Su primera
lectura de las Escrituras le decepcionó y acentuó su desconfianza hacia una fe
impuesta y no fundada en la razón. Su preocupación por el problema del mal, que
lo acompañaría toda su vida, fue determinante en su adhesión al maniqueísmo.
Dedicado a la difusión de esa doctrina, profesó la elocuencia en Cartago
(374-383), Roma (383) y Milán (384). La lectura de los neoplatónicos,
probablemente de Plotino, debilitó sus convicciones maniqueístas y modificó su
concepción de la esencia divina y de la naturaleza del mal. A partir de la idea
de que «Dios es luz, sustancia espiritual de la que todo depende y que no
depende de nada», comprendió que las cosas, estando necesariamente subordinadas
a Dios, derivan todo su ser de Él, de manera que el mal sólo puede ser
entendido como pérdida de un bien, como ausencia o no-ser, en ningún caso como
sustancia. La convicción de haber recibido una señal divina lo decidió a
retirarse con su madre, su hijo y sus discípulos a la casa de su amigo
Verecundo, en Lombardía, donde escribió sus primeras obras. En 387 se hizo
bautizar por san Ambrosio y se consagró definitivamente al servicio de Dios. En
Roma vivió un éxtasis compartido con su madre, Mónica, que murió poco después.
En 388 regresó definitivamente a África. En el 391 fue ordenado sacerdote en
Hipona por el anciano obispo Valerio, quien le encomendó la misión de predicar
entre los fieles la palabra de Dios, tarea que cumplió con fervor y le valió
gran renombre; al propio tiempo, sostenía enconado combate contra las herejías
y los cismas que amenazaban a la ortodoxia católica, reflejado en las
controversias que mantuvo con maniqueos, pelagianos, donatistas y paganos.
Tras la muerte de Valerio, hacia finales del 395, fue nombrado obispo de Hipona.
Dedicó numerosos sermones a la instrucción de su pueblo, escribió sus célebres
Cartas a amigos, adversarios, extranjeros, fieles y paganos, y ejerció
simultáneamente de pastor, administrador, orador y juez. Al caer Roma en manos
de los godos de Alarico (410), se acusó al cristianismo de ser responsable de
las desgracias del imperio, lo que suscitó una encendida respuesta de san
Agustín, recogida en La Ciudad de Dios, que contiene una verdadera filosofía de
la historia cristiana. Durante los últimos años de su vida asistió a las
invasiones bárbaras del norte de África (iniciadas en el 429), a las que no
escapó su ciudad episcopal. Al tercer mes del asedio de Hipona, cayó enfermo y
murió. El tema central del pensamiento de san Agustín es la relación del alma,
perdida por el pecado y salvada por la gracia divina, con Dios, relación en la
que el mundo exterior no cumple otra función que la de mediador entre ambas
partes. De ahí su carácter esencialmente espiritualista, frente a la tendencia
cosmológica de la filosofía griega. La obra del santo se plantea como un largo
y ardiente diálogo entre la criatura y su Creador, esquema que desarrollan
explícitamente sus Confesiones (400). Si bien el encuentro del hombre con Dios
se produce en la charitas (amor), Dios es concebido como verdad, en la línea
del idealismo platónico. Sólo situándose en el seno de esa verdad, es decir, al
realizar el movimiento de lo finito hacia lo infinito, puede el hombre
acercarse a su propia esencia. Pero su visión pesimista del hombre contribuyó a
reforzar el papel que, a sus ojos, desempeña la gracia divina, por encima del
que tiene la libertad humana, en la salvación del alma. Este problema es el que
más controversias ha suscitado, pues entronca con la cuestión de la
predestinación, y la postura de san Agustín contiene en este punto algunos
equívocos. Los grandes temas agustinianos -conocimiento y amor, memoria y
presencia, sabiduría- dominaron toda la teología cristiana hasta la escolástica
tomista. Lutero recuperó, transformándola, su visión pesimista del hombre
pecador, y los jansenistas, por su parte, se inspiraron muy a menudo en el
Augustinus, libro en cuyas páginas se resumían las principales tesis del
filósofo de Hipona.
Obras:
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Acerca de la vida feliz (De beata vita, 386)
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Contra los académicos (Contra academicos, 386)
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Soliloquios (Soliloquia, 387)
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Acerca del libre albedrío (De libero arbitrio, 388-395)
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Acerca de la verdadera religión (De vera religione, 390)
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Cartas (Epistolae, 396-430)
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Confesiones (Confessiones, 400)
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Sobre la Trinidad (De Trinitate, 400-416)
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Acerca del Génesis (De Genesi ad litteram, 401-415)
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La Ciudad de Dios (De Civitate Dei,
420-429) |
Citas:
«-¿Qué quieres conocer? / -Dios y el alma. / -¿Nada más? /
-Nada más.»
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