Frente a las modernas democracias, el ciudadano ateniense participaba directamente en la asamblea, el consejo y los tribunales de justicia

David Hernández de la Fuente www.larazon.es 16/07/2023

En breve los ciudadanos están llamados a depositar en una urna su voto –expresado en una papeleta dentro de un sobre– para manifestar su preferencia en las elecciones generales de las que saldrá el poder legislativo y el ejecutivo. Pero seguramente no somos conscientes de la antigüedad de este gesto y de la fascinante historia de los sistemas de votación, que se remontan a la antigua Atenas, cuna de la democracia. Para entenderlo hay que retroceder en el tiempo hasta las reformas de Solón (siglo VII a.C.), con su constitución timocrática, pero sobre todo a las reformas de Clístenes (c. 507 a.C.), con la creación de un nuevo cuerpo constitucional y del «demos» como sujeto de soberanía. La principal característica del sistema ateniense –como el de otras ciudades de la antigüedad– es un gobierno por asambleas, dos, una popular, de todos los ciudadanos, y otra restringida, de delegados de cada circunscripción (una suerte de «Congreso» y «Senado», para entendernos), más un ejecutivo compuesto por magistrados que era elegidos por sorteo –quintaesencia de la democracia antigua– o por votación. A eso se suma un poder judicial, también asambleario.

Frente a las modernas democracias representativas, el ciudadano ateniense participaba directamente en las tres instituciones básicas: asamblea, consejo restringido y tribunales de justicia. La asamblea, o «ekklesía», debía tener un mínimo de 6.000 ciudadanos para su actuación, pero podía llegar a 40.000, y era la máxima instancia legislativa, de decisión y control político, en la que todo ciudadano podía pedir la palabra. Sus decisiones tenían fuerza de ley, como sede de la soberanía. Los proyectos de ley que se trataban allí habían pasado antes por una preparación en la otra «cámara», el consejo o «boulé», compuesta por 500 personas elegidas (50 por cada tribu o parte del cuerpo electoral) que tenían, además, una función de control del sistema legal mediante un recurso a las leyes que se considerasen injustas, y de control de los magistrados, mediante recusación o denuncia pública de quienes atentaran contra la democracia. La tercera gran asamblea era la judicial, con un sistema formado por la «heliaia», de justicia ordinaria, y un tribunal especial, el areópago.

Las primeras «papeletas» de la historia eran humildes pedazos de cerámica rota

Pero, ¿cómo se votaba? Llegadas las propuestas de ley desde el Consejo se hacía lectura pública ante la Asamblea, precedida del nombre y origen del ciudadano que la hacía y enmarcada en el mandato por turno del prítano, alto magistrado que tenía un papel clave de organización de las instituciones (curiosamente, muchos de los grandes cargos eran por sorteo, un método bastante estimado en la antigüedad). Seguidamente un heraldo preguntaba quién deseaba tomar la palabra: normalmente hablaba primero el promotor de la ley o medida, que subía al podio o «bema» entre aplausos y silbidos de cada facción. El presidente de los prítanos le daba el turno de palabra haciéndole entrega simbólica de una corona. Después, se deliberaba y se pasaba a la votación. Esta, si era de aprobación o rechazo de una propuesta, se hacía a mano alzada, sin secreto. Si se trataba de elegir el nombre de una persona había dos procedimientos, el sorteo, que servía para algunas magistraturas, y el voto personal y secreto, que se hacía inscribiendo el nombre en pedazos de vasija, los «ostraka», de donde, por cierto, viene la expresión «ostracismo», el destierro político que se aplicaba en Atenas a los sospechosos de atentar contra la democracia. Las primeras «papeletas» eran, pues, humildes pedazos sobrantes de cerámica rota. Otros testimonios del mundo griego hablan de diversos sistemas de votación, entre otros, guijarros, tabas o habas: curiosamente, en Magna Grecia hay una leyenda que dice que la legendaria prevención contra las habas de los pitagóricos se explica porque eran antidemócratas y se votaba con aquellas.

Las fichas de voto griegas, "psephoi"Las fichas de voto griegas, «psephoi»

Es muy interesante el sistema de votaciones de los tribunales, que también eran multitudinarios, de cientos de personas normalmente. Los jueces-jurados usaban las «psephoi», pequeñas fichas, para votar tras las deliberaciones de la asamblea en cuanto a la condena o absolución. En las votaciones se garantizaba el secreto para evitar presiones. La diferencia entre el voto a favor o en contra se encontraba en los extremos de los cilindros de las fichas que se metían en dos cajas, una a favor y otra en contra. A cada miembro del jurado se le daba una ficha perforada y otra sin perforar; las cogían con el índice y el pulgar de cada mano, y sabían por el tacto cuál era una y otra. Como esta rudimentaria urna no era transparente, una vez depositadas en ellas las fichas no se podía saber cuál se había metido en la urna, lo que impedía el soborno de los jueces, pues no se podía comprobar lo que el juez en cuestión había votado.

Pero no paraban ahí las garantías del voto ateniense: para formar la asamblea de jueces-jurados existía un curioso ingenio, llamado «kleroterion». Los tribunales se constituían en el último momento, con muchos miembros y de un modo muy complicado, para evitar sobornos. El día del juicio, de madrugada, entraban los candidatos por el acceso correspondiente a su circunscripción y se encontraban con diez cajas numeradas, correspondientes a las secciones de la «Heliaia» en las que estaban encuadrados los ciudadanos que tenían derecho a ser sorteados para los jurados. Depositaban en la caja que les correspondiera su pieza de identificación –un trozo de cerámica con su nombre y otros datos– y el magistrado y sus ayudantes introducían las piezas o «pinakia» de cada caja en las ranuras de los «kleroteria» completando las filas. Al fin, el magistrado tomaba tantas fichas como filas por tribu hicieran falta para completar el jurado y las introducía en un embudo colocado sobre un agujero, lo que permitía que las bolitas cayeran al azar de una en una. Había dos colores: cada bolita negra eliminaba una fila, empezando por arriba, y cada bolita blanca la mantenía. Los individuos de las filas eliminadas recibían de nuevo su «pinakion» y se iban; los otros se quedaban para formar el jurado.

Ya en la Antigüedad se garantizaba el secreto para evitar presiones

Como se ve, los sistemas en una democracia tan grande como la ateniense tenían gran sofisticación. Otras más pequeñas podía permitirse más sencillez: en Atenas, por ejemplo, se garantizaba que todos los ciudadanos, independientemente de su nivel socioeconómico, pudieran «perder el tiempo» en la participación política mediante un subsidio para los más pobres, la «misthophoria», introducida por Pericles, para que pudieran dejar de ganar el jornal de un día y pasarlo en las asambleas. Pero piensen que cualquier cargo público, por supuesto, no era remunerado y un honor. Muy diferente, de nuevo, a las democracias actuales.

Más tarde, la «Respublica» de los romanos tuvo un sistema similar –asambleas populares inclusivas, otra restrictiva (llamada «Senatus», consejo de «ancianos» o «patres patriae»), y los tribunales, más una serie de magistraturas por elección en un «cursus honorum»– y sistemas de votación más sencillos, con papeletas («tabellae» o «tesserae») desde 139 a.C. tras la introducción de la lex Gabinia tabellaria. Son otro antecedente claro de nuestras papeletas de hoy. Desde entonces, los materiales, claro, han sido muchos hasta la exportación de la técnica del papel chino. En la India del siglo X, por ejemplo, se usaban hojas de palma con los nombres de los candidatos en una vasija de barro. Cerámica, fichas de metal, bolitas, pergamino, habas… ha habido muchos precedentes de nuestras papeletas electorales de papel que usaremos el domingo que viene.

La revolución del papel

La llegada del papel a Europa desde el siglo XI con los árabes también revoluciona las elecciones. Aunque muchas veces se prefieren los métodos tradicionales, como las bolitas blancas o negras. En las ciudades-Estado italianas del medioevo y renacimiento, como Treviso, Florencia o Venecia, los magistrados y el podestà son elegidos a veces por sorteo, otras por votación en ternas o por mayoría, y se usan bolitas –la voz inglesa «ballot» («papeleta») viene de la italiana para estas bolitas– o papeletas de papel en urnas, las pioneras en Occidente. El voto secreto era usado en la Inglaterra del siglo XVI, y en 1629 Massachusetts atestigua las primeras papeletas.

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