Antonio J. Rodríguez | Madrid www.publico.es 24/08/2009

El nuevo filme de Amenábar desata la fiebre por recuperar la historia de la ciudad egipcia.

No puede decirse que Alejandro Magno vacilara a la hora de tomar decisiones: siendo apenas un lampiño de poco más de veinte años, al ambicioso líder militar se le ocurrió bautizar con su propio nombre una ciudad mediterránea. Dicho y hecho. A Magno lo recibió el pueblo egipcio con los brazos abiertos; acababa de plantar cara a los persas y su imperio no dejaba de crecer. Pero la fundación de Alejandría, datada en el año 331 a.C., fue mucho más que un monumento viviente al militar. Entre otras cosas, Alejandría fue un enclave de importancia innegable para que la cultura griega y egipcia se entremezclaran. Fue también el complejo portuario más relevante de su época. Y fue, cómo no, la capital intelectual del mundo griego gracias a su museo y biblioteca. Una ciudad de mampostería, piedra y mármol paradójicamente a prueba de incendios y calles adornadas con obeliscos y estatuas, protegidas por porches para evitar el sol. Algo más de veintitrés siglos después, el legado del conquistador vuelve a palpitar a este lado del Mediterráneo.

Primero Amenábar ha abierto camino con Ágora su filme multimillonario que verá la luz en las salas españolas el próximo 9 de octubre, protagonizado por Rachel Weisz y Max Minghella en el que se revive la ciudad habitada por la científica Hipatia. Tras la presentación de la película en Cannes, varios han sido los lanzamientos editoriales que siguen la estela del director de Mar Adentro para rescatar de las llamas la ciudad de Alejandría y revisar el mito de Hipatia. Al igual que Amenábar, a escritores como Clelia Martínez, Olalla García, Ramón Galí o Luis Manuel Ruiz les une la atracción hacia la filósofa y matemática desde ópticas dispares.

Según contaba el propio cineasta, su interés por la ciudad fue bastante casual. Originalmente Ágora parte de «la Teoría de la Relatividad como hobby», y un proyecto dedicado a experimentar con distintos estilos cinematográficos; más tarde, el cineasta chileno supo intuir un capítulo histórico que parecía inédito en el séptimo arte: «La Biblioteca de Alejandría, la Vía Canópica, el Faro parece haber sido condenado al olvido, sobre todo por el cine», tal como él mismo ha señalado.

Se suma al creciente empeño por conocer la historia de Alejandría «la volatilidad de su época, los cambios constantes, la importancia de afrontar los ataques con racionalidad y la relevancia de los fundamentalismos, todo ello muy próximo al ciudadano contemporáneo», según advierte Myriam Galaz editora de Olalla García en Espasa. No menos importantes son las analogías entre la época de Hipatia y la contemporaneidad en el hecho de que «el conocimiento se encuentra amenazado en ambas», como apunta Rosa Ruocco, editora de Galí en ES Ediciones.

Luis Manuel Ruiz (Sevilla, 1973), autor de la novela Tormenta de Alejandria, añade a propósito de la reciente fascinación que provoca la colección egipcia: «Mi atracción por la ciudad de Alejandro Magno es consecuencia de la lectura de Borges y su interés por las bibliotecas». Y un factor a favor de los novelistas que quieren ficcionalizar Alejandría es que de la biblioteca apenas se conozcan datos, salvo la ausencia de una sala de lectura como hoy es frecuente, pues ni griegos ni romanos jamás hicieron uso de la mesa para leer. La declamación colectiva en voz alta como sucedía antes de la Edad Media habría impedido la concentración de los usuarios en los textos.

En Tormenta de Alejandría todo arranca con un asesinato cometido en la Gran Biblioteca, y la consecuente trama que se cierne sobre el duque, «la persona encargada de los casos criminales en la ciudad.»

A partir de entonces sucede una línea argumental que, en palabras de su autor, persigue combinar los géneros policíaco y de misterio, sin obviar «la quema de la biblioteca como traca final». Un acontecimiento fatal para la producción intelectual de la época, que vino marcado por tres hechos distintos, como el ex director de la Biblioteca Nacional Hipólito Escolar (1919-2009) describe en La biblioteca de Alejandría.

La quema
El primero de los hechos clave fue la Guerra de Alejandría en el año 48 a.C. Julio César, en persecución de Pompeyo, llega a Alejandría y tiene conocimiento de la muerte de éste y de la nueva guerra civil entre Cleopatra y su hermano menor Ptolomeo XIII. En defensa de Cleopatra, César halla a sus milicias acorraladas por las tropas enemigas, en peligro de perder las provisiones de agua potable. La respuesta de César según indican sus propias crónicas pasó por incendiar los navíos fondeados y los que se encontraban en los astilleros, aunque lo más probable es que el fuego se extendiera hasta la Gran Biblioteca para causar la destrucción de unos 40.000 libros. A propósito del número de textos que pudo llegar a albergar la Gran Biblioteca (término con que se diferencia a la principal de la biblioteca del Serapeo), éste oscila entre los 58.000 y los 500.000 rollos de papiro de los que hablan Epifanio y Aristeas respectivamente.

Con lo que quedó libre de las llamas, la biblioteca filial o del Serapeo pasa a ser colección principal de Alejandría. Sin embargo, la proclamación del Catolicismo como religión oficial del Imperio hizo que los antiguos espacios sagrados empezaran a verse amenazados: el emperador Teodosio I El Grande, quien llevó a cabo el nuevo culto en Roma, fue responsable de la destrucción de los templos de Alejandría mediante la promulgación de un decreto.

En este sentido, la historiadora Olalla García (Madrid, 1973), autora de El jardín de Hipatia, halla su interés por la ciudad en la voluntad de «la Iglesia Cristiana por afirmarse como secta dominante, tras la progresiva pérdida de peso político de la aristocracia: en Alejandría murieron más cristianos a manos de los propios cristianos que de judíos u otras sectas», señala.

Transcurrido entre los años 413 y 415 d.C., El jardín de Hipatia aparece como el relato de Atanasio de Cirene, alumno de Hipatia que progresivamente irrumpe en los entresijos de Cirilio y las distintas pugnas por conseguir el dominio político e intelectual de la ciudad.

La decisión de convertir al alumno en protagonista queda justificada por la necesidad de presentar al lector no sólo la biblioteca, sino también «basílicas, teatros (considerados el entretenimiento más bajo de la época) o burdeles; lugares que a los que Hipatia jamás acudiría por su responsabilidad».

Una última teoría arrojada a propósito de la quema conduce a la conquista de Egipto por parte de los árabes ya en el año 642 d.C. El general Amr habría ordenado repartir los libros entre los baños de la ciudad para que fueran utilizados como combustible. Seis meses sería el plazo de tiempo que requirió acabar con ellos. No obstante, Escolar duda de que la Biblioteca sobreviviese a la conquista musulmana debido al clima de hostilidad hacia los estudios clásicos, a lo que se suma el cese de financiación para reponer papiros gastados o maltratados.

¿Personaje o mito?
Una de las actitudes compartidas tanto por Ruiz como por García es la distinción entre el personaje histórico y el mito de Hipatia. Ruiz, en cuya bitácora (eltestigoocular.blogspot.com) alerta del clima de «hipatitis» que rodea el panorama cultural actual, cree en el aprovechamiento por parte de las editoriales para publicar material que en otras circunstancias no hubiese suscitado una gran atención, y menciona la atribución desmedida de virtudes a la figura alejandrina: «Probablemente no fuese tan valerosa. Hay muchos libros que demuestran que estaba más vinculada al cristianismo y a su época de lo que se cree».

Lo mismo opina García, a quien en principio interesó desprenderse de los ropajes que vienen acompañando a Hipatia desde la Ilustración. «Es cierto que se han exagerado los logros científicos de Hipatia, aunque probablemente fue la científica más importante de su época», anuncia.

Conduciendo al extremo las fallas de la Historia Antigua, Ramón Galí persigue vencer a la muerte de Hipatia en su novela Hypatia y la eternidad. Lo que Galí plantea en su texto es una ucronía que quiere resolver el desenlace de la Historia si la Gran Biblioteca no hubiese sido quemada, de modo que tras una introducción que sucede en Egipto, arranca un viaje que transita «la China Imperial, una Europa carolingia pero asolada por los pueblos bárbaros, una singular Oceanía de los descubridores…».

Siguiendo con la «hipatitis», Ruiz, profesor de filosofía, habla de la adecuación de Amenábar a la hora de producir Ágora dado que Alejandría puede considerarse «un fin de la Antigüedad». Añade que «asistimos a un momento de reediciones, en donde hay cabida para cosas muy interesantes». De modo que tras la actual fiebre por recuperar la ciudad y su biblioteca, será el lector quién decida qué papel interpretar: ¿Magno o Teodosio?