ORATORIA
ROMANA
1.-
CARACTERÍSTICAS DEL GÉNERO: ORATORIA Y RETÓRICA El
arte de utilizar la palabra en público con corrección y belleza, sirviéndose
de ella para simultáneamente agradar y persuadir, tuvo en Roma un uso
temprano y prolongado. Favorecía su desarrollo el sistema político de la República
basado en la consulta popular, y, de hecho, se mantuvo vivo y con fuerza
mientras la constitución republicana subsistió; una vez que se imponen
formas de gobierno basadas en el poder personal, la oratoria, falta del
ambiente de libertad que necesita, languidece y se transforma en un puro
ejercicio de retórica. En unas culturas como las clásicas eminentemente
orales, la oratoria impregnaba gran parte de la vida pública y su valor era
reconocido en los tribunales (discursos judiciales), en el foro (discursos políticos)
y en algunas manifestaciones religiosas (elogios fúnebres). El pueblo romano,
extraordinariamente aficionado a los discursos, sabía valorar y aplaudir a
los oradores brillantes, e intervenía en las discusiones entre las distintas
escuelas y tendencias. La
oratoria comienza a practicarse en época muy temprana; el primer discurso del
que tenemos constancia es el pronunciado por Apio Claudio el Ciego (dictador
en el 312 a. de C.), con motivo de la guerra contra Pirro; sin embargo sólo
comenzó a cultivarse como un arte en los años difíciles de las guerras púnicas.
Durante estos primeros años la oratoria se desarrolla teniendo como elemento
fundamental la improvisación delante de un auditorio, sólo bastante más
tarde, cuando se obtiene conciencia de su valor literario, empiezan a fijarse
por escrito. Dejando
a un lado su decisiva importancia en la vida política de Roma, el "arte
del bien hablar" se convierte también en un instrumento educativo de
primera magnitud y en la principal causa del desarrollo de la prosa latina, ya
que pronto, a la pura actividad oratoria en el foro y en las asambleas, sucede
la reflexión teórica sobre la misma, desarrollándose entonces una
disciplina nueva en Roma, la retórica, que había surgido en Grecia en el
siglo V a. de C. como una sistematización de técnicas y procedimientos
expositivos necesarios para el orador. Como en todas las manifestaciones
culturales, en la evolución de la oratoria y, muy especialmente, de la retórica
tiene una importancia decisiva la progresiva helenización de la vida romana a
partir del siglo II a. de C. Es éste un momento apasionante en la historia
política y cultural de Roma, en el que, frente a los continuos éxitos en política
exterior, comienzan a manifestarse en el interior de la ciudad los
enfrentamientos y contradicciones que van a desembocar en las guerras civiles
del último siglo de la República. Es la época de los Escipiones, de Catón
y de los Gracos; por primera vez en un ambiente de libertad se enfrentan y se
contrastan distintas maneras de entender el papel de Roma en el mundo, lo que
estimula el desarrollo tanto de la elocuencia como de la retórica. Las
escuelas de retórica griegas encuentran en Roma un campo más amplio que en
las ciudades helenísticas, puesto que sus enseñanzas se podían poner a
prueba ante el público en el Senado o el foro, tratando no meros ejercicios
escolásticos sino cuestiones de actualidad que apasionaban a la ciudad; por
este motivo a mediado del siglo II a.C. son muchos los maestros de retórica
que acuden a Roma desde Asia menor. Sin embargo no se puede decir que este
proceso de paulatina implantación de las escuelas de retórica se realizara
sin oposición. Esta oposición al establecimiento de las escuelas de retórica
por parte de los más conservadores, que cristaliza en el decreto de expulsión
de retores y filósofos en el 161 a. de C., es un episodio más del
enfrentamiento que durante este segundo siglo a. de C. se vivió en Roma entre
la facción conservadora, cuyo máximo representante fue Catón el Censor, y
el grupo filohelénico que se reunía en torno a los Escipiones. Finalmente
los estudios de retórica terminan imponiéndose y constituyendo, junto con la
gramática, la base indispensable de la educación de los jóvenes de las
familias acomodadas que, como preparación imprescindible para la vida política
o el ejercicio de la abogacía, aprendían la "técnica oratoria". La
retórica convierte la práctica de la oratoria en un arte perfectamente
reglado, cuyos principales principios son:
-
Para
la elaboración de buenos discursos es imprescindible el conocimiento de los
distintos recursos oratorios que se estudian en las diferentes partes de la
retórica:
-
Inventio:
trata sobre el contenido de las ideas y de las argumentaciones.
-
Ordo
o dispositio: estudia la disposición u ordenación de las ideas del
discurso.
-
Elocutio:
esta tercera parte de la retórica se refiere a la expresión lingüística
del discurso; la elección y colocación de las palabras, el ritmo
condicionado por éstas; correcta utilización de las figuras retóricas.
-
Memoria:
proponía pautas para memorizar.
-
Pronuntiatio
o declamatio: desarrollaba técnicas para la declamación
-
Según
la finalidad del discurso se distinguían tres géneros de elocuencia:
-
genus
laudativum: era utilizado en los discursos pronunciados en ceremonias
relacionadas con la religión (laudationes funebres y elogia).
-
genus
deliberativum: era el propio de la oratoria política.
-
genus
iudiciale: propio de los discursos de acusación y defensa ante los
tribunales.
-
También
el estilo o tono de los discursos debía adecuarse a los distintos géneros
de elocuencia, distinguiéndose también tres tipos de estilo o genera
dicendi:
-
Genus
grande (estilo elevado)
-
Genus
medio (estilo medio)
-
Genus
tenue (estilo elegante)
En
el ámbito de la retórica se distinguen tres escuelas que proponen distintos
modelos de elocuencia, tomados todos del mundo griego:
-
Escuela
neo-ática: tenía como modelo el estilo de los escritores de la época clásica
de Atenas. Propugnaba un tipo de oratoria espontánea, carente de artificio
y de excesivos adornos; consideraba que la mejor elocuencia era la que
lograba una más completa exposición de los hechos. Esta tendencia tuvo dos
maestros C. Licinio Calvo (82/c. 47 a.C.) y M. Junio Bruto (85/42 a. C.)
-
Escuela
asiánica: sigue el estilo de la oratoria griega que se desarrollaba en las
ciudades de Asia. Se caracteriza por su tono brillante, exuberante y
florido. El máximo representante de esta tendencia fue Hortensio (114-50 a.
de C.).
-
Escuela
rodia: a partir del siglo II a. de C. la isla de Rodas se convierte en el
mayor centro de cultura del Mediterráneo oriental, destacando entre sus
enseñanzas la de retórica. Proponía un estilo próximo al asianismo
aunque más moderado. En Rodas se formó Cicerón.
Los
dos últimos siglos de la República, y muy especialmente el primero de ellos
en el que destaca la irrepetible figura de Cicerón, conocen un desarrollo
extraordinario de la oratoria, que impregna todas las manifestaciones
literarias y que conduce a la prosa latina a una perfección formal difícilmente
superable. La notable preparación técnica de los oradores y las enseñanzas
estilísticas de las escuelas de retórica no son ajenas a la musicalidad y
claridad de la prosa clásica. Con
el agotamiento del sistema republicano y la llegada de augusto al poder, la práctica
de la oratoria, privada de las condiciones políticas que la justificaban,
desaparece. Las escuelas de retórica siguen manteniéndose con una finalidad
educativa y conservando su influencia en la lengua y literatura latinas, pero
la oratoria se convierte en pura declamación. 2.-
LA ORATORIA ANTES DE CICERÓN Como
hemos señalado en el apartado anterior la práctica de la oratoria se
desarrolla propiciada por determinadas circunstancias políticas y al calor de
episodios concretos; sólo más tarde, cuando se tiene conciencia del valor
literario de los discursos, comienzan éstos a fijarse por escrito. Esta es la
razón de que sólo conozcamos la oratoria preciceroniana por escasos
fragmentos y por referencias indirectas. Además del propio Cicerón, que en
su tratado de retórica Brutus traza una completa historia de la elocuencia
romana, tenemos también los escritos de Gelio, un erudito del siglo II d. C.,
que recopiló gran cantidad de material sobre obras de la antigüedad y que es
una inestimable fuente de información. Aunque
Cicerón nos habla del discurso pronunciado por Apio Claudio el Ciego como el
primero del que tenemos noticias, y Gelio recoge un fragmento de un discurso
de P. Cornelio Escipión el Africano, sin embargo el primer orador del que
tenemos noticias concretas y algunos fragmentos es Catón el Censor (234/149
a. de C.). En los fragmentos conservados se observa la fuerza y la vivacidad
de este orador, defensor a ultranza de las costumbres latinas frente a las
influencias helénicas. Escribió más de 150 discursos; de aproximadamente 80
nos han llegado fragmentos. En
el extremo opuesto a la postura de Catón se sitúan los oradores
pertenecientes al llamado Círculo de Escipión como el propio Escipión
Emiliano (185/129 a. de C.) y Lelio (cónsul en el 140 a. de C.). Ambos eran
oradores brillantes y sobresalían sobre todo por su elevada cultura. Se debe
destacar sobre todo su influencia en la difusión de la cultura griega en
Roma. En
Tiberio Graco (163/133 a. de c.) y en su hermano Cayo (154/121 a. de C.)
comienza a evidenciarse la influencia de Grecia y en particular de las
tendencias asiánicas. Tiberio se distinguía por un elocuencia mesurada y una
dialéctica cuidada; su hermano Cayo por el contrario usaba una oratoria
encendida, capaz de enardecer a la multitud; Cicerón afirma que superaba a
todos los oradores de su tiempo en vehemencia oratoria.
La pareja de oradores formada por Marco Antonio (143/87 a. de C.) y Lucio Licinio
Craso (140/91 a.) dominó el foro romano en los últimos años del siglo II. Hortensio
Hórtalo, sólo ocho años mayor que Cicerón, fue su principal rival en los
tribunales. Hortensio representa el momento culminante del asianismo romano.
Por último, Cicerón se refiere frecuentemente al historiador y político
Julio César como el más ingenioso y dialéctico de los oradores romanos. Conservamos
también de los primeros años del siglo I a. de C. un tratado de retórica anónimo,
conocido por el nombre de la persona a quien está dirigida como Rhetorica ad
Herennium (entre el 86 y el 82 a. de C.). Es una obra bastante compleja y
consta de cuatro libros en los que se desarrollan, con mayor o menor amplitud,
las partes de la enseñanza retórica (inventio, elocutio, dispositio, memoria
y pronuntiatio). Esta obra sigue las enseñanzas de la Escuela Rodia y difunde
sus principios. 3.-
CICERÓN: La prosa latina elevada al clasicismo 3.1.-
Datos biográficos y perfil humano
En los primeros decenios del siglo I a. de C. Roma vive un renacimiento
cultural, especialmente visible en el campo de la literatura, que tiene como
una de las figuras señeras la de Marco Tulio Cicerón, al que muchos estudiosos
de la literatura consideran digno de dar nombre a la época. En
la personalidad de Cicerón confluyen la cantidad de aspectos y matices que lo
convierten en una figura controvertida y desigualmente valorada, pero
ciertamente irrepetible. Hombre de acción, pero simultáneamente hombre de
reflexión, tiene que ser estudiado como estadista, orador, estudioso de retórica,
filósofo, en suma, sabio. Fue ante todo un hombre de cultura; inició una
nueva etapa, intentando superar los antagonismos entre lo griego y lo romano
que habían dividido a los hombres de las letras de la centuria anterior (recuérdese
los enfrentamientos entre el Circulo de los Escipiones y Catón el Censor).
Buen conocedor y admirador de la cultura griega, pero profundamente romano en
sus sentimientos, recoge las ideas del helenismo y las adapta y adecua a la
tradición romana. Nació en Arpino, una pequeña ciudad del Lacio meridional,
en el año 106 a. de C. Perteneció a una familia de agricultores, de buena
situación económica y conocida aunque no patricia. Este origen provinciano,
campesino y no patricio de Cicerón explican algunos rasgos de su
personalidad. El primero de ellos es su conservadurismo en cuestiones de
tradiciones y del respeto a las costumbres ancestrales (mos maiorum), que era
mucho más vivo en las ciudades campesinas italianas que en Roma. En segundo
lugar, en su carrera política, no teniendo ningún antepasado que hubiera
desempeñado magistraturas superiores, Cicerón debió vencer la resistencia
que la nobleza romana ponía al desempeño de las máximas magistraturas por
alguien ajeno a ella; siendo un "homo novus" ("a me ortus et
per me nixus ascendi.."), recorrió todas las magistraturas del
"cursus honorum", llegando a desempeñar el consulado y ganándose
así el derecho a pertenecer al Senado de Roma. En un gran número de sus
discursos se refiere a este hecho, manifestando su legítimo orgullo y
mostrando una autocomplacencia que, aunque comprensible, se le ha censurado
frecuentemente. Excepcionalmente
dotado para la práctica de la elocuencia, su familia lo envía a Roma donde
frecuenta a los mejores oradores (Marco Antonio y Licinio Craso) y juristas
(Q. Mucio Escévola) de la época. A partir del año 81 comienza a intervenir
con éxito como abogado en procesos civiles y penales. En el año 79
interrumpe esta actividad y pasa dos años, del 79 al 77, en Atenas y en
Rodas, donde frecuentó las enseñanzas de Milón. De
vuelta a Roma inicia su "cursus honorum" desempeñando el cargo de
cuestor en Sicilia, al parecer con eficacia y dejando un buen recuerdo entre
los sicilianos. Siguió desempeñando regularmente las magistraturas hasta
alcanzar en el año 63 el consulado. Cicerón, un "homo novus", sin
antepasados ilustres, se convirtió en el máximo valedor de la oligarquía
senatorial que lo apoyó. Durante su consulado reprimió duramente el intento
de Catilina de hacerse con el poder, lo que le valió el titulo de "pater
patriae". El
momento más difícil en la vida política de Cicerón comienza con la formación
del triunvirato entre César, Pompeyo y Craso. Los triunviros lo condenaron al
exilio por algunas decisiones tomadas durante su consulado. Cicerón soportó
mal su alejamiento de Roma que duró poco más de un año (de marzo del 58 a
Agosto del 57). Cuando las inevitables tensiones entre las dos personalidades
fuertes del triunvirato, César y Pompeyo, desembocaron en la guerra civil,
Cicerón, no sin vacilaciones, tomó partido, como la mayor parte del Senado,
por Pompeyo. El triunfo de César, que siempre se portó de forma generosa con
él, y su posterior dictadura lo obligaron a dejar la vida pública: desde el
triunfo de César en Farsalia (año 49) hasta su asesinado en el 44, Cicerón
vive un productivo retiro, dedicado a sus tratados de retórica y filosofía. La
muerte de César lo devuelve a la vida política en un intento inútil de
restaurar la República; entendiendo que el mayor obstáculo para sus
pretensiones era Marco Antonio, dirigió contra éste durísimos ataques que
quedaron recogidos en sus últimos discursos, conocidos como Filípicas.
Cuando se forma el segundo triunvirato, Marco Antonio sitúa en su lista de
proscripciones el nombre de Cicerón; fue asesinado por los soldados de
Antonio en diciembre del 43, a la edad de 64 años. La
compleja personalidad de Cicerón ha sido valorada de forma desigual, siendo
grande el número de sus detractores. Si bien es unánime el reconocimiento de
sus innegables y excepcionales dotes de orador y hombre de letras, su valoración
como hombre y como político dista mucho de ser tan positiva. Efectivamente,
Cicerón se nos muestra como un hombre de extensa cultura y de gran
elocuencia, pero al mismo tiempo vanidoso, fanfarrón, indeciso y, en algunas
ocasiones, falto de la dignidad que se debe exigir a un hombre de su talla política. |