Víctor Manteca Valdelande www.laopinioncoruna.es 01/12/2011
Cuando decimos que algo es clásico queremos expresar algo relacionado con valores modélicos y evocadores; pero además, hace tiempo que esta palabra se emplea para designar las manifestaciones de arte y literatura de la antigüedad grecolatina así como las diversas formas de cultura que en ella se han ido inspirando, por oposición a otras más modernas como el Romanticismo; sin embargo la palabra clásico tiene una historia más antigua que resulta curiosa y reveladora.
El mérito de los clásicos más apreciado de los griegos fue, sin duda, la originalidad, pues, no en vano, fueron ellos quienes idearon los géneros literarios: los metros de poesía, la estructura y estilo de la prosa, así como las figuras de pensamiento y expresión; formulando, en cada caso, teorías y definiciones adecuadas. El papel de los romanos fue completar esta primera fase incorporando contenidos y formas a la cultura helénica, recreándola y dotándola de una dimensión más extensa, demostrando que aquellos cánones griegos podían cobrar vigencia en diversos ámbitos de cultura y tener, en consecuencia, carácter permanente y universal.
En el latín más antiguo se denominaba clasicum a la trompeta con que se llamaba a los ciudadanos a formar las filas del ejército; pero también se conoce desde tiempo inmemorial la distribución del pueblo, en Roma, por clases, según la capacidad fiscal de cada cual, al confeccionarse el censo; de manera que, a los más adinerados, capaces de salir fiadores y avalistas en un pleito, se les denominaba como classici por oposición a los infra classem de la plebe. Con el tiempo, se produjo una trasferencia terminológica en esta expresión hacia otros órdenes de la vida cotidiana, designándose también como clásicos a los artistas y escritores más solventes, que eran respetados por su autoridad y apreciados como modelos dignos de imitación. En España, es Alonso de Fonseca quien, en carta dirigida a Erasmo de Rótterdam, se refiere a San Agustín como autor clásico, término aceptado en el entorno humanista y que atribuye cierto reconocimiento al prestigio del autor. En el prólogo a La Dorotea de Lope de Vega existe una mención expresa a los autores clásicos y Baltasar Gracián, en uno de los discursos de su Agudeza y arte de ingenio, atribuye esta cualidad literaria al escritor Mateo Alemán a quien, el conciso jesuita, califica como el mejor literato y más clásico español.
El Diccionario de Autoridades de la Real Academia de la Lengua, publicado a comienzos del siglo dieciocho, define como clásico aquello que pertenece a cierta clase, subrayando que el significado, en castellano, se toma por cosa selecta, de notoria calidad y estimación y digna de todo aprecio, como por ejemplo autor clásico; definición que, todavía, reproduce el Diccionario etimológico de Joan Corominas.
El uso de la palabra clásico también se refiere a los fenómenos, personas o elementos caracterizados por el respeto a la tradición y los parámetros por ella establecidos como cuando hablamos de ballet clásico o música clásica referidos a la tradición moderna; pero además también denominamos como clásico a un autor, una doctrina, o una competición deportiva, en aquellos casos que, la obra, la persona o el acontecimiento comporta o comportó una importancia y aceptación y quedaron marcados como símbolo ejemplar.
En la actualidad el término clásico remite a obras que ostentan valores, tanto éticos como estéticos, que trascienden su propia época y lugar de elaboración y tienen la condición de modelos, por ello se refiere a la máximas expresiones de una comunidad humana y a la culminación de un género o movimiento en las letras o las artes. De todos modos, volver sobre los clásicos siempre conlleva una oportunidad, porque la condición de lo clásico no es cuestión de tiempo o geografía, sino de relevancia e interés.
FUENTE: http://www.laopinioncoruna.es/opinion/2011/12/01/volver-clasicos/556413.html