Jerusalén | EFE 25/01/2008
El Museo de los Pueblos de la Biblia de Jerusalén bucea este año a través de una exposición sin precedentes en la música de la Antigüedad, que permanece como uno de los secretos mejor guardados de la Historia.
La exhibición reúne 137 artefactos, instrumentos e iconos sobre la música en culturas como la mesopotámica, egipcia, judía, fenicia, griega y romana, y también en universos sonoros que fueron engullidos por la noche de los tiempos.
Bajo el título de ‘El sonido de la música antigua’, la muestra presenta en una primera colección varios objetos naturales, desde caracolas marinas a huesos de animales, que el hombre empleó para articular un lenguaje musical antes de la era escrita.
Asimismo incluye un largo rosario de piedras pulidas, localizado en el monte Carmel, en el norte de Israel, de hace once mil años y que las mujeres se ataban a la cintura para que sonara con el movimiento de la pelvis en danzas rituales.
Una flauta y unos címbalos excavados en Meggido, en la misma región y que datan de hace seis mil años, son los principales vestigios que la exposición incluye sobre el Neolítico. Tampoco faltan copias de liras del pueblo judío durante el Antiguo Testamento -como las que se supone que utilizaba para seducir el Rey David, que de acuerdo con el mito era músico aparte de soberano-, y de arpas de la Grecia Clásica y la Roma Imperial.
El plato fuerte de la exhibición es, no obstante, un panel con una tablilla que demuestra la inclusión de notas musicales en la escritura cuneiforme, que se practicaba hace cuatro mil años en Sumeria, el actual Irak, y es la más antigua del planeta.
Se trata de un himno en cuyo texto el escriba marcó con su cuña las pausas y los intervalos en que el narrador debía guardar silencio para dejar paso a que los músicos tocaran instrumentos de cuerda según una escala de siete notas.
La tablilla es una de las tres de la misma época que los expertos consideran las primeras partituras, en la medida en que no vuelven a aparecer rastros de música codificada hasta el siglo XI, en la Europa de principios de la Alta Edad Media.
El panel se acompaña con un programa informático que permite al visitante interpretar la composición en un ordenador.
Según la comisaria del museo, Joan Goodnick, nadie puede estar seguro, sin embargo, de que la versión en tecnología digital sea fiel a la original, ya que se desconoce el tipo de instrumentos de cuerda con que se ejecutaba la pieza. ‘Además, no sabemos si hay algo que se nos escapa, si la partitura está completa, si identificamos de manera correcta las notas’, explicó Goodnick a Efe.
La interpretación informatizada reproduce un sonido limpio, claro, nítido, desnudo y concreto, semejante al de compositores de la vanguardia contemporánea como John Cage y Brian Eno, algo que no sorprende al musicólogo Moshé Piamenta.
Asesor de Goodnick en la organización de la exhibición -que abrió el pasado día 7 y cerrará el próximo 31 de diciembre-, Piamenta argumenta que ‘las técnicas han evolucionado, pero los sentimientos humanos son muy parecidos a los de hace milenios’.
‘El principal cambio se produjo cuando surgió la oportunidad de grabar la música, que de alguna manera la frivolizó. Hasta entonces la ejecución musical coincidía en el espacio y en el tiempo, lo que le otorgaba algo de sacramental’, añade. Piamenta opina que ese aspecto sagrado se refleja en que las músicas diferían en la Antigüedad según el escenario.
‘Había música que sólo se interpretaba en el templo, música solo para la corte real, música solo para las fiestas. En la actualidad se puede escuchar cualquier tipo de música, en cualquier tipo de soporte, en cualquier tipo de marco, pero eso es todo’, afirma. En palabras de Goodnick, ‘los antiguos pensaban que la música ponía orden en el caos interno y externo, que daba sentido y hacía más comprensible la vida, y ahora eso es igual’.