Rubén Díaz Caviedes 08/07/2013

Cerbero y Estigia, dos lunas de Plutón, son sus nuevos integrantes.

El Sistema solar tiene dos nuevos vecinos o, hablando con propiedad, sus dos nuevos vecinos ya tienen nombre. Se llaman Cerbero y Estigia, aunque hasta hoy se les conocía simplemente como P4 y P5 por ser, hasta donde sabemos, el cuarto y el quinto satélite que orbitan en torno a Plutón.

Esta semana la Unión Astronómica Internacional –IAU– hizo públicas las denominaciones oficiales de las dos diminutas lunas –descubiertas en 2011 por Mark Showalter, del instituto SETI, con el telescopio espacial Hubble–, en cuyo nombramiento han participado casi 500.000 internautas y se han barajado hasta 30.000 distintos nombres.

Pero ha habido truco. El vencedor absoluto de la votación –el nombre Vulcano, dios romano del fuego y los volcanes– ha sido rechazado finalmente por el Grupo de Trabajo de Nomenclatura de Sistemas Planetarios, el responsable último de la decisión, arguyendo razones técnicas. Aunque haya sido la opción más votada por los internautas, «el nombre de Vulcano ha sido ya usado para un planeta hipotético entre Mercurio y el Sol», explican en su página web. «Pese a que luego se confirmó que tal planeta no existe, el término vulcanoide sí se utiliza para designar a cualquier asteroide que exista en la órbita interior de Mercurio».

A nadie se le escapa, no obstante, que Vulcano o Vulcan –en inglés– es también el nombre del planeta de procedencia de Spock, el carismático personaje de Star Trek, y que esta opción venía patrocinada por William Shatner –el actor que dio vida a James T. Kirk, el capitán de la nave Enterprise– tras una intensa campaña de apoyo de Internet. Aunque el nombre respetaba por los pelos las normas del concurso –tenía que proceder «de la mitología clásica, en particular con alguna referencia al inframundo»–, la IAU no ha cedido al capricho trekkie. El dios latino de los volcanes, arguyen, no está lo suficientemente relacionado con Plutón.

Cerbero –el perro de tres cabezas que custodia las puertas del infierno– y Estigia –la laguna sobre la que navegaba el arquero Caronte para llegar al inframundo y su diosa homónima– se unen así al propio Caronte –el satélite más grande del sistema–, Nix –la diosa madre del propio Caronte– e Hidra –la serpiente mitológica de nueve cabezas y origen ctónico, es decir, del inframundo–. Para muchos, el bautismo de los satélites plutonianos pone de relieve una pregunta casi tan pertinente como vieja: por qué ninguno de ellos se llama Perséfone, como la célebre esposa de Plutón.

La razón estriba en que ya hay una luna en el Sistema solar con el nombre de la reina del inframundo: Kore, un diminuto satélite de Júpiter, recibe este nombre en honor a Perséfone, que se llamaba precisamente así antes de que la raptase Plutón y la convirtiese en su esposa. Pero, ¿qué hace la mujer de Plutón en el sistema de Júpiter, si las lunas reciben nombres de personajes mitológicos asociados a su correspondiente dios-planeta? Esa respuesta requiere, ahora sí, una explicación algo más larga.

El harén orbital
Por remotas que sean sus raíces, la tradición de nombrar a los satélites recurriendo a la mitología grecolatina no es en sí tan antigua como pudiera parecer. Cuando Galileo Galilei observó por primera vez las cuatro mayores lunas de Júpiter en enero de 1610 –a las que no en vano se llama galileanas– las denominó sencillamente «Júpiter I», «Júpiter II», «Júpiter III» y «Júpiter IV», y este fue el nombre que recibieron hasta mediados del siglo XX.

Fue Simon Marius –un astrónomo alemán que descubrió los mismos satélites poco después que Galileo– quien le puso los nombres por los que hoy los conocemos siguiendo las instrucciones, según la leyenda, de Johannes Kepler, que sugirió bautizarlas en honor de las conquistas amorosas del dios. En su libro de 1614 Mundus Jovialis Marius denominó a Júpiter I como Ío –una sacerdotisa de Argos–, a Júpiter II como Europa –una doncella que el dios raptó transformándose en toro–, a Júpiter III como Ganímedes –un príncipe troyano, después copero del Olimpo– y a Júpiter IV como Calisto –una cazadora del cortejo de Artemisa–.

Cuando E.E. Barnard descubrió el siguiente satélite de Júpiter en 1892 lo bautizó como Amaltea –que no fue su amante, sino la nodriza del dios– y así se hizo después con Himalia –una ninfa que se unió a él–, Elara –una princesa–, Pasífae –una doncella– o Metis –una titánide–. En el sistema joviano, sin embargo, se conocen ya cerca de 70 lunas y aunque el dios Júpiter fue un amante prolífico, el planeta homónimo empieza a quedarse sin nombres potenciales para sus lunas. Yocasta –la madre de Edipo, sin relación con el dios– o Kore –el nombre de soltera de la diosa del inframundo, Perséfone– son algunas de las excepciones que se han hecho.

Un sistema imperfecto
Y es que la regla no sería tal sin excepciones. Que se lo digan si no a Urano, el abuelo de Júpiter, que, como dios primordial que era –representaba al cielo y fue parido por Gea, la Tierra– reinó en tiempos remotos no conoció a demasiadas ninfas ni princesas, por lo que los modernos astrónomos apenas disponen de personajes con los que nombrar a sus 27 satélites conocidos.

La solución fue nombrar las lunas de Urano con personajes de obras de William Shakespeare respetando, eso sí, el estilo nominal clásico. Reciben nombres como Titania u Oberón –de El sueño de una noche de verano–, Miranda, Caliban y Sycorax –de La Tempestad–, Ofelia –de Hamlet–, Cordelia –de El rey Lear–, Julieta –de Romeo y Julieta– o Desdemona –de Otelo–.

Esta excepción planetaria tuvo a su vez otra excepción cuando William Lassell descubrió los satélites Ariel y Umbriel en 1851 y le pidió a John Herschel –el hijo del descubridor de Urano, William Herschel– que los bautizara. Dado que uno era muy luminoso y otro muy oscuro les puso respectivamente Ariel y Umbriel, personajes de El rizo robado, del poeta inglés Alexander Pope, cuyos nombres evocan en latín la claridad y la sombra. Poco después otro satélite de Urano, Belinda, recibiría su nombre de la obra de Pope en lugar de la de Shakespeare.

Menos dificultades que el abuelo primordial presentan el padre de Júpiter –el titán Saturno, identificado con el Cronos griego– y Neptuno –su hermano, identificado con el Poseidón heleno–. Para las lunas del primero se decidió recurrir a los nombres de los titanes –la primera generación de dioses, hijos de Urano y Gea, de la que el propio Saturno era el benjamín–, de modo que sus lunas reciben nombres como Titán –el nombre genérico de todos ellos–, Rea –la madre de Júpiter, identificada con la Cibeles romana– Mimas y Encédalo –dos titanes y a la postre gigantes–, Tetis, Dafne, Febe, Dione –que solo algunas fuentes consideran como titánide, identificándola en ese caso como madre de Venus–, Jápeto e Hiperión–. A su vez algunos de los satélites menores de Saturno –como los satélites pastores, responsables de la custodia orbital de sus anillos– reciben el nombre de la descendencia de estos titanes. Prometeo, Atlas o Epimeteo –hijos de Jápeto– o Pandora y Pan son algunos ejemplos.

Como Plutón lo era del subsuelo, Neptuno es dios también de un dominio físico –en su caso el mar–, por lo que sus lunas están relacionadas con él y con el océano. Es el caso de Tritón –la más grande, nombrada como el hijo de Neptuno–, Proteo –el pastor de las manadas de focas del dios del mar–, Nereida –el nombre genérico de las cincuenta hijas de Nereo, otra deidad marina, y ninfas del Mediterráneo–, Náyade –el nombre genérico de las ninfas de agua dulce–.

Marte, a su vez, era el patrón de una disciplina, la guerra, por lo que sus lunas son sus hijos Fobos –la encarnación divina del miedo– y Deimos –la del terror–. El tercer satélite de Marte estaba llamado a nombrarse Enio –la diosa de la destrucción, hermana de Fobos y Deimos en algunas versiones y, en todo caso, la tercera que siempre les acompañaba en la guerra–, pero nunca apareció.

FUENTE: http://www.elconfidencial.com/cultura/2013/07/08/un-culebron-mitologico-en-el-sistema-solar-124358/